Hace unos meses se lo expresaba a mis contemporáneos en redes sociales, no sin un poco de frustración: nos quejamos mucho de los boomers, de su conservadurismo anacrónico y de que acaparan las riquezas y el poder del mundo, y de los millennials, porque de niños fueron unos consentidos y ahora tienen fama de inconstantes, poco confiables e hipersensibles… “pero los de la Generación X somos tan equis que ni para que se burlen de nosotros”.
Los medios masivos y la mercadotecnia digital —y ni hablar de los memes y la conversación en el social media— están absortos en una disputa ideológica entre la generación que controla la política y la economía —OK boomer!— y los adultos jóvenes que, mediante el activismo digital, han puesto en la mira el feminismo, el ambientalismo, los temas de género y otras ideas que están sacudiendo hasta sus raíces paradigmas mundiales en la segunda década del siglo XXI.
Mas de la X-Gen nadie habla. Somos la generación olvidada, como sugerí en mi post, pero estamos acostumbramos a ser pasados por alto: no por nada fuimos hijos de algunos padres ausentes y de las primeras generaciones de madres solteras, divorciadas y trabajadoras, así que estuvimos mucho tiempo a solas y, hasta cierto punto, fuimos criados por la televisión. En el libro de 1991 que dio nombre a la generación, [1] el canadiense Douglas Coupland nos define así:
X: es el simbolo de la indefinicion por excelencia. Y asi se perfila toda una generacion: son los hombres y mujeres entre los veinte y treinta años que de repente descubren que los brazos de mamá y los dias de escuela han quedado lejos y que habrá que ganarle al tiempo a la espera de una improbable jubilación…
La teoría generacional
Pero, a todo esto, ¿de dónde salieron estas generaciones? Todo empieza con una investigación social, histórica y antropológica que llevaron a cabo Neil Howe y William Strauss y que se sintetizó en los libros Generations (1991) y The Fourth Turning (1997), donde definieron a la población estadounidense en generaciones separadas entre sí por lapsos de aproximadamente veinte años.
Así, la “teoría generacional de Strauss-Howe” plantea un ciclo recurrente de generaciones, con base en la idea de que las “biografías colectivas” se ven afectadas por los sucesos históricos dependiendo del momento de vida en que éstas se presentan: la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, afectó a los adultos que la vivieron de modo distinto que a quienes eran niños entonces.
A tres décadas de distancia, y aunque muchos la desestiman tachándola de seudociencia y llamándola “un elaborado zodiaco histórico” —pues se basa en ciertos arquetipos como el del Héroe y el Profeta—, la teoría de Strauss & Howe es en general aceptada para definir rasgos psicológicos, ideológicos y de comportamiento que son comunes entre individuos de edades similares.
Así, aunque otras fuentes proponen rangos distintos, Strauss & Howe definen a los boomers —llamados así porque son producto del boom de nacimientos en los Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial— como una generación formada por individuos nacidos entre 1943 y 1960, y que por lo tanto tienen entre sesenta y ochenta años; a los Generación X como nacidos y nacidas entre 1961 y 1981, y los millennials —o Generación Y— llegaron al mundo entre 1982 y 2004.
La X-Gen conoció la Guerra Fría y el terror al holocausto nuclear, vio la caída del Muro de Berlín y de la URSS, y llegó a la madurez sexual sorteando el riesgo mortal del sida. A diferencia de sus padres, adheridos a un trabajo de por vida, hacemos carrera de posición en posición y somos freelancers, en parte por un sentido de independencia y, también, para acabar de llenar los bolsillos.
En lo político somos pragmáticos, escépticos y, ahora que entramos en la madurez en un entorno económico volátil —a veces con un divorcio a cuestas—, luchamos por mantener un nivel de vida similar al de nuestros padres y, como dice Coupland, intentamos forjar un patrimonio que nos permita soñar con el retiro.
Don’t you forget about me…
Desde niños, quienes crecimos sacudiendo nuestras cabezas al ritmo de Nirvana y su “Smells Like Teen Spirit” sabemos algo: resistir sin quejarnos demasiado. ¿Será acaso porque en general carecimos de la estrecha vigilancia de las “mamás helicóptero” pues ellas trabajaban, por motivación propia o empujadas por un divorcio? Como sea, aprendimos a entretenernos solos en casa, a cuidarnos, alimentarnos y a “hacer lo que se tiene que hacer” sin cuestionárnoslo mucho.
Por eso, quizá, muchas veces reaccionamos con gestos de reprobación a las protestas digitales y las movilizaciones de millennials que exigen cambios en los paradigmas mundiales: así como para la generación más joven lo correcto es expresar su descontento lo más ruidosamente posible para sacudir conciencias y así lograr el cambio, nosotros optamos por “ser fuertes” y resistir en silencio, estoicamente, aunque por dentro la incertidumbre y la fatiga nos devoren.
Ser la generación “sandwich” significa haber nacido después de la era cuando un título universitario era el pasaporte a una vida productiva más o menos “exitosa”, y antes de la revolución digital de finales del siglo XX. De jóvenes, tuvimos que adaptarnos a los gustos de los boomers, y de adultos es como si los millennials nos hubieran rebasado por la derecha orillándonos a una conversación que nos parece juvenil o intrascendente, y de la que a menudo nos sentimos excluidos.
Pero, con todo, los X-Gen ahí vamos: habituados al encierro en nuestras casas con la TV como única compañía, sobrellevamos los meses de confinamiento pandémico con entereza, aun y con nuestra bien ganada fama de depresivos; y como ya pasamos por amenazas mundiales como el fantasma de la guerra nuclear y la epidemia de sida, somos escépticos y dudamos que la actual pandemia vaya a terminar con la humanidad. O así parece. Así, a medida que inexorablemente nos acercamos a la temida madurez, los miembros de la Generación X estamos con los pies en este mundo convulso, hipertecnificado y que cambia aceleradamente —tanto que a veces sentimos que nos rebasa—, y con el corazón firme, aunque no deja de sentir nostalgia por el mundo análogo en que crecimos. Como Neo, un ícono generacional, a menudo elegimos la píldora roja que nos hace salir de la mátrix.
Pero no todo está perdido: quizá ahora que nuestros hijos empiezan a despegar el vuelo y que nuestros padres y madres están jubilándose de este mundo, sea el momento para que nos miremos a nosotros mismos, dejemos atrás el rol de hijos y de padres, y alcemos la voz, nuestra propia voz. Al final, aún nos quedan dos o tres décadas más para hacer algo: algo bueno puede salir de ahí…
[1] Douglas Coupland, Generación X: Cuentos para una cultura acelerada. Ediciones B, Barcelona, 1994.