Al los trece meses de este enorme episodio pandémico, podemos empezar a hacer un recuento preciso de los daños. Además de las irreparables y dolorosas pérdidas humanas y del impacto económico, sin duda uno de los aspectos a los que habrá que poner mayor atención será el de la salud mental de la población. En el espectro de trastornos y padecimientos que han salido a la luz debido a la pandemia por covid, está una “nueva” emoción: languidecer.
En abril de 2021, el periodista Adam Grant publicó un artículo en The New York Times que ha abierto los ojos del mundo a este padecimiento. “No era burnout, [1] pues aún teníamos energía; tampoco era depresión, pues no nos sentíamos sin esperanzas. De algún modo, nos sentíamos sin rumbo y sin alegrías. Y resultó que hay un nombre para ello: languidecer”.
Entre los síntomas que Grant detectó en sí mismo y en sus amigos estaban la dificultad para concentrarse, un insomnio agravado por una extraña necesidad de estar despierto a altas horas sólo para jugar o estar en las redes sociales, y la falta de entusiasmo ante el hecho de que este año estamos combatiendo de modo efectivo al virus con vacunas.
Si sientes que languideces, es como si todo lo vieras a través de un parabrisas empañado, de un vidrio gris. Te sientes estancada o vacío, y quizás has perdido el impulso para levantarte de la cama y trabajar. Por un lado, pareciera que todo está cambiando demasiado aprisa —sobre todo si estás al pendiente del cambio tecnológico—, pero paradójicamente persiste la sensación de que no sucede nada, de que estamos viviendo el mismo día una y otra vez, todos los días.
Languidecer —languishing, en inglés— es un término que, refiriéndose a un estado de ánimo, acuñó el sociólogo Corey Hayes cuando detectó que existe un numeroso grupo de personas que, aunque no están propiamente deprimidas, tampoco se la están pasando bien en su vida emocional interna y, de algún modo, “bajan el volumen” a las emociones para hacerlas más manejables.
En su texto de The New York Times, Grant explica que para los psicólogos existe una especie de “espectro de la salud mental” que va del florecimiento a la depresión. El primero tiene lugar cuando el individuo se siente apreciado por los demás, realizado y con un propósito claro de vida; en contraste, quien sufre de depresión a menudo se siente perdido, sin rumbo, agotado —en ambos sentidos de la palabra: vaciado y exhausto— y sin valía propia. Y quien languidece, está justo a la mitad del camino.
En otras palabras, languidecer no significa no estar triste, desolado, sufriendo un duelo o desesperado; más bien se trata de la ausencia de alegría, la falta de motivación o de voluntad para salir de la cama y la incapacidad para concentrarte en aquello que, antes de la pandemia, ejecutabas con facilidad.
Y por si fuera poco, uno de los aspectos más riesgosos para quienes languidecen —me excluyo porque yo sí estoy pasando por un periodo depresivo… que ya estoy atendiendo— es que como sus síntomas son relativamente “leves”, es común que se les desatienda y uno sea indiferente ante su propia indiferencia, se hunda poco a poco en el aislamiento y no busque ayuda psicológica.
Al igual que sucede con el nuevo coronavirus, los profesionales de la salud apenas están empezando a conocer el “trastorno por languidecimiento”. Pero según el artículo del NYT, darle nombre a la emoción es un primer paso para tratarla, pues brinda un poco de alivio al saber que uno no está solo, que no exagera y que muchas más personas se identifican con esta emoción.
Uno de los “antídotos” que propone el artículo es el llamado flow, un término en inglés que se puso de moda el año pasado y que expresa el estado mental que surge cuando te encuentras totalmente absorto en una actividad agradable o significativa para ti, ya sea la jardinería, tocar la batería o escalar una montaña, y es como si el tiempo y el mundo exterior se pausaran por un momento.
Yo, sin ser psicólogo ni experto, me atrevo a proponer otro más: quizá la falta de emoción y de alegría se deba a que los efectos de la pandemia y del aislamiento te han hecho ver con claridad emociones que se ocultaban o disimulaban con los muchos distractores de la vida antes del 2020.
Esta “crisis de languidecimiento” puede ser una oportunidad para conocerte más a fondo y encontrar aquello en lo que sientes ese flow, esa sensación de propósito o, como le llaman algunos, “tu misión en la vida”. Así, la desazón y la indiferencia constantes podrían detonar un cambio existencial sano y profundo que, poco a poco, te conduzca al verdadero florecimiento.
Ojalá así sea…
[1] Nombre en inglés con que se conoce a un síndrome de agotamiento y desmotivación extremos, debidos al exceso de trabajo o al estrés laboral permanente.