Vivimos en la era de los autorretratos y de las selfies; pero, en lo personal y a menos que se trate de un requisito para obtener un documento, a mi medio siglo de existencia jamás me he sometido a una sesión voluntaria de fotografías, quizá por simple modestia o tal vez porque en el fondo de mi inconsciente aún habitan el niño con sobrepeso y el adolescente con acné que alguna vez fui, y éstos rechazan de tajo la idea. Y es que hacerse un retrato requiere de una disposición especial y, sin duda, de un amor propio que a veces raya en el narcisismo.
Posar frente a una lente requiere de no pocos arrestos y de una voluntad, a veces consciente y otras no, de eludir o burlar a la vejez, al tiempo y a la muerte para inmortalizarnos en un gesto, para congelar nuestra piel, nuestra carne, nuestro cabello y el brillo de nuestros ojos en una imagen que, creemos, nos sobrevivirá y dará fe de la persona que fuimos alguna vez. Hoy, gracias a la tecnología, todo el mundo se hace retratos; pero hubo un tiempo en que sólo los reyes, los nobles y los más acaudalados podían hacerse retratar. Así, un retrato era un símbolo de poder, de estatus, de una buena posición económica y, sin duda, de un deseo de legar a la posteridad una estampa de nuestro ser.
Pero, ¿qué pasa cuando, en lugar de retratar a los ricos y poderosos, los artistas deciden retratarse a sí mismos y convertir sus rostros, sus cuerpos y su propia imagen en obras de arte? En este artículo revisaremos, a vuelo de pájaro, a cinco artistas que se obsesionaron con su propia imagen y, entre otras cosas, produjeron una cantidad notable de autorretratos; en esta lista, por cierto, hay dos mexicanos. Empecemos…
Frida Kahlo
La pintora mexicana de ascendencia alemana que infinidad de ocasiones retrató su adolorido cuerpo e inmortalizó su cabello negro y sus peculiares cejas, sin duda encabeza la lista de las artistas más narcisistas. Según la Palbric Art Foundation, de las 143 obras que se conocen de ella, cincuenta y cinco son autorretratos, algunos de los cuales actualmente se cotizan como las obras de arte más caras de una artista latinoamericana. La oriunda de Coyoacán justificaba esta obsesión consigo misma diciendo que, por el accidente que la había dejado postrada, con demasiada frecuencia estaba sola y “porque ella misma era el modelo que mejor conocía”.
Rembrandt
Pero si Frida fue la “reina del autorretrato”, el monarca indiscutible de esta disciplina artística fue el holandés Rembrandt Harmenszoon van Rijn, quien entre más de cuarenta pinturas al óleo, treinta y tantos grabados de distintas técnicas y varios dibujos, acumuló casi una centena de retratos de sí mismo en distintas edades a lo largo de cuatro décadas, desde que era un tímido jovencito imberbe hasta su edad plena y su vejez, cuando las obras son majestuosas y él ostenta un aire casi monárquico. Algunos estudiosos aseguran que Rembrandt fue el artista que, como ningún otro, hizo del autorretrato su vía de expresión artística y una forma de autobiografía.
Vincent van Gogh
Además de pintar girasoles, lirios, estudios destartalados y noches estrelladas, este pelirrojo holandés realizó más de cuarenta y tres autorretratos entre 1886 y 1889. La más antigua de estas representaciones —o, al menos, de las que sobreviven— es un dibujo a lápiz que realizó en París, fechado en 1886, y existen dos pinturas de 1889 que contienden para ser el último autorretrato de Van Gogh, en una el artista posa con barba y en la otra, sin ella. Sin duda, la afección mental que tiñó de tragedia su vida debió de haberlo impulsado a tratar de resolver el crucigrama que era su propia persona a través de lo que mejor conocía: el arte.
José Luis Cuevas
Al maestro tuve la suerte de conocerlo en su casa estudio de la calle de Galeana —en el barrio capitalino de San Ángel— cuando cursaba la universidad y una maestra, que lo conocía, nos llevó a entrevistarlo. En esa ocasión, Cuevas — amabilísimo, bien parecido, sencillo, el mejor conversador que he conocido— nos contó sobre una manía que, después me enteré, era bien conocida en el medio artístico y cultural del siglo XX: que, desde 1955, todos los días se tomaba un autorretrato para observar el inexorable paso del tiempo.
Años después, confirmé el dato y me enteré de que quien activaba el obturador era su primera esposa, Bertha, que murió en el año 2000. Además de esa obsesión, el pintor y grabador siempre tuvo fama de egocéntrico y un poco de mitómano, pues solía contar intrincadas historias en las que mezclaba verdad, ficción, arte, un poco de heroísmo, muchas mujeres y, desde luego, proezas sexuales.
Cindy Sherman
La última creadora en esta breve lista —nacida en 1954 en Nueva Jersey, Estados Unidos— no usa pinceles, óleos, lápices o buriles para plasmar imágenes de sí misma, sino una cámara fotográfica: la obra de Sherman consiste primariamente en autorretratos fotográficos en los que se caracteriza a sí misma con distintos personajes —a menudo, estereotipos femeninos— y posa en contextos variados. Su trabajo de mayor relieve se titula Untitled Film Stills y es una serie de unas setenta fotos en blanco y negro que tomó entre 1977 y 1980, la cual está listada entre las fotografías más relevantes de la historia.
Y tú, ¿a qué otro artista incluirías en esta lista?