Pensamiento rebelde: inspiración y movimiento

Pensamiento rebelde: inspiración y movimiento
Franz De Paula

Franz De Paula

Creatividad

Dudar es indicio de una mente que aún respira, viva e inquieta. Pero, por alguna razón, no siempre es bien visto; sobre todo en los casos en que un dogma está involucrado. No dejar lugar a la duda equivale a cerrar la única ventana de ventilación en tu cerebro. Si no dudas, es como si creyeras que todo lo tienes resuelto. Dudo que exista algo más arrogante y alejado de la realidad. Cambiar de opinión es signo de inteligencia y de sencillez; pero para dudar, primero hay que cuestionar.

Nueve de cada diez hombres siguen al décimo. Yo sería el onceavo. La gente no suele cuestionar: es más fácil obedecer y seguir que pensar y dirigir. Las mayores infamias del mundo se derivan de la gente que se somete ciegamente, sin cuestionar y sin importar lo que le ordenen. Las guerras constituyen la evidencia más cruda, porque ninguno de nosotros ha visto a un solo presidente o dictador bajar al ruedo y ponerse a las patadas con su adversario. Ellos mandan porque alguien obedece. Son esos ejércitos de clones invidentes los que acaban sometiéndose y destruyéndolo todo, programados para seguir órdenes, sin objetar lo absurdas que éstas puedan ser. Mucha gente ni siquiera se da cuenta a quién sigue o a quién obedece. No saben que son conformistas. No saben que no saben. No viven, sólo existen.

Éste quizá sea un planteamiento idealista, pero con la imaginación comienza todo. ¿Qué pasaría si esos ejércitos no estuvieran formados por clones semimuertos, sino por individuos autocríticos? ¿Qué pasaría si no hubiera necesidad de obedecer lo incoherente? Porque en realidad no la hay. Idealmente dejaría de haber ejércitos, rebaños o guerras que se sustentan en la premisa de obedecer, matar o destruir. El concepto de “masa” cambiaría, porque no habría nada uniforme. Cada individuo demostraría su singularidad, su identidad única. En este mundo, cuando un individuo mata a otro, lo encierran por su crimen; pero cuando un grupo mata a otro por una idea que es “más elevada que ellos”, entonces los condecoran por su valor. El número no debería erradicar la falla, pues la infamia sigue ahí: si un millón de personas dicen algo estúpido, sigue siendo estúpido.

La rebeldía es tu conciencia brincando en tu cabeza cuando algo no le parece justo, real o verdadero, y te exige expresarlo de alguna forma. Todos tenemos conciencia, pero no todos somos congruentes con ella. A la mayoría les resulta más fácil quedarse callados o acostumbrarse que buscar una solución. Agachar la cabeza al ver que todos lo hacen. Lo terrible de esto es que acabas fundiéndote con todos en ese pantano de resignación. La rebeldía es una consecuencia de pensar sólo como tú y de actuar congruentemente con tu conciencia de libertad. Lo que te inspira, te mueve, te hace sentir vivo. La rebeldía te hace libre.

Ser rebelde no significa llevar la contraria, porque eso implicaría obedecer al revés una pauta ajena. No significa aparentar apatía frente a todo o a todos; eso es ser aburrido o mediocre, no excepcional. Tampoco significa ser un alborotador o un agitador, porque pensar diferente no es igual que vandalizar; eso es retrógrado, no racional. Hay gente conformista que por conveniencia finge ser revoltosa, aunque viva resignada. Nada tiene que ver la rebeldía con la imprudencia o la anarquía. La imprudencia es necia y la anarquía coquetea con el caos. El caos es lo opuesto al orden. Un pensador rebelde no destruye, construye el mundo y lo transforma en un lugar más armónico, más ordenado, más inteligente.

El asunto se reduce a dos opciones: corres con la multitud o corres de ella. La costumbre rige a las manadas inconscientes. Un pensador rebelde hace lo que siente y dice lo que piensa, sin importar lo que el mundo opine; no suele formar parte de las masas, porque su propio criterio le exige cuestionar todo el tiempo las creencias arraigadas en la gente o en sí mismo. No se trata de cuestionar para llamar la atención; es un modo de llegar a la verdad. Mostrar una postura genuina y congruente en un mundo de maniáticos infectados de poder y violencia es un acto revolucionario y bello. Es la firma de alguien excepcional.

La rebeldía es una actitud, pero también un movimiento. Es más que pensar diferente: es tomar acción. No tienes que romper las reglas para ser un rebelde, sino conducirte de una forma que sea genuinamente tuya, diferente a la mayoría pero congruente con tu pensamiento. Ser genuino es ser , no el torpe reflejo de lo que crees que debes representar. Lo real es lo que perdura.

Cuando el pequeño porcentaje de personas con ese perfil se encuentran, es probable que sus puntos de vista sean similares. Así comienzan las revoluciones. Y así cambia de página el mundo. Lo que importa no es tener la razón, sino hacer lo que te hace feliz. Dicho de otra forma, es encontrar la armonía entre tus decisiones y tu vida. Tu actitud será consecuencia natural de esto. Si no le agradas a la gente, no importa; no haces lo tuyo por complacerlos, lo haces por ti.

Rebelarte no significa otra cosa que ser dueño de tu propio ser, en cualquier circunstancia. No importa si es ante a una pareja manipuladora o un jefe dictador o, sobre todo, ante un gobierno tirano. La pregunta es: ¿Qué piensas hacer al respecto? Nadie tiene derecho de manipular la libertad, el pensamiento o la vida de nadie más. La persona más poderosa en la mente de cada uno debe ser uno mismo. Ese es el pensamiento rebelde. No siempre es fácil, y no se supone que deba serlo. A veces será un privilegio y en ocasiones resultará desolador ser la excepción. Pero piénsalo: jamás obtendrías armonía si todos cantaran la misma nota.

La creatividad es el mejor camino a la rebeldía.

Un ejemplo de rebelión silenciosa es desconectarte del suero tóxico de los medios y leer un libro. Convertirte en tu propia escuela siempre será la mejor rebelión.

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