¿Cuántas veces has jurado amor eterno? Y no me refiero a cuando lo has hecho en una relación romántica, sino a la promesa que se hace a las amistades más entrañables: “amigos para siempre”. Porque, aunque no es una declaración de amor romántico, no deja de ser de amor verdadero. Se trata de la esperanza de acompañarse siempre en cada paso cambiante de la vida; sin embargo, ¿qué pasa cuando no se cumple? ¿Qué nos lleva a perder amistades a lo largo de la vida?
Lo que sentimos por los amigos es muy especial y, en momentos clave de la vida, ellos son lo más importante. En la adolescencia, por ejemplo, todo parece girar en torno a las amistades que hacen memorable la vida de estudiante. Claro que, a la par, uno puede tener romances, pero —y esto es especialmente cierto en la juventud— uno se adentra en esas relaciones esperando que acaben, mientras que con las amistades uno quisiera creer que serán eternas.
¿Por qué creemos que nuestros amigos serán siempre los mismos? Quizá porque el papel de un amigo es único. Así como madre sólo hay una, cada amigo ocupa un lugar particular en nuestras vidas y los hay para todo: los confidentes de amores, las que dan buenos consejos y quienes son excelentes para acompañarnos a tomar malas decisiones. Pero casi siempre son personas que elegimos para que sean nuestro apoyo, de tal suerte que cuando son realmente buenos amigos se convierten en un refugio para nuestros peores momentos.
Es por el compendio de situaciones compartidas por lo que los amigos se vuelven cruciales, y muchas veces no podemos imaginar nuestra vida sin ellos. Precisamente porque un amigo o una amiga son una elección totalmente distinta a la de una pareja, a menudo creemos que es más fácil que esa relación dure para siempre. Pero esto no siempre es así.
¿Cuántos amigos memorables tuviste en la infancia? ¿Qué sabes de ellos hoy? ¿Qué ha sido de sus vidas? Algunos afortunados podrán decir que siguen en contacto con alguno, pero no con todos. Así como ese niño que jugó con nosotros una tarde en el parque y no volvimos a ver, o el compañero que cambiaron de escuela en la primaria, hay amigos que están destinados a marcharse de nuestras vidas.
El proceso suele ser muy orgánico y a veces ni siquiera reparamos en él, pero tarde o temprano dejamos de verlos y de hablarles hasta que pasan los años y, de pronto, resulta que han construido una vida sin nosotros. Si recapitulamos, quizás hubo un detonante: se graduaron de la carrera y consiguieron un trabajo, se mudaron de ciudad o cambiaron de hobbies, y eso fue suficiente para que la vida se ocupara de reorganizarlo todo y dejara la amistad en el pasado.
También hay otras causas, menos agradables, para perder amistades: la primera, y tal vez la más común, es que las personas cambian. Quizá lo que era importante para ti en la prepa ya no lo es en tu vida adulta —y no me refiero a un pasatiempo o gusto juvenil, sino a tus valores, anhelos y visión del mundo—, y para tus amigos de aquel entonces habrá otras prioridades.
Cuando eso sucede es fácil que aquello que compartíamos con los amigos se pierda, y a menudo es un proceso tan gradual que resulta difícil precisar cuándo cambió todo —e incluso es posible que nunca pasemos por un proceso de duelo por la amistad que terminó—, aunque un día al mirar atrás de seguro recordaremos con nostalgia y cariño a esa amistad que se apagó poco a poco.
Sin embargo, hay ocasiones en las que hay que decidir dejar amigos atrás. Si se trata de la pareja, se nos dice con frecuencia que hay que evitar las relaciones tóxicas; pero, ¿qué pasa cuando una amistad no nos está llevando a nada bueno? No hace falta que un amigo te induzca a romper la ley para que te haga mal: hay amigos tan posesivos como una pareja o que son codependientes. Lo ideal sería poner límites, pero cuando es imposible, lo mejor es terminar con esa amistad, aunque sea tan doloroso —o quizá más— como terminar con una pareja.
También es posible decidir terminar con una amistad porque no comparten valores fundamentales. Las diferencias entre los amigos son lo que hace a una amistad interesante; sin embargo, hay límites que no deben cruzarse para llevar una convivencia armónica. Por supuesto que un vegano y un omnívoro pueden ser amigos, pero si una de las dos partes insiste en criticar, burlarse o tratar de imponer su punto de vista, seguramente desgastará la relación hasta quebrantarla.
No hace falta ser diametralmente opuestos para que se tengan visiones distintas del mundo; hay formas de vida que no puedes pasar por alto y traen más incomodidad que espacios de convivencia, como si eres vegano y a tu amigo le da por la cacería, o si tu amiga acostumbra salir con casados y eso te parece moralmente inadmisible. Es entonces cuando es mejor dejar esa amistad para dejar de involucrarte en situaciones que nada aportan a tu crecimiento.
Perder amistades o ponerles fin es un hecho triste, pero inevitable. Aunque sea por los vaivenes del tiempo o por la necesidad de tener mejores relaciones, perder un amigo no es poca cosa. Darnos el tiempo de conmemorar a los amigos del pasado, reconocer cómo enriquecieron nuestras vidas y dejarlos ir con gratitud es un gran acto de amor hacia nuestra propia historia. Lo cierto es que los amigos, como cualquier otra persona en nuestras vidas, vienen y van; lo importante es valorarlos por lo que fueron y nunca forzar su estadía en nuestros corazones.