A la gran mayoría de las personas se les dificulta decir “no” cuando alguien les pide algo. Este fenómeno se relaciona con distintas variables, aunque la más frecuente es el miedo a ser rechazado, a parecer egoísta o a ser criticado. Por eso, para aprender a decir “no” y poner límites es necesario trabajar en la adquisición de habilidades básicas que evitarán que aparezca la culpa o que terminemos dañando a las personas que nos rodean.
Todos nos hemos encontrado en situaciones en las que queremos negarnos, pero ni siquiera lo intentamos, ya sea por miedo, por la presión social que sentimos o, simplemente, porque hay personas que para lograr el “sí” dejan de ser asertivas y se tornan violentas emocionalmente, utilizando estrategias como ridiculizar, retar, chantajear, amenazar o engañar al otro.
Pero hay que aclarar que aprender a decir “no” es generar una habilidad que debe regularse para no caer en los extremos: no debemos ser sumisos, pero tampoco agresivos ni intentar controlar todas las situaciones. Además, es importante estar conscientes de que los demás quizá podrán pensar que negarnos nos convierte en malas personas; no obstante, es necesario establecer límites y no ceder ante manipulaciones y chantajes emocionales.
Para comenzar a adquirir estas habilidades básicas, tenemos que iniciar evaluando el tipo de comunicación que poseemos. Por lo general, la más presente en estos casos es la comunicación pasiva, que es propia de las personas que quieren evitar conflictos y tienden a ser manipulables en sus decisiones; en otros casos, menos frecuentes, la comunicación agresiva puede hacer su aparición, pues usando un tono de voz elevado, reproches o insultos se puede lograr que la otra persona desista de la petición sin necesidad de negarse a ella en realidad.
Para decir “no” el primer paso es la asertividad, la cual implica la capacidad de encontrar un punto medio entre el bienestar personal, al defender nuestros derechos e ideas, y el bienestar de los demás, al respetar las ideas de los otros. En resumen, se trata de saber conducirnos con responsabilidad y de desarrollar las habilidades necesarias para mantener interacciones sociales saludables.
El segundo paso consiste en construir una autoestima sana, la cual consiste en una autovaloración que define cómo nos vemos, cómo nos sentimos y cómo afrontamos el mundo; dicha valoración se construye a partir de las experiencias, por lo que puede ir variando en el tiempo. Cuando la autoestima no es óptima, llegamos a percibir a las personas que nos rodean como superiores a nosotros y entramos a bucles innecesarios de comparación y culpa. Como es de esperarse, no es posible decirle “no” a alguien que creemos que es mejor o más decidido que nosotros.
Por último, en el tercer paso hay que saber enfrentar de forma positiva las tensiones emocionales que la vida nos trae; para ello es importante reconocer y controlar nuestras propias emociones, así como entender que las emociones de los demás no son nuestra responsabilidad y que constituyen elecciones que deciden tomar; en otras palabras, aceptar algo que no quiero no descarta la posibilidad de que las personas se enojen, conmigo o con alguien más, por alguna otra causa.
En suma, necesitamos empezar por tener claro qué es lo que no queremos ni deseamos para nuestra vida a corto, mediano y largo plazo; de igual modo, hay que asentar la idea de que al relacionarnos siempre estamos usando habilidades como el respeto, la empatía, la asertividad, la comunicación verbal y no verbal, y ciertas emociones que nos acompañan al tomar decisiones. Todo ello entra en juego al momento de ejercer nuestro derecho a decir “no”.