Creo que a todos nos ha sucedido alguna vez: pasamos por un momento de estrés intenso, que puede ser un conato de asalto o de accidente, una discusión a muerte con la pareja, los exámenes finales, una presentación de negocios o una súbita enfermedad del padre o de la hija, y si bien en el trance nos sentimos vigorosos, despabilados y alertas, al resolverse el problema “nos da el bajón” y estamos rendidos, con dolores corporales, jaquecas o, incluso, enfermamos.
Y uno podría preguntarse: ¿por qué no nos sentimos mal ni nos duele nada en el momento, cuando estamos combatiendo a uñas y dientes con los dragones de la vida cotidiana, y es hasta después, cuando finalmente nos echamos a descansar, que “sentimos como si nos hubieran atropellado”, las articulaciones se nos inflaman o recaemos en una vieja dolencia? Pues bien, la ciencia médica ha dado con la causa del “bajón” o let-down effect, como se conoce en inglés, y con algunos remedios para ello. Sigue leyendo y te lo cuento todo.
Cuando estamos sometidos a una fuerte tensión psicológica, nuestro organismo echa a andar diversos mecanismos que nos preparan para enfrentarnos al peligro, para luchar o para salir huyendo, en una respuesta instintiva que compartimos con muchos otros mamíferos. Es entonces que las glándulas suprarrenales segregan adrenalina —una hormona que suprime la sensación de dolor y de cansancio, nos activa y estimula nuestro sistema inmune para proteger al organismo—, así como cortisol, la “hormona del estrés”. Por eso es que momentáneamente sentimos que “nos rebotan las balas”, subimos, bajamos, cargamos, movemos y, aunque estresados, nos sentimos ligeros como plumas,
Pero luego, cuando todo se ha resuelto favorablemente, “no pasó del susto”, te reconciliaste, te graduaste con honores, cerraste el negocio o —como en mi caso, ahora que escribo estas líneas— por fin terminaste una mudanza complicada y agotadora, de manera natural bajan los niveles de adrenalina y su efecto de bloqueo del dolor desaparece, por lo que te duele cada uno de los músculos que, de forma inconsciente, mantuviste tensos para enfrentar la situación, o quizá sobreviene la migraña o la fibromialgia que parecían haber desaparecido.
¿Hay algo que hacer para evitar estos desagradables efectos? En el blog médico del doctor Michael Lam podemos leer dos clases de recomendaciones: unas, para practicar durante el trance penoso y otras, después que todo se ha resuelto. Si estás en una situación de estrés, lo primero es ser consciente de ello y tratar a toda costa de no entrar en pánico, haz lo posible por dormir lo suficiente —de seis a ocho horas es lo mejor—, come bien, haz un poco de ejercicio físico como trotar al aire libre o nadar, aunque estés muy agotado, y date tiempo para relajarte oyendo música, respirando profundo, meditando o realizando alguna práctica introspectiva como el yoga.
Si el estrés ya pasó y al día siguiente te sientes como si un tren te hubiera arrollado, ¡y varias veces!, aún hay algunos remedios: hidratarse muy bien, nutrirse adecuadamente —a veces, por las prisas y el estrés uno “se malpasa”, se nos quita el apetito o comemos cualquier cosa—, evitar beber alcohol y, lo más importante, realizar una actividad que implique esfuerzo físico y mental moderado, pues los efectos son peores si pasas súbitamente del furor al reposo.
Mención aparte merece el estrés crónico, pues como difícilmente se presenta el momento de “la liberación”, llega el punto en que las suprarrenales no pueden con la demanda de adrenalina y el organismo echa mano de otros mecanismos que, a mediano plazo, afectan la salud en general de forma perniciosa. Por eso, lo mejor es aprender a administrar el esfuerzo, dejar de intentar controlar todo y aceptar que, como dice la canción de Led Zeppelin, “a todos nos toca un poco de lluvia de vez en cuando”.