
El investigador del lenguaje Enrique Cabrejas Iñesta comenta que el vocablo cama no deriva del latín ni del griego, sino de un acrónico ibérico que hace referencia a la piel, una capa o postrarse en el suelo. Es una locución y expresión dada por los antepasados ibéricos que ha permanecido en el léxico español desde hace miles de años. En la antigüedad, una cama no era exactamente un mueble como los de ahora, pues solía ser simplemente una “piel”, una “capa” o un “mullido de hojas y plantas” que se ponía “en el suelo” para dormir o reposar.
Pero este objeto no sólo es para descansar o copular: en él también se convalece, se espera la llegada de la muerte o se pare una nueva vida. Sin embargo, nada mejor que las palabras de la poetisa sinaloense Acela Bernal (1946) para expresarnos su sentir y su relación con la cama, extraídas de su obra La mitad de mi cama (1991): “[…] La mitad de mi cama es fresca y olorosa / Recibe mansamente cada noche mi cuerpo dolorido / […] es una cresta de ola donde naufraga la lujuria y esta amargura lánguida / […] Por lavarme las cuencas de los ojos en su blancura lloro / me duermo en el insomnio / en ocasiones gozo […]”.
La cama es, sin duda, el objeto donde ocurren los acontecimientos más importantes de la vida, tanto, que pasamos la mitad de nuestra existencia dormidos y soñando bajo el amparo de su comodidad. Así, durante los cientos y miles de años que hemos caminado juntos por la historia, ella ha evolucionado. Los investigadores Guillermo y Germán Fajardo nos dicen que pasó de ser una simple oquedad en el suelo, o un colchón de paja y tablones de madera, a una estructura fabricada con metales y producida en serie a partir de la revolución industrial.
Hoy en día existe una amplia variedad de diseños y tecnologías desarrolladas en torno a la cama. Una de las más revolucionarias y novedosas es la HiCan, una cama inteligente que, como dicen sus creadores, “es un capullo contemporáneo y tecnológico: puede mover tu cabeza cuando roncas, recuerda tus posiciones favoritas al dormir, tiene una alarma inteligente, internet, video, tus playlist preferidas y, además, logra controlar toda tu casa con aplicaciones integradas. Se trata de un santuario privado donde puedes disfrutar de un nuevo concepto de estilo de vida y confort”.

Sin embrago, la idea de la cama como “capullo” para tener un “santuario privado” parece no ser nueva. En la Europa medieval ya existía este concepto de aislarse dentro del entorno hogareño. Y, aunque esta cama no contaba con toda la parafernalia electrónica de la que tanto gustamos y dependemos en estos días, era suficiente para bloquear las miradas furtivas de los familiares incómodos. Estas “camas cerradas” no entraron en desuso, para dar paso al uso generalizado de las camas “descubiertas”, sino hasta bien entrado el siglo XX.
La cama cerrada de la que hablamos, llamada en inglés box-bed, closed-bed, close-bed o enclosed-bed, así como lit-clos, en francés, aunque existen de ella muchos diseños, es una suerte de gran armario de madera de roble —u otras maderas— que encierra un colchón —comúnmente de lana o plumas—, cobertor y almohadas. Dentro de ella, entre paneles de madera por todos sus flancos —combinados en ocasiones con telares—, los durmientes se aislaban del frío, la humedad y las ratas.

Además, contaba con puertas —a veces eran cortinas— que se cerraban desde dentro. Así, además de proporcionar privacidad —recordemos que la costumbre de dormir solo, en una cama y habitación privadas, no se generalizó en Europa sino hasta el siglo XVIII— y seguridad —protegía al durmiente de los animales domésticos, como gallinas y cerdos, que entraban a las casas; o hasta de los lobos—, la complejidad de su ajuar textil, así como el tallado y pintura de la madera, reflejaban la riqueza y estatus de su propietario.
La cama cerrada se separaba del piso con patas de madera para evitar la humedad. En ocasiones contaba con baúles para guardar la ropa de cama, que también servían como escalera para aquellas que contaban con un segundo nivel, como las literas. Eran de tamaño variable, aunque las camas cerradas de la región de Bretaña medían entre 1.60 y 1.70 metros. También podían ser muebles independientes o formar parte de la construcción de la vivienda.
A pesar de su aparente comodidad y seguridad, estar confinado en la cama cerrada no era una práctica muy saludable, pues se podían manifestar enfermedades debido al aire enrarecido, así como a los hongos y ácaros favorecidos por la calidez y humedad del lecho de pernocta. También se ha documentado que estos muebles fueron causantes de experiencias traumáticas que derivaron en desórdenes claustrofóbicos, principalmente porque la cama interfería en la velocidad de escape hacia el exterior.


Como todo objeto de creación humana que ha formado parte de la vida de infinidad de culturas, la cama no está libre de supersticiones. Una de las más extendidas habla sobre la pertenencia de su lado izquierdo al diablo —el lado derecho es divino, pues basta recordar que Cristo, según las creencias judeocristianas, está sentado a la derecha de su padre Yahveh—, razón por la cual se advierte no utilizar ese extremo para levantarse. Por otro lado, según la sabiduría popular, siempre será recomendable echar un vistazo debajo de la cama antes de abandonar la casa para asegurarnos de que el diablo no está escondido, deseoso de atribularnos con pesadillas nocturnas. No obstante, las jóvenes solteras deberán evitar esta práctica pues, de hacerlo, nunca serán desposadas.
