Durante los últimos años hemos escuchado que, en promedio, la esperanza de vida se ha incrementado y que se espera que aumente aún más. También son frecuentes los hallazgos médicos y científicos que apuntan hacia una mejora en las posibilidades de atención médica en edades avanzadas. Pero, ¿es todo esto un indicador de longevidad aplicable al contexto actual? ¿Es posible que los pequeños de hoy no logren vivir más de sesenta años en promedio, debido a su alimentación, inactividad física y neurosis precoz?
Revisemos algunos datos. Por ejemplo, la alimentación que tuvo la mayor parte de las personas que hoy tienen más de sesenta años fue orgánica, aunque aún no se llamara así, pues no había necesidad de un nombre que diferenciara lo natural y accesible en cada tienda o mercado de lo que ha sido alterado química o genéticamente: en aquel tiempo, casi nada estaba procesado o desnaturalizado, excepto algunos lácteos y embutidos. En contraste, la alimentación actual de casi todos los niños es sintética, industrializada, desnaturalizada y, muchas veces, transgénica; por ello, hoy destacan como productos particulares los llamados orgánicos, que no son mejores que los alimentos cotidianos que comieron durante su infancia los que hoy son abuelos.
Es indiscutible que, durante los últimos años, el factor más estudiado, medido y comprobado como un factor a favor de la salud y la longevidad es la dieta y los hábitos alimenticios. Y experimentos en humanos y animales han comprobado un hecho que podría resultar inesperado: ingerir menos comida, hacer desayunos y cenas ligeras e, incluso, pasar algunos ayunos esporádicos de horas o de un día, nos permite estar más sanos y vivir por más tiempo.
Un segundo factor que marca una abismal diferencia entre los niños de hoy y los actuales abuelos, es la comodidad y la inactividad física. En los primeros, ésta es excesiva, ya que el niño promedio de hoy cuenta con más servicios y satisfactores que el más adinerado ricachón de los años veinte del siglo pasado. La vida cómoda en exceso y con mínima actividad física reduce la fortaleza corporal, la creatividad mental y la longevidad.
Por su parte, casi todos los centenarios comparten un detalle común: pasaron muchas incomodidades y tuvieron que hacer grandes esfuerzos cotidianos para transportarse, trabajar o ir a la escuela, y lo mismo para tener agua, comida y mantener sus casas. En contraste, hoy los niños se enfadan por tener que ir a jugar a un parque o cuando son interrumpidos en el uso de tabletas, celulares y videojuegos. Jamás han lavado un solo plato o calcetín, y difícilmente pueden cargar su propio osito durante un paseo por la feria…
Todos los estudios sobre vitalidad humana y animal arrojan un dato muy simple y consistente: la vida es movimiento. Quien mantiene actividad física ligera pero constante y logra obtener algunos satisfactores con grandes esfuerzos, vive mejor, más feliz, satisfecho, agradecido y por más años.
Existe otro aspecto destacable: la satisfacción por logros a través del esfuerzo. Todos hemos notado cómo obtener algo nos es más disfrutable cuando implicó cierto nivel de complejidad y sorteamos retos para alcanzarlo. Las sociedades rurales actuales, y las de hace unas décadas, tenían que trabajar mucho más que hoy para lograr mucho menos. Un ejemplo es el de tener una enciclopedia en casa: hace no mucho, esto era un indicador de un cierto nivel económico; hoy, tener gigas de información sobre millones de temas sólo requiere de un pago mensual de internet y, si acaso, un teléfono inteligente o una tablet de bajo precio.
Cuando se obtiene mucho con poco esfuerzo, la creatividad, el trabajo físico y mental, la motivación y el sentimiento de satisfacción y gratitud se reducen tanto que causan estragos en el sentido de plenitud de la gente. Los berrinches y las neurosis precoces de los niños criados bajo la idea moderna de “obtener por derecho infantil”, y no bajo la sana mecánica del intercambio por méritos y tareas, son un ejemplo de las consecuencias de este fenómeno.
Es un hecho comprobable que, en la medida que se enseña a los niños a disfrutar el intercambio de satisfactores por esfuerzos, se propicia la salud mental en su vida adulta. De igual modo, en la medida que se cultiva la tiranía infantil y se les permite la continua demanda de atención, se siembra la frustración existencial, la depresión y la insatisfacción crónica adultas.
Por lo tanto, si quieres propiciar vidas plenas, sanas y largas en tus hijos, nietos, sobrinos o hermanitos, te aconsejo tomar tres medidas:
1. Cambiar su dieta. Ofréceles la mayor parte de productos no cocinados, empacados, procesados, sintetizados o adicionados, comprando productos locales y de temporada. Reduce la cantidad y aumenta la calidad.
2. Hazlos participativos físicamente: Involúcralos al menos cuatro horas al día en labores domésticas, en actividades físicas, deportivas y lúdicas, y en especial en juegos que se juegan con el cuerpo, no con movimientos digitales u oculares.
3. Sigue la sana regla “Nada gratis, todo es por intercambio”. Esto aplica por igual a comida, juegos, regalos, vestidos, comodidades y lujos. Puedes inventar juegos de intercambio desde los tres años —créeme que los entienden— y formas de hacerlos participar en todo lo que hace que una familia y casa funcionen; no les des todo, dales menos e incúlcales el placer del logro por medio del esfuerzo, los méritos y los retos compartidos en cada momento de la vida cotidiana.
Tú elige: ¿quieres que vivan sesenta años muy deteriorados, o noventa estando sanos, motivados y agradecidos?…
Más información sobre longevidad y salud: fuegovidapaz@hotmail.com