¿Por qué necesitamos los abrazos?

¿Por qué necesitamos los abrazos?
José C. Sánchez

José C. Sánchez

Inspiración

Es agosto de 2020. En medio de la pandemia más grande que se haya visto en un siglo, el planeta mira expectante qué pasará con los seres humanos. Nosotros contemplamos el panorama, escalofriante y tranquilizante a la vez: un mundo que podría estar vacío, que continúa igual o que debería cambiar. Tal vez no queramos cambiar, pero la realidad nos obligará a dar saltos inimaginables.

Ahora miramos por mucho tiempo las pantallas de la computadora y del celular, que se han convertido no sólo en nuestras herramientas de trabajo, sino también en nuestra oficina y sala de juntas, nuestra tienda, cine y hasta cuarto de juegos. La interacción virtual está más activa que nunca, y hay quien hasta ya desarrolló la fobia de encender las cámaras o micrófonos en un momento inoportuno.

Hoy dependemos de internet y su extraña realidad hasta para saludarnos. Pero esto, ¿qué implica? Para quienes hacemos home office —a veces a deshoras, pagando nuestra propia luz e internet, y cocinando nuestra propia comida—, el problema de la interacción virtual es que no puedes dar la mano para saludar, no puedes abrazar al “espejo negro” ni puedes besar una pantalla. O bueno, quizá sí puedas hacerlo… pero definitivamente no se sentirá igual.

Sí, nuestras pantallas nos permiten cierta interacción virtual y ver a otros a la distancia, incluso del otro lado del mundo, y eso puede hacernos sentir menos solos. Pero si, como dicen algunos, estamos viviendo un cuento de ciencia ficción, el autor omitió una medida para suplir el contacto humano —y espero que no sea como en la cinta El demoledor, de Sylvester Stallone, donde dos personas tenían intimidad interconectando sus cerebros para tener un orgasmo.

Ahora, como plantea el título de este texto, ¿por qué nos hacen falta los abrazos? Para empezar, diría que necesitamos la agradable sensación de seguridad que brinda la presencia cercana de un ser querido. Empezar una jornada de trabajo después de abrazar a la persona que quieres hace que aunque tu día sea pesado, al menos lo inicies de buen humor, relajado y menos preocupado.

Y es que el abrazo no sólo es agradable, sino que también tiene beneficios para la salud: así lo demostró un estudio de la Harvard Medical School, en el que sesenta mujeres presentaron niveles altos de oxitocina —llamada la “hormona del amor”—, la cual redujo la ansiedad, la presión arterial y el ritmo cardiaco antes de una actividad estresante, después de que sus esposos o parejas hablaron con ellas unos minutos y las abrazaron durante veinte segundos [1] .

Se dice que una persona que recibe contacto afectivo desde la infancia es más proclive a desarrollar relaciones sociales saludables y tiende a empatizar mejor con las personas que la rodean. Por eso recibir abrazos desde pequeños es una práctica que, además de demostrar amor, nos ayuda a percibir nuestro entorno de una manera más amigable. Tocarnos o sentirnos alivia viejas tristezas, nos une como personas, nos hace sabernos cerca y queridos.

Es simple: si por la mañana recibes un abrazo de la persona que amas, iniciarás tu jornada con una sensación de amabilidad, lo que aliviaría algún enojo que tengas; luego tu cerebro liberará oxitocina, que te hará sentir una agradable relajación; el mundo no te parecerá tan hostil y te irás con una grata sensación.

En estos momentos en que es mejor permanecer aislados —aunque otros no tengan más opción que salir a ganarse el pan de cada día—, sería bueno tomar conciencia del último abrazo que recibiste de parte de un familiar, de un amigo o del amor de tu vida. Porque, si lo piensas bien, puede ser que alguno de esos abrazos haya sido el último que esa persona te dará en su vida.

Pero no nos pongamos melodramáticos. Quizás esa persona que abrazaste hace meses está esperando ansiosa para volver a hacerlo. Quizá, cuando finalmente vuelvan a abrazarse, será mágico. Quizá tu siguiente abrazo no sólo será algo medible por la ciencia: tal vez será un poco de poesía.

Quizá sonará tonto o cursi, pero tal vez —y nada más tal vez— nuestro siguiente abrazo unirá nuestros huesos, aplastará nuestra piel y juntará nuestras almas… para sentirnos un poquito mejor.

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[1] Para ver el resumen del estudio, visita el siguiente enlace.

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