Cuando cursé la primaria, fue mi maestro de quinto —un extraordinario docente que me transmitió su amor por la ciencia, la razón, la lógica y la inteligencia— quien me contó la popular anécdota: la razón de que no exista un Premio Nobel de Matemáticas es que la esposa del generoso sueco se enamoró, justo, de un matemático. Y es que, si hay galardones para químicos, físicos, médicos, escritores y hasta economistas notables, ¿por qué Alfred Nobel no legó parte de su fortuna a quienes descifran el cosmos y la realidad a través de los números?
Antes de dilucidar si esta versión es cierta y tiene sustento histórico, primero hablemos de las generalidades: el Premio Nobel es uno de los galardones más prestigiosos del mundo y es ampliamente reconocido como la distinción más alta a la inteligencia humana. Se otorga anualmente en seis categorías: Química, Fisiología y Medicina, Literatura, Paz, Física y Ciencias Económicas, con cargo a un fondo legado a tal efecto por Alfred Nobel, un científico sueco famoso por sus inventos y patentes en distintos campos de la ciencia y la tecnología.
Como uno de sus creaciones más conocidas fue la dinamita, Nobel no quiso “dejar un legado amargo tras su muerte”, por lo que en su testamento dispuso que la mayor parte de su patrimonio se usara para otorgar los premios que llevan su nombre, los cuales se entregarían sin distinción de nacionalidad… pero sí de profesión, dejando fuera de las premiaciones a los matemáticos. Entonces, ¿en verdad uno de ellos “metió el lápiz en la nómina” del señor Nobel?
Cuando uno ahonda en esta versión, los dedos apuntan en una dirección: el matemático sueco Gösta Mittag-Leffler. Pero, vale la pena aclararlo ya, todo ese asunto es una leyenda urbana, un mito, una falacia: para empezar, Nobel nunca se casó y si bien tuvo una novia vienesa, no existen registros de que ésta hubiera tenido un lance con Mittag-Leffler o con algún otro matemático.
Según un ensayo publicado en el blog de la Universidad de Waterloo en Canadá, Gösta Mittag-Leffler (1846-1927) fundó en 1882 la revista matemática Acta Mathematica —que décadas después sigue siendo una de las más importantes del mundo— y, tiempo más tarde, fue director de la Escuela de Estocolmo, precursora de la actual Universidad de Estocolmo. Pero, a pesar de ser ambos suecos, Mittag-Leffler y Nobel no tuvieron mucho contacto, pues éste residía en París; tampoco existe evidencia de que hubiera animosidad entre ellos y lo que es más: Mittag-Leffler por algún tiempo trató de persuadir a Nobel de que donara parte de su fortuna para financiar la Escuela de Estocolmo.
Tras la muerte de Nobel en 1896, Mittag-Leffler se quedó “con un palmo de narices” y decepcionado de que toda su fortuna hubiera ido a parar a los Premios. Según el matemático canadiense Raymond Clare Archibald —quien da fe de su encuentro con Mittag-Leffler en una carta hallada en los archivos de la Universidad Brown—, Gösta en el fondo sintió que la ausencia de un Nobel de Matemáticas se debió al desencuentro que él tuvo con el inventor de la dinamita.
Quizá por ahí se haya creado la leyenda y se sazonó con la razón más habitual de una disputa entre dos hombres: una mujer. Ve tú a saber. Pero lo más probable es que la razón sea sencillamente que Alfred Nobel no veía en las matemáticas una disciplina que fuera de utilidad y servicio a la humanidad —un campo quizá demasiado teórico y abstracto para un hombre práctico como él—, ya que este es el principio de la existencia de los premios. Así de fácil.