¿Por qué nos gusta ver películas de terror?

¿Por qué nos gusta ver películas de terror?
Davo Valdés de la Campa

Davo Valdés de la Campa

Creatividad

Ninguna película de ningún género ha causado reacciones tan variadas como El exorcista (1973) de William Friedkin. Mientras fue exhibida, en los Estados Unidos los cines se abarrotaron de filas interminables de personas que querían verla y, al mismo tiempo, cientos de espectadores se desmayaban, vomitaban o eran víctimas de ataques de psicosis temporal durante las funciones del filme.

El exorcista fue la primera película de terror que se convirtió en un verdadero éxito de taquilla. El público y la crítica la celebraron por igual, pero también desató un sinfín de leyendas, mitos y especulaciones en torno a su filmación y al origen de la historia. El guión —una adaptación de la novela homónima de William Peter Blatty, quien vendió los derechos a Warner Brothers incluso antes de publicarla— sigue el proceso de posesión y de exorcismo de una niña de doce años: la entrañable y terrorífica Regan. La cinta tuvo tanta notoriedad que logró arrebatarle los titulares al Watergate y desencadenó el rechazo de instituciones católicas que se horrorizaron con la escena de la masturbación con el crucifijo.

Existe un antes y un después para el cine de terror con El exorcista, ya que desafió las normas de lo que podía mostrarse en pantalla. Según diarios de aquel tiempo, la gente que la vio en la época de su estreno tuvo reacciones traumáticas y de horror puro. Ante lo anterior, uno se pregunta: ¿por qué alguien querría experimentar algo así?, ¿por qué nos gustan tanto las películas de terror?

Escena de "El exorcista", de William Friedkin (1973)

Experiencias personales

Yo vi El exorcista cuando iba en sexto de primaria y se estrenó la versión con escenas nunca antes vistas —entre ellas, el famoso paso de la araña. No tenía idea de lo que iba a enfrentar, no tenía antecedentes de la película ni de sus implicaciones históricas. Fui una especie de virgen cinematográfico que encaró al más grande horror del séptimo arte. Meses de no poder dormir, pesadillas, traumas y terapias no fueron suficientes para desestimar mi anhelo de encontrar una película que me provocara el mismo terror. ¿Por qué? ¿Qué desató mi búsqueda?

Según Jeffrey Goldstein, profesor de psicología social y organizacional en la Universidad de Utrecht, Holanda, uno busca cine de horror “porque desea que le afecte. Eso es totalmente cierto en la gente que ve productos de entretenimiento como los filmes de horror con grandes efectos. Y ellos quieren esos efectos”. ¿Y cuáles son los efectos que los fanáticos del horror buscan? Según Goldstein y otros investigadores, estos “van desde el rush de adrenalina, la distracción de la vida mundana y el goce voyeurista de observar una situación horrible desde una distancia segura, como si viéramos desde la playa —asombrados y aterrados a la vez— a un tiburón devorando a un surfista”.

Según Glenn Sparks, un especialista de la Universidad Purdue, nos gusta ver películas de terror por lo que nos hacen sentir una vez que terminan, gracias a lo que él llama “proceso de transferencia de excitación”. Esto significa que al ver algo que nos asusta, nuestro pulso se acelera, producimos adrenalina y la respiración se interrumpe; pero cuando el estímulo —en este caso, el filme— cesa, los efectos residuales de esa excitación permanecen e intensifican emociones tales como disfrutar y reír con los amigos. Esto quiere decir que en lugar de recordar el susto, el cerebro se concentra en los buenos recuerdos.

Otra razón de peso la podemos encontrar en las ideas de Aristóteles. Él creía que cierto tipo de historias trágicas provocan algo denominado catarsis, que es una especie de purificación o de aprendizaje a través de lo terrorífico. La catarsis enfrentaba al espectador a sus propias bajas pasiones, al verlas proyectadas en los personajes de la obra y al permitirle conocer el castigo merecido e inevitable que deriva de éstas, pero sin experimentarlo en carne propia.

Factores y espectadores

Por otro lado, según el psicólogo Glenn D. Walters, las películas de terror son atractivas debido a tres factores: 1) la tensión que nos producen y que obedece al misterio, al shock, al derramamiento de sangre y al terror, en cintas como La masacre de Texas; 2) la relevancia que tienen, ya que hablan de algo que nos interesa a todos, como el miedo a la muerte o la ira reprimida, y 3) la irrealidad, pues pese a las imágenes realistas y explícitas de ciertos filmes como Hostel o Saw, en el fondo sabemos que lo que vemos no es real.

Un estudio dirigido por Deirdre D. Johnston reveló que hay cuatro tipos de espectadores del cine de terror: los espectadores gore, que tienen baja empatía, buscan sensaciones y se identifican con el asesino; los espectadores de emoción, quienes se identifican más con las víctimas; los espectadores independientes, que se sienten motivados por el suspenso, y los espectadores problema, que se identifican con las víctimas pero generan un sentimiento de desolación.

Espectadores de cine de terror

Regresando a las investigaciones de Glenn Sparks, él asegura que los hombres disfrutamos más de las películas de terror, y esto se debe a que el género masculino socialmente se programa para ser valiente y disfrutar de las amenazas, con la idea de dominarlas; además, las mujeres son más propensas a buscar la cercanía física cuando se asustan, y es el momento idóneo para que los hombres muestren fuerza y valentía —el llamado “efecto abrazo”. El mismo estudio dice que los hombres disfrutan más una película de terror cuando la ven con una mujer que está asustada, y a su vez, que las mujeres gustan más de estas películas cuando las ven con un hombre que no está asustado.

Los factores evolutivos también se suman a la explicación de por qué disfrutamos el terror en la ficción: nuestro cerebro parece recompensarnos cuando evaluamos el peligro de una situación, una función que pudo ser de primera necesidad en una etapa temprana de la especie. Según los especialistas, la amígdala —una zona de respuesta “primitiva”— sostiene una agitada conversación con el córtex —de reciente adquisición evolutiva—, lo cual nos permite interpretar los factores ambientales y responder con emociones como el miedo. Esto, por supuesto, siempre con la distancia y la certeza de que lo que vemos es una obra ficticia.

El instinto de huir

No siempre fue así. Pienso en Llegada del tren (1895) de los hermanos Lumière: en este filme se empleó la técnica del travelling inverso —que permite apreciar la profundidad de campo— y la imagen muestra la llegada de un tren a la estación La Ciotat. Si es verdad lo que cuenta la leyenda, los espectadores de la primera función del cinematógrafo —en el Salon Indien du Grand Café de París, el 28 de diciembre de 1895— salieron huyendo del lugar porque pensaron que el tren los aplastaría. Y aunque el corto no se concibió como una película para asustar ni como la génesis de un nuevo arte, y los creadores del cinematógrafo no sabían la trascendencia que tendría su invento, estamos ante la primera y más grande película de horror: una cinta que aún no definía las reglas en torno a la ficción y la realidad, que lograba transgredir todo aquello que el horror ha buscado explotar desde sus inicios hasta sus más brutales límites. En resumen, bastaron cuarenta y nueve segundos de una imagen en movimiento para cambiar el curso de la historia.

Yo creo que, en el fondo, las películas de horror plantean la incapacidad de los humanos de huir del terror que constituyen ellos mismos. En algunos casos, la crisis detona problemas sin resolver y los evidencia; pero a menudo son esos mismos problemas los que afectan su juicio a la hora de enfrentar algo mucho más grande. Los personajes pueden vencer al fantasma, resolver el misterio y hallar la forma de escapar, pero seguirán en su misma piel, cargando los mismos demonios y los mismos complejos. Lo difícil es huir de uno mismo. Y cuando vemos cine de horror, eso es lo que intentamos: escapar de nosotros mismos…

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