Podríamos responder la pregunta que da título a este texto diciendo que nos gusta ver videos de gatos o perros porque juzgamos las imágenes en cuestión como “agradables”. En otras palabras, podríamos decir que nos gusta ver estos videos porque nos causan placer.
Pero esta respuesta es circular, pues pareciera que estamos diciendo que nos gusta ver videos de nuestras mascotas simplemente porque nos gusta ver videos de nuestras mascotas. Entonces, tal vez convenga abordar la cuestión con más detalle.
Quizás el placer se deba al amor que les tenemos a nuestras mascotas. Pero, ¿de dónde nace este amor? Se ha dicho que algunos de los atributos “infantiles” de nuestras mascotas —ojos grandes, mejillas regordetas, nariz y boca pequeñas; rasgos similares a los de los bebés, humanos y de otras especies— desencadenan una respuesta emocional en nuestro cerebro que nos hace verlos más “lindos”.
Al menos en los bebés humanos, esta respuesta emocional se ha seleccionado evolutivamente porque promueve su supervivencia —ciertamente otras especies, o individuos, que conservan rasgos “infantiles”, un fenómeno llamado neotenia por los biólogos, nos parecen también más “lindos” o más “queribles”.
Muy probablemente, el amor a nuestras mascotas se deba igualmente a su incorporación a nuestras familias. Esto es parte del proceso de domesticación animal; y es importante señalar al respecto que la domesticación, además de implicaciones biológicas, tiene fuertes implicaciones culturales.
Por ejemplo, el ancestro del gato moderno, que pudo haber sido el gato silvestre africano, fue objeto de una domesticación impulsada por fuertes móviles religiosos dada la conexión establecida por los antiguos egipcios entre los gatos y la diosa “gato” Bastis —también llamada Bastet.
Sabemos que en 1600 a.C. el gato ya era una especie doméstica; esto implica que los gatos poseían una carga cultural y simbólica extra; tenían derecho a la vida eterna y eran vistos como mensajeros entre dioses y humanos. En Egipto, la antigua ciudad de Bubastis era el principal centro de culto a Bastis, y alojaba una necrópolis en cuyas catacumbas reposan cientos de momias de gatos.
Momia de un gato (museo del Louvre)
El perro, por otro lado, fue domesticado en Europa durante el Paleolítico Superior —entre 35 a 10 mil años atrás— a partir de algún ancestro del lobo moderno. El perro llegó a Norteamérica alrededor del año 8000 a.C. y al territorio que hoy incluye a México aproximadamente en el año 2000 a.C. En Mesoamérica, los perros tuvieron un papel fundamental como alimento, ofrenda, compañía de muertos y vivos, símbolo divino y personaje en mitos.
Una muestra de los lazos afectivos que mantenemos con nuestras mascotas, además de que vivan en nuestra casa y de que no nos las comamos, es que les damos un nombre propio. Cuando era niño, un amigo de mi padre le encomendó la crianza de un becerrito a mi madre. Ella lo atendió con esmero y amor, tanto que hasta lo bautizó con el nombre de “el Bobby”. Un día, sin avisar, el amigo de mi padre reclamó al animalito y días después regresó con grandes trozos de su cuerpo inerte. Esto entristeció a mi madre hasta las lágrimas. La carne del pobre “Bobby”, desde luego, no fue tocada.
Cuando las mascotas poseen un nombre, conforman una relación muy estrecha con el mundo afectivo del dueño. Esta designación particular, el nombre propio, establece un vínculo que impone paridad entre los vinculados; los vuelve iguales en algún respecto. Por eso es aconsejable evitar establecer una relación afectiva con los animales que se convertirán en alimento de la familia, y no nombrarlos, como en el caso del becerrito y mi madre.
Ahora bien, se cree que los videos de perros nos atraen por la interacción entre ellos y la cámara, porque nos muestran su comportamiento predictivo, sus respuestas a nuestras órdenes. En cambio, los de gatos llaman nuestra atención porque nos atrapan sus acciones fortuitas. A los gatos se les ve despreocupados, o inconscientes, de sus observadores humanos.
A este respecto, Radha O’Meara, profesora de la Universidad de Melbourne, ha señalado que en un mundo en el que se está permanentemente bajo el escrutinio de la supervisión —a través de internet, cámaras de vigilancia, celulares, checadores, etc.—, la popularidad de los videos de gatos con personalidades independientes y actitudes distantes se debe a que nos ofrecen el placer de imaginarnos libres de la vigilancia y de, contradictoriamente, someternos y experimentar con virtual indiferencia el ser observados.
Por otro lado, Jessica Gall Myrick, de la Universidad de Indiana, condujo una encuesta en línea con casi 6 mil 800 participantes para conocer las motivaciones y beneficios del consumo de videos de gatos en internet. La investigadora encontró que los videos provocan emociones hedónicas o placenteras positivas, como sentimientos de felicidad, así como un incremento en la vitalidad después de verlos. Lo negativo de los videos es que los observadores pueden usarlos para retrasar la realización de tareas más importantes. El problema entonces se plantea en términos de emociones contrarias suscitadas por una misma práctica.
Finalmente, en una investigación reciente realizada por Sophie Janicke-Bowles y otros estudiosos de los mass media, se condujo un estudio con un grupo de 200 empleados estadounidenses para medir los efectos de ver videos inspiracionales y de entretenimiento. Se encontró que los videos inspiracionales, además de dotar a los trabajadores de energía para emprender sus tareas, parecen tener un impacto positivo en su bienestar.
En cuanto a los videos de entretenimiento, los autores concluyeron que no parecen tener efectos directos ni indirectos en el bienestar de los empleados; sin embargo, apuntan que, al parecer, estar expuesto a ambos tipos de videos por un periodo de tres a cuatro minutos reduce significativamente los niveles de estrés.
Moraleja: disfruta tus videos de gatitos y perritos, ¡pero no desatiendas tus tareas prioritarias!