
Desde la revolución que representó la idea de las inteligencias múltiples, muchos investigadores empezaron a preguntarse cómo podía definirse la espiritualidad en términos psicológicos, o si acaso estaba asociada a los rasgos de la personalidad. Fue así como, en la década de 1990, el psiquiatra Robert Cloninger generó una primera aproximación, diciendo que la espiritualidad abarca la capacidad de trascendencia del ser humano, el sentido de lo sagrado y comportamientos virtuosos como el perdón, la gratitud, la humildad o la compasión.
Desde entonces, el avance científico ha seguido su curso y con ello se ha afianzado la idea de que la inteligencia espiritual es una realidad humana científicamente verificable y que a través de ella no captamos datos, ideas o emociones, sino que percibimos los contextos mayores de nuestra vida y las totalidades significativas que nos hacen sentir una vinculación con el Todo.
El neurobiológo Michael Persinger y la física cuántica Danah Zohar llamaron “punto de Dios” a una región cerebral en los lóbulos temporales, ya que en ella se producen oscilaciones neuronales cuando pensamos en temas religiosos o en valores que conciernen al sentido más profundo de la realidad; además, estudios de imagen en los cerebros de monjes budistas mientras rezan o meditan revelan que además de esa zona también se activan el núcleo caudado, el giro cingulado, las cortezas insular, orbitofrontal y prefrontal; el tronco del encéfalo y el tálamo.

Zohar también identificó las características de las personas espiritualmente inteligentes, y algunas de las más importantes son:
- Son espontáneas y gestionan su miedo.
- Ven las cosas de manera más amplia y universal.
- No temen preguntar: ¿por qué?
- Alimentan la independencia física, material y emocional.
- Están a favor de la diversidad.
- Saben aprovechar los malos aspectos de su vida.
- Siguen sus ideales y nunca abandonan sus valores.
- Buscan el autoconocimiento.
Por su parte, el escritor especializado en ciencias religiosas y doctor en filosofía José Luis Vázquez Borau afirma que la inteligencia espiritual es la capacidad para conducir bien la propia vida, tomando el control y la responsabilidad de los pensamientos, sentimientos, acciones y valores, y decidiendo la manera de responder a los eventos desafiantes. Además, esta inteligencia ve a la compasión como el valor fundamental de la vida, por lo que el interés genuino y profundo en el bienestar de todos los seres deriva en la capacidad del ser humano de ser feliz.

Richard Colman, en su libro Pensar con el alma, define la inteligencia espiritual como“la capacidad del ser humano para hacerse preguntas fundamentales sobre el significado de la vida y para experimentar, al mismo tiempo, la perfecta conexión entre cada uno de nosotros y el mundo que nos rodea”. Se trata de la conciencia de la humanidad, de la capacidad de maravillarse y de fraternizar, así como de la disponibilidad de escuchar y comprender a los demás.
Detallemos ahora cómo puede desarrollarse esta inteligencia. El filósofo Francesc Torralba desarrolló una lista de diez puntos clave que hay que tener en cuenta; aquí una breve síntesis de los cuatro más importantes:
Sé capaz de tomar distancia. Distanciarnos de un problema, un pensamiento o incluso de un sentimiento nos permite ganar perspectiva para, de este modo, ser imparciales ante tal evento. Para Torralba, es de gran importancia saber tomar distancia, ya que nos ayuda a entender la realidad de mejor manera y permite que nuestra inteligencia emocional actúe positivamente en la toma de decisiones.
Sé consciente de tu propia existencia. La capacidad de admirar a alguien o algo es humana; pero para admirar algo es necesario un requisito previo: ser consciente de la propia existencia y de la existencia del otro y de lo otro. Cuando admiramos la belleza, nos llevamos la sorpresa de amar, de disfrutar la vida y apreciar el hecho de que, a pesar de que hemos sido arrojados al mundo, estamos en él como un proyecto: sólo tenemos que pensar cuál y cómo es ese proyecto de vida.

Formúlate preguntas. ¿Qué espero de la vida? ¿Por qué estoy en este mundo? ¿Vale la pena existir? ¿Es verdad que cada quien tiene una misión? Al parecer, sólo los seres humanos somos capaces de formularnos estas preguntas, y el hacerlo nos ayuda a ejercitar la inteligencia espiritual. No es necesario tener las respuestas a esas interrogantes: se trata simplemente de reflexionar y de razonar en torno a aquello que queremos de la vida y de nuestros valores asociados a ello.
Busca la sabiduría. La ciencia trata de determinar las causas y condiciones, y de hallar el “qué” y el “cómo”, pero la humanidad también necesita saber el “para qué”. El propósito de las cosas y de las situaciones ilumina el sentido, que a su vez es trascendente aun cuando requiere de una historia para ser contado y actualizado: si no sabemos nuestra historia, no podremos generar un sentido. La inteligencia espiritual es, por tanto, un asunto personal ajeno a la acumulación de prestigio y de conocimiento: es asombro y es acción…
