¿Qué es la literatura juvenil?

¿Qué es la literatura juvenil?
José C. Sánchez

José C. Sánchez

Inspiración

Desde que tenía doce años he sido un viejito amargado y cascarrabias. Por suerte, también soy algo así como un Benjamin Button del mal carácter, pues mientras más pasan los años más alegre me vuelvo. Mis lecturas nunca estuvieron muy orientadas a la “literatura para jóvenes”. Siempre creí —y sigo creyendo— que un joven debe leer Demian de Herman Hesse, En el camino de Jack Kerouac y, sin duda, algún libro de Michael Ende antes de los dieciocho años, pues son libros que alimentan la imaginación y que marcan la adolescencia, o incluso la vida misma —al menos a mí me hicieron reflexionar profundamente.

Mientras avanzo, con una alegre sonrisa en los labios, hacía mis días finales, he ido descubriendo autores maravillosos, muchas veces clasificados en el género de “literatura juvenil”. Y quisiera reparar precisamente en qué significa ese término. Primero, quizá deberíamos señalar que el concepto actual de infancia es más bien reciente; apenas comenzó a surgir a finales del siglo XIX. Antes, los niños eran tratados de forma muy distinta —un ejemplo bien podría ser Oliver Twist de Charles Dickens, publicado en 1837.

Escena de "Oliver Twist", de Charles Dickens

Algunos investigadores, como Phillipe Ariès, incluso han afirmado que antes del siglo XVIII no había un “sentimiento” de infancia, y han elaborado hipótesis según las cuales los niños medievales ni siquiera eran nombrados, por temor a que la muerte sobreviniera repentinamente. Las tesis de Ariès, sin embargo, han sido criticadas, refutadas, y ampliamente discutidas —a veces porque son falsas, otras porque la interpretación que se les ha dado no es la correcta. En todo caso, es verdad que John Locke, con su idea de la tabula rasa, tuvo un impacto profundo en la filosofía del siglo XVIII y contribuyó a que nuestra sociedad viera a los niños como algo que debe ser protegido y educado.

El hecho de que nuestro concepto contemporáneo de infancia sea rastreable a finales del siglo XIX explica también otras cosas que son importantes para nuestro tema. Durante ese siglo, la civilización occidental atravesaba lo que se ha llamado la Revolución Industrial, un fenómeno que eventualmente trajo consigo a la clase media e inauguró la era capitalista que, como sabemos, se convertiría en la era del consumo. En algún momento del siglo XX, podríamos entonces suponer, la infancia se volvió un factor comercial; un valor con el que se podía lucrar; ya no en términos de trabajo infantil, pero ciertamente en términos de nuevos mercados: precisamente, el mercado de los productos infantiles y, eventualmente, juveniles.

La idea de la infancia trajo consigo la idea la juventud. Aún no se inauguraba la época de los eternos adolescentes que compramos juguetes sin importar nuestra edad, pero la semilla estaba plantada. En tanto niños y jóvenes son consumidores potenciales, y los libros son —aunque pese admitirlo— un producto, había que encontrar qué tipo de historias se le podía vender a ese público.

En este punto, hay que decir que existen autores considerados como “juveniles” hoy en día que, sin embargo, no tenían la pretensión de escribir para un público determinado —y, seguramente, mucho menos para “jóvenes”—; fueron, en alguna medida, las casas editoriales las que contribuyeron a ese encasillamiento. Me refiero a autores como Julio Verne, Robert Louis Stevenson, William Golding y prácticamente todos aquellos que narraran una aventura —quizá porque a los jóvenes les llama la aventura, la necesidad de salir a encontrar su lugar en el mundo; el más básico camino del héroe, podríamos decir en otras palabras.

Portadas de publicaciones con textos de Verne, Stevenson y Golding

Por otro lado, están los autores que pertenecen propiamente a la literatura juvenil —sin comillas— y que son los verdaderos representantes del género. Quizás el trabajo más representativo de este tipo de obras sea Harry Potter de J.K. Rowling, una escritora que probablemente sin querer —o tal vez ese era su plan maligno— convirtió en lectora a toda una generación de jóvenes. Reunió un montón de seguidores y simplemente replicó lo básico, contar una aventura. Con elementos mágicos, sí, pero a fin de cuentas una aventura: un pequeño niño al que vemos crecer a través de su gesta heroica.

Cuando Harry Potter llegó al cine, tuvo lugar un boom de la literatura de fantasía juvenil, no sólo por la saga del joven mago, sino porque al mismo tiempo Peter Jackson adaptó El señor de los anillos de J.R.R. Tolkien.Los dos filmes tuvieron varias secuelas y contribuyeron a engrandecer los nombres de Rowling y Tolkien, respectivamente. En el caso de este último, su obra dejó de ser underground para convertirse en un aplastante fenómeno de masas. Además, en los años subsecuentes surgieron, o se dieron a conocer, un sinfín de autores dentro del género.

En lo personal, yo desarrollé un fuerte gusto por las historias que tienen lugar fuera de nuestro planeta. La ciencia ficción fue mi primer coqueteo con la literatura juvenil, pero pronto descubrí un mundo sin límites. La mayoría de las veces la literatura juvenil habla de los mismos temas que toda la otra literatura, pero lo hace desde la perspectiva del joven, desde el lenguaje que lo identifica. Mi gran descubrimiento fue que la literatura juvenil está muy relacionada con subgéneros como la literatura de aventura y romance, con historias de vampiros y con infinidad de otros temas —incluso hay obras híbridas que bien pueden hablar de vampiros enamorados en el espacio.

En México no nos hemos quedado atrás, y tenemos excelentes autores de literatura juvenil. Está, por ejemplo, Francisco Hinojosa, entre cuyas novelas juveniles está Con los ojos abiertos. Dentro del género, también podemos encontrar a la vampira mexicana protagonista de Gothic Doll, escrita por Lorena Amkie, y una novela que no contiene personajes tan jóvenes —digamos que son más bien jóvenes de corazón— escrita por Antonio Malpica, llamada #MásGordoElAmor. Todos esos trabajos son ampliamente recomendables, pero uno también puede ir a las grandes librerías de la ciudad para encontrar una sección repleta de autores juveniles mexicanos que cuentan historias de muchísima calidad.

Portadas de libros de Nacho Hinojosa y Antonio Malpica

Para terminar, quiero recordar una plática, justamente de Malpica, en el museo de la Ciudad de México. Alguien en la audiencia le preguntaba si la literatura para chavos debe dejar una lección. Él respondió que no, que ese tipo de literatura no debe o no tiene por qué ser didáctica ni pedagógica: “Si te deja una enseñanza, qué mejor, pero las historias están nomáspara contarse”, agregó.

Yo creo que el éxito de la literatura juvenil radica en que muchas veces es para disfrutarse, para tener aventuras, para amar, para soñar… Es cierto que, por ejemplo, Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift tiene muchos comentarios políticos y una excelente sátira social, pero algo en la historia la hizo poder ser vista también como literatura juvenil —quizá la emoción de viajar, quizá los liliputienses. Seguramente eso seguirá pasando con muchas historias, que podemos disfrutar sin importar si sólo somos jóvenes de corazón.

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