La música es una de las artes más antiguas y un medio de expresión para que el ser humano pueda comunicarse y expresar ideas y sentimientos. No se sabe con certeza cuándo surgió, pero al ser una combinación de sonidos y silencios es probable que sea tan antigua como los primeros lenguajes y que haya cumplido funciones sociales e individuales similares a las actuales. Ya sea que la escuchemos de forma pasiva —de fondo—, receptiva —atmosférica, para generar emociones— o activa —cuando se analiza y es el foco principal de interacción—, la música provoca en nosotros respuestas fisiológicas y emocionales, aunque no nos demos cuenta de ello.
La combinación de sonidos, silencios y la frecuencia con que éstos ocurren, tiene un impacto significativo en nuestro cuerpo, el estado de ánimo y los procesos cognitivos. Cuando escuchamos atentamente, se activan regiones del cerebro para procesar dicho estímulo, entre ellas el lóbulo temporal, el cerebelo, la amígdala, el hipocampo y, en particular, las estructuras del sistema límbico, que se encarga de controlar la memoria, de participar en la respuesta fisiológica a estímulos que nos provocan emociones y de procesar éstas.
Cada vez que te alegras, te enojas o lloras al escuchar una canción, el responsable es tu sistema límbico trabajando en conjunto con otras regiones de tu cerebro. Curiosamente, cuando te sientes triste es probable que busques música que te permita dar rienda suelta a esa emoción, como si quisieras sentirte acompañado en el sentimiento; pero si tu objetivo es cambiar de estado de ánimo a uno más jovial, también puedes conseguirlo con música. Es cada caso, el género musical adecuado estimula tu corteza sensorial auditiva y, entonces, el cerebro ordena la liberación de dopaminas y endorfinas que resultan en una agradable sensación.
La regulación emocional por medio de la música resulta útil cuando sabes cómo reacciona tu cerebro a los distintos géneros musicales. Si deseas relajarte, puedes recurrir a géneros que disminuyan la frecuencia cardíaca, como el Lo-Fi o la música barroca; pero si, en cambio, quieres activarte y llenarte de energía, elige canciones con un ritmo acelerado como las llamadas power songs, por ejemplo: “Don’t Stop Me Now” de Queen, “Eye of the Tiger” de Survivor, “Living on A Prayer” de Bon Jovi, o “Girls Just Wanna Have Fun” de Cindy Lauper.
Por otro lado, escuchar música y tocar un instrumento se relacionan estrechamente con las emociones y la memoria. Nuestros recuerdos son más vívidos cuando están asociados a emociones intensas, de modo que es más sencillo recordar la letra de una canción que “te llega” o te recuerda a tu primer amor que, por decir, las capitales de los estados de la Unión Americana. Por esta influencia benéfica en el cerebro, es que mucha gente estudia o trabaja con música y elige aquella que se apegue más a sus necesidades de energía, creatividad o relajación.
En años recientes se ha popularizado el Lo-Fi —del inglés Low Fidelity o “baja fidelidad sonora”—, pues dicen que resulta ideal para concentrarse. Este género musical incorpora notas desafinadas, ruido blanco, sonidos ambientales y animales en bases melódicas de hip-hop o de jazz con ritmos simples, constantes y sin voz. Quienes lo escuchan afirman alcanzar estados de relajación por la disminución de la frecuencia cardiaca; esta sensación de bienestar conduce a un mejor enfoque en el estudio, mayor retención de la información y consolidación de la memoria.
Un aspecto importante del efecto de la música en el cerebro es su impacto social: cuando compartimos gustos musicales con otros podemos construir conexiones emocionales más fácilmente con ellos, pues al escuchar la misma música al mismo tiempo —como en un concierto— se estimulan idénticas regiones cerebrales y se genera una experiencia compartida en la que pareciera que las neuronas activadas se sincronizan con las del resto de la gente.
Vemos entonces que por medio de la música se puede alterar la percepción de distintos eventos o de medios como los documentales, las películas, los comerciales o los mensajes políticos. Por eso es tan importante prestar atención a la música que uno consume al estudiar, en el trabajo o, incluso, al pasear en los centros comerciales. Entender cómo la música estimula nuestro cerebro y provoca respuestas fisiológicas y cognitivas puede ayudarnos a regular nuestras emociones —uno de los fines de la musicoterapia— y, así, a tomar más control de nuestras experiencias.