Con frecuencia se concibe a la creatividad como una capacidad mágica y a las ideas novedosas, como el producto de un don innato que permite a ciertas personas dar con soluciones “fuera de la caja” sin esforzarse demasiado. Pero, según estudios y la experiencia de profesionales, ser creativo es algo más similar a la alquimia, pues implica métodos, técnicas y fórmulas que orientan el pensamiento hacia distintas caras de la innovación para lograr resultados.
En Bicaalú hemos expuesto, por ejemplo, retos de escritura creativa, técnicas para inventar cosas nuevas o ejercicios de dibujo para estimular el lado creativo. Pero cuando en la vida o el trabajo se nos presentan encargos o problemas que exigen pensar creativamente, es posible detectar dos tendencias divergentes: la de mejorar lo que ya existe y la que, de plano, propone sustituirlo. Así las cosas, vuelvo a plantear la interrogante del título: ¿qué tipo de creativo eres tú?
Según un artículo publicado en el boletín de la MIT Sloan Management School, si hablamos de innovación —es decir, de los procesos destinados a la creación de nuevos productos, ideas, servicios, metodologías o flujos de trabajo— existen dos tipos de creatividad: la desarrolladora (developmental) y la disruptiva (disruptive). Veamos en qué consiste cada una de ellas.
La creatividad desarrolladora se distingue porque involucra la combinación, unión o expansión de conceptos u objetos existentes; es decir, este tipo de personas creativas se enfocan en ampliar, extender, evolucionar o madurar una idea, un objeto o una línea de pensamiento que resultó útil para resolver un problema en el pasado. Un ejemplo práctico y familiar de esto sería la evolución de la pluma de ave mojada en tinta hasta convertirse en pluma fuente o bolígrafo.
Quien ejerce la creatividad desarrolladora a menudo hace preguntas como “¿Qué pasa si fusiono A con B?”, “¿Y si tomo esta solución para el problema N y trato de aplicarla al problema Q?” o “¿Cómo podría mejorar el objeto, servicio o proceso W para que, además, haga X, Y y Z?” Es decir, siempre parten de algo existente para crear algo nuevo, mejorado, corregido y/o aumentado.
Por su parte, la creatividad disruptiva se basa en la destrucción, eliminación o deconstrucción del objeto, problema o concepto, para que así surja una visión, perspectiva o forma novedosa de aproximarse a la solución. Son el tipo de personas que, cuando enfrentan un bloqueo o se topan con un callejón sin salida creativo, acostumbran “quitar todo de la mesa” y partir de ceros para evitar caer en la tentación de asumir, suponer o dar por sentado algún aspecto del problema.
Para invocar la creatividad disruptiva, uno puede preguntarse: “¿cómo podemos dar con una nueva perspectiva en este asunto?”, “si X no existiera, ¿con qué realizaríamos la misma función?” o “aunque toda la vida lo hemos hecho así, ¿qué otras maneras hay de hacerlo?” O sea, se trata de buscar soluciones que no incluyan elementos de las soluciones, cosas o ideas ya existentes. Un ejemplo reciente sería la tecnología inalámbrica, la cual plantea la transmisión de flujos de información y energía eléctrica sin el uso de los cables.
En los ambientes empresariales, del marketing o del emprendedurismo, en años recientes se ha popularizado el término disruptivo para referirse a un amplio abanico de conceptos: desde las ideas originales y atrevidas que rayan en lo descabellado, hasta las empresas o los productos que generan un cambio radical en una industria o mercado existente a través de la innovación.
Ejemplos de ello fueron, en su tiempo, el iPod, el iPhone y el iPad, los cuales, al ser pioneros en el diseño de gadgets destinados al consumidor, sentaron el estándar que después muchas empresas copiaron. Pero no por esta moda del término debemos dar más crédito a los “creativos disruptivos”; si bien dicha aproximación puede dar resultados más vistosos y espectaculares, en la vida real son los “desarrolladores” quienes amplían, actualizan y mejoran los productos y servicios que usamos todos los días.
Entonces, ¿cuál de estos dos tipos de creatividad es mejor? El artículo no lo dice, pero me atrevo a afirmar que ninguna de ellas. De hecho, quizá lo más probable es que ninguno de nosotros sea propiamente un creativo desarrollador o disruptivo, sino que a lo largo de distintos procesos de innovación y ejercicios creativos asumamos una de las dos actitudes, ya sea de forma voluntaria y deliberada o inconsciente e instintiva, muchas veces alternándolas según nos exija la situación.
Dice un refrán que “nunca hay que cambiar una buena mano”, haciendo una alegoría a un juego de cartas donde nos repartieron cuatro reinas. De forma similar, tanto en la vida diaria como en las empresas e industrias muchas veces una simple mejora o la fusión de dos o más conceptos sin relación aparente —como un teléfono que además es cámara, walkman y computadora— resultan en la idea genial que buscábamos… sin tener que regresar a la casilla uno.