Su sonido es, sin lugar a dudas, uno de los más temidos por los habitantes del Ciudad de México: cuando sus bocinas instaladas en toda la metrópoli se activan y hacen sonar su inconfundible “wawawawa…”, aunque sepamos que se trata de un simulacro es inevitable sentir que se nos comprime el abdomen, que el corazón se nos acelera y que las piernas se doblan o quieren salir corriendo en estampida. Se trata del Sistema de Alerta Sísmica de México, el cual beneficia a más de 25 millones de personas en zonas de riesgo telúrico; pero, ¿quién lo inventó?
La historia empieza en una fecha trágica para lo que solía ser la antigua México-Tenochtitlan: el 19 de septiembre de 1985. La mañana de ese día marcado con sangre en la historia de nuestro país, la capital sintió la furia de la naturaleza en la forma de un violento terremoto de 8.1 grados Richter proveniente de las costas de Michoacán, el cual hizo que se derrumbaran numerosos edificios y viviendas, y que perdieran la vida decenas de miles de personas.
Tras el desconcierto inicial, y en medio de la tragedia y de las labores de rescate, el gobierno mexicano se dio cuenta de que necesitaba crear un sistema que permitiera monitorear las zonas epicentrales para detectar los sismos desde que se originaban, y así dar aviso inmediato a la población en riesgo para disminuir su vulnerabilidad, evacuar oportunamente los inmuebles y así minimizar el riesgo de pérdidas humanas.
Es entonces que entra en escena un ingeniero mecánico electricista egresado de la UNAM, de nombre Juan Manuel Espinosa Aranda, a quien en diciembre de 1985 se le invitó a participar en la creación del Centro de instrumentación y Registro Sísmico (CIRES), cuya dirección asumió al año siguiente con el objetivo de investigar y desarrollar tecnología aplicada a la detección de sismos.
Espinosa Aranda desarrolló primero la red acelerográfica de la Ciudad de México, que captaba y analizaba datos de los movimientos telúricos para determinar las zonas donde se presentaban con mayor frecuencia e identificar a la población más vulnerable; después, entre 1989 y 1991 arrancó el Sistema de Alerta Sísmica con doce estaciones microsensoras instaladas en la Costa de Guerrero, las cuales monitorean las zonas de peligro y reconocen sismos en un radio de 90 kilómetros, estimando en los primeros segundos su posible magnitud y, con base en ella, se decide la difusión del aviso de alerta sísmica.
Hoy en día, el temible pero útil aviso de la Alerta Sísmica es recibido en las ciudades de México, Puebla, Acapulco, Chilpancingo, Morelia, Oaxaca, Toluca y en el estado de Morelos. Vale la pena añadir que el inefable bocinazo que está casi pirograbado en la memoria de quienes vivimos el sismo de otro 19 de septiembre, el de 2017, también fue diseñado en México en el año 1993 con el propósito de que fuera claro, contundente e inconfundible; ¡vaya que lo lograron!
Como haya sido, por la importancia de su labor y por la incalculable cantidad de vidas que de forma indirecta se han salvado gracias a su invención, en marzo de 2023 el ingeniero Espinosa Aranda recibió una medalla al mérito de parte del Senado de la República, en virtud de su aportación al desarrollo de la ciencia. Y a pesar de que en nuestros días existen apps, redes sociales y otros servicios digitales que nos advertierten de la inminente proximidad de un sismo, millones de mexicanos seguiremos confiando en que la Alerta Sísmica indicará el momento en que, como dice nuestro Himno Nacional, “retiemble en sus centros la tierra”.