Who wants to live forever? O “¿Quién quiere vivir para siempre?”, cantaba Freddy Mercury en 1986; esta canción, como muchas otras de Queen, resume en su letra un cuestionamiento que millones de personas se han hecho en algún momento de su vida. Y es que cuando nos damos cuenta de que ya no somos jóvenes, que tras una borrachera la resaca nos dura dos días y que no podemos correr como cuando teníamos veinte años, entendemos que la vida es efímera con un dolor como el que causa un uppercut directo a la nariz.
Quizá porque el temor a la muerte es tan intenso es que el tema de la vida eterna ha inspirado tantas investigaciones científicas y obras de arte a lo largo de la historia. Después de todo, los vampiros que tanto amamos y tememos, desde aquel famoso conde transilvano hasta el jovencito que aparece en Crepúsculo, tienen a la eterna juventud como uno de sus poderes principales.
Pero, ¿cómo inicia el mito de la eterna juventud? ¿En qué momento nace, crece, se desarrolla y se queda a vivir en el inconsciente colectivo? La respuesta no es breve, pues al parecer siempre ha inquietado a la humanidad. Lo cierto es que uno de los mitos más famosos es la Fuente de la Eterna Juventud. Te invito a que inviertas unos minutos de tu efímera vida leyendo al respecto…
Entre el mito y los hechos
Todo comienza en el año 1460, cuando nació uno de los exploradores más importantes de su tiempo: Juan Ponce de León y Figueroa. La historia nos dice que este español fue un conquistador, navegante y gobernador de Puerto Rico, el descubridor de la Corriente del Golfo y, por encima de todo, el hombre que en 1513 dio con un lugar frondoso al que decidió llamar “La Florida”. Pero eso es lo que dicen los hechos históricos; el mito nos dice más…
Durante su segundo viaje —que realizó a los sesenta años, cuando había enviudado y tenía que hacerse cargo de sus hijas—, se dice que buscó la llamada Fuente de la Eterna Juventud, en parte por su afán explorador y en parte, también, por su edad. El hecho es que no existe un solo registro de que la haya encontrado y ni siquiera él mismo menciona su búsqueda, la cual se refiere en textos de colegas suyos, como las memorias de Hernando de Escalante Fontaneda.
Como sucede con toda leyenda clásica, urbana o de redes sociales, es difícil hallar fuentes de información con datos duros. Pero en el artículo de la página Cervantes virtual, “La búsqueda de la fuente de la Juventud en ‘La Florida’: versiones cronísticas”, José Carlos González Boixo afirma que “…a través de testimonios tardíos sabemos que fueron las informaciones indígenas las que fomentaron entre los españoles la creencia en la existencia de una fuente de juventud”.
Así, para todos los que quisieran ser jóvenes por siempre, González dice lo mismo que cualquier texto académico señalaría: “No sabemos con exactitud las ideas concretas que los expedicionarios que buscaron la fuente tenían, ni tampoco es fácil concretar cuál era el estado de opinión al respecto en la sociedad de la época”. Así las cosas, parece que sólo nos queda aceptar estoicamente la vejez.
Inspiración
A pesar de lo que dice González Boxio, la fuente que hoy nos ocupa juega un papel importante en películas famosas, como Piratas del Caribe: Navegando aguas misteriosas. ¡Vaya!, incluso Rico Mac Pato la busca sin cesar en un capítulo de la serie animada Patoaventuras, y aunque en Saint Augustine, Florida, existe el Ponce de Leon’s Fountain of Youth Archaeological Park, que tiene hasta un manantial, sabemos que éste no va a brindar juventud ni, mucho menos, inmortalidad.
Es un hecho que la idea de un elixir, una pócima o un objeto que brinda vida y juventud eternas ha obsesionado a la humanidad desde hace siglos, y esto se ha reflejado en numerosas obras de arte, incluso mucho antes de que Ponce de León surcara los mares: nada menos, aparece en obras de arte renacentistas como El Jardín de las Delicias de Hieronymus Bosch o El Bosco, y puede tomar la forma de la sangre de un vampiro, la Piedra Filosofal o una pintura que envejece mientras su dueño permanece joven y bello: los ejemplos sobran.
Lucas Cranach, La fuente de la eterna juventud, 1546.
En el Evangelio según San Juan se dice que Jesús conoce a un hombre que llevaba años enfermo en el estanque de Betesda, el cual curaba toda enfermedad pues a cada tanto bajaba del cielo un ángel a agitar las aguas, y quien se introducía en ese momento al estanque quedaba milagrosamente curado.
En el mundo de los cómics está el ejemplo de Ra’s Al Ghul, un enemigo de Batman que ha vivido cientos de años porque cuando está a punto de morir se baña en unos químicos color verde fosforescente a los que llama el “Pozo de Lázaro”, que le permiten volver a la vida. ¿Qué es eso, sino una fuente de la eterna juventud?
Juventud, divino tesoro
Ahora, ¿tú consumirías oro para ser joven? Pues en la antigüedad ésta era una idea muy popular: en la China imperial, Wei Boyang creía que el áureo metal tenía cualidades curativas, y durante la Edad Media europea abundaban los remedios y manuales que juraban que este elemento evitaba la “enfermedad de la muerte”.
Por último, una de las novelas más recientes que aborda el tema de la inmortalidad y la eterna juventud es Una vida sin fin, del francés Frédéric Beigbeder, editada en español por Anagrama. En esta maravillosa obra de crónica, ficción y divulgación de la ciencia, el autor se convierte en protagonista y recorre el mundo en busca de la vida eterna, con graciosas anécdotas personales y datos bien investigados.
Con su humor ácido, Beigbeder afirma que “nadie desea la muerte, excepto los depresivos y los kamikazes”, y que la humanidad ha logrado conquistar todo, los océanos, las montañas e incluso la Luna y Marte, y que por esa razón “ha llegado la hora de que la ciencia le practique la eutanasia a la muerte”.
Ojalá algunos de nosotros vivamos lo suficiente para comprobarlo…