Radio Estudiante: la estación que derrumbó al socialismo

Radio Estudiante: la estación que derrumbó al socialismo
Barbara Vuga

Barbara Vuga

Inspiración

A veces pensamos que el trabajo intelectual no hace diferencia. O que, por ser pocos, nadie nos escucha. Todo indica que, en la actualidad, la apatía se ha apoderado de las mentes a tal grado que cualquier cambio, por mínimo que sea, parece imposible. Por eso es bueno conocer la historia y recordar que quienes lograron algo diferente fueron los individuos —a veces unidos, a veces no— capaces de inspirar a los demás. Unos pocos locos, quizás; aunque yo prefiero llamarlos entusiastas. Esta es la historia de una pequeña estación de radio que logró, sólo con entusiasmo y trabajo duro, lo que era inimaginable: derribar un sistema sociopolítico llamado socialismo

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En los años ochenta, vivíamos en un país que hoy día ya no existe. Se llamaba Yugoslavia, una extraña formación multicultural con tres religiones, dos alfabetos y cinco lenguas que, aunque era socialista, no formaba parte del bloque del Este. Mientras el mariscal Tito presidía el país, vivíamos tranquilos bajo el culto a su personalidad; pero una vez muerto “el viejo”, salieron a la luz los fantasmas nacionalistas que hacían imposible un discurso político civilizado. El norte y el sur tenían posturas diferentes en cuanto al futuro político —socialismo o capitalismo— y, debido a sus diferencias históricas, no hallaban un lenguaje en común.

Los eslovenos sabíamos muy bien lo que queríamos: dejar de ser parte de Yugoslavia. De por sí, la cercanía con el Occidente nos había mantenido alejados de la doctrina socialista, y la confusión provocada por la muerte de Tito sólo aumentó el deseo de cortar lazos con el absurdo país cuya política iba camino al socialismo real, volviéndose cada vez más rígido y controlador. Para que esto pudiera suceder, era necesario preparar el terreno. Y esto lo realizó un grupo de estudiantes, desde un sótano de la residencia estudiantil en Liubliana, la capital de Eslovenia. 

Radio Estudiante —en esloveno, Radio Študent— fue la primera estación de radio estudiantil en Europa. Surgió en 1969 como consecuencia de las manifestaciones estudiantiles del 68. Su organización estuvo a cargo de la Organización Estudiantil Eslovena y reunió a los jóvenes librepensadores, la mayor parte de la Facultad de Filosofía y Letras. El partido comunista universitario creyó que la estación se limitaría a informar, de modo ideológicamente adecuado, sobre los asuntos estudiantiles de la Universidad de Liubliana, así que le otorgó la frecuencia. Pero sucedió algo diferente: muchos de los estudiantes comprometidos con la política, la cultura y la música entraron a trabajar en la estación. Había flexibilidad y un flujo continuo de jóvenes intelectuales —el hoy famoso filósofo Slavoj Žižek era uno de ellos— que aportaban al programa ideas nuevas y atrevidas, por lo que Radio Estudiante pronto se convirtió en un sinónimo de libertad creadora y de expresión, de auténtica cultura popular local, y a la vez global, en un ambiente controlado por el socialismo de autogestión.

Al inicio, todo era afición más que otra cosa. Era un periodo de innovación y los estudiantes efectivamente vivían por la radio. “En un principio, los errores eran muy comunes, como una vez que nos quedamos en el estudio, bebiendo y criticando el régimen, pero se nos olvidó apagar los micrófonos. De inmediato nos llamaron de la policía secreta para que ya nos calláramos”, recuerda uno de los editores. Mientras la radio y televisión nacionales censuraban las noticias, los reporteros del Estudiante lo pasaban todo en vivo. ¿Y cómo fue que el partido comunista permitió un espacio así? “Usábamos un lenguaje que el régimen no comprendía. Creábamos y manipulábamos el malentendido, pero nos distanciamos mucho del contexto político gobernante” —recuerda otro de los editores. “Lo que nos interesaba era la libertad de la gente y no las enmiendas a la constitución política que se aprobaban en aquellos días. Y como el aparato partidista no nos entendía, nos dedicaba muy poca atención”.

Desde el principio, Radio Estudiante se definió como una estación de música alternativa, que entonces no se oía en ningún otro lado. A finales de los setenta, introdujeron el punk como un fenómeno masivo que rompió las barreras de la música como entretenimiento y como factor de cambio social. Organizaban conciertos y obras de teatro con estéticas nuevas para la población adoctrinada: retomaban las vanguardias del siglo XX y las fundían con ideas del nacionalsocialismo, el catolicismo, el psicoanálisis y el elitismo modernista aristócrata, todas ellas prohibidas por el régimen socialista, que las consideraba propias de la burguesía degenerada. Estas ideas, unidas al punk y el new wave, fueron creando una escena alternativa paralela al discurso socialista que resultaba cada día más anacrónico.

La estación era provocadora. La única vez que Coca-Cola les encargó un anuncio, elaboraron un guion en el que el locutor leía: “Tengan el capitalismo en la tripa, beban Coca-Cola”, mientras en el fondo se escuchaba un canto tribal africano y el ruido de los picos pegando contra la tierra. Por supuesto, la empresa nunca les pagó por el anuncio. Pero una cosa era ofender el nombre de Coca-Cola y otra al aparato político. Un día, la estación anunció un falso golpe de estado en Belgrado, la capital de Yugoslavia, lo que causó pánico en todo el país. El locutor pasó un mes en la cárcel por dar la noticia, pero este hecho lo convirtió en la estrella del underground e hizo entender al poder político que Radio Estudiante era todo menos inocente: la burla era la herramienta básica de su discurso, y la gente los seguía cada vez más.

En los años ochenta, la estación transmitía sólo en el valle de Liubliana —en la zona universitaria— y llegaba a medio millón de radioescuchas, pero también grababan los programas en cintas que se difundían en otras regiones de Eslovenia. A partir de la idea de la estación, surgieron periódicos, revistas y centros culturales que apoyaban el proyecto de la independencia eslovena con la que la nación recuperaría su cultura y sus tradiciones centroeuropeas, aplastadas durante el régimen. Y fue así cómo se preparó el terreno para romper con el socialismo: las ideas fueron madurando poco a poco desde finales de los sesenta, hasta que el ambiente político empezó a hervir a la mitad de los ochenta. La estación tuvo conflictos con la policía secreta, momentos de inseguridad, amenazas de arresto y en varias ocasiones les impidieron transmitir. Era demasiado tarde: a esas alturas, el sistema sabía que Radio Estudiante era intocable. Durante los diez días de la guerra de independencia eslovena de 1991, la estación no calló ni un minuto. El mensaje al ejército invasor yugoslavo era claro: “Váyanse a su casa”. Y aunque en aquellos días todas las estaciones nacionales decían lo mismo, la gente oía al Estudiante. Fueron los que provocaron el cambio.

¿Y qué pasó después? En los noventa, durante la guerra de los Balcanes, abrió el espacio a refugiados y se dedicó a promover la cultura de la tolerancia; organizó una red de ayuda que enviaba a las zonas en guerra, se opuso al nacionalismo radical que había surgido en Eslovenia y, en tiempos de censura de contenidos provenientes del sur, transmitía la música de los grupos de la antigua Yugoslavia y organizó la primera Balcan Party. Hoy día, Radio Estudiante sigue siendo una estación activista que apoya el pensamiento libre, organiza festivales de música no comercial, transmite música de los grupos jóvenes de Eslovenia y los Balcanes, y participa en acciones poéticas. Su espacio está abierto a los refugiados y migrantes del Oriente Medio y funge como un importante factor en contra del creciente fascismo en el país. “Ya derrumbamos un sistema”, dice un editor, “no tenemos miedo de derrumbar otro”.

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