Realismo mágico en la literatura mexicana

Realismo mágico en la literatura mexicana
Luis Fernando Escalona

Luis Fernando Escalona

Creatividad

La primera mitad del siglo XX se caracterizó por transformaciones sociales y revoluciones que se dieron alrededor de eventos bélicos mundiales. En ese periodo el arte reaccionó rompiendo con las estructuras y formas previas; así, en Europa surgieron las vanguardias y en nuestro continente los artistas buscaron nuevas formas de expresión con el fin de crear una identidad propia. De ahí surge el realismo mágico, que se popularizó con el llamado Boom latinoamericano.

Fue el crítico de arte alemán Franz Roh quien acuñó ese término para referirse a un estilo literario y pictórico caracterizado por mostrar lo irreal e insólito como algo cotidiano y común. Al situarse en el contexto geográfico de América Latina, el realismo mágico se vincula con el folclor local y se desprende de la influencia española, del Modernismo y de las vanguardias europeas de principios del siglo XX. Así esta corriente floreció, no sólo en nuestro país, sino en toda Latinoamérica.

En las narraciones se le da importancia a la exploración interior de los personajes, al monólogo interior y al terreno de los sueños, donde pueden estar libres y sin las ataduras propias de un mundo que parece imponerse de forma abrupta. Incluso problemáticas del continente como la pobreza, la explotación o las plagas se trasladan a mundos imaginarios en los que se puede reconstruir esa realidad y criticarla de forma más libre y con mayores recursos.

Fue en la década de 1940 cuando, influidos por la novela de la Revolución y la obra de otros autores latinos, los escritores mexicanos empezaron a retratar personajes reales dentro de un contexto fantástico, o viceversa. Sin duda, la novela que marca un punto y aparte en este sentido fue Pedro Páramo, del jaliscience Juan Rulfo, publicada en 1955.

Juan Rulfo

Al igual que en El llano en llamas, su libro de cuentos que vio la luz dos años antes, en Pedro Páramo el autor da vida al campesino y a la gente de los pueblos, pero los lleva al terreno de lo fantástico, donde el viento y los fantasmas se convierten en la fuerza que guía el peso narrativo. Ahí tenemos a Juan Preciado, protagonista de la novela, quien avanza en la búsqueda de su padre gracias a los encuentros con los espectros de Comala, el pueblo que se murió de hambre por el rencor de un hombre duro como piedra, el famoso Pedro Páramo.

Dentro del realismo mágico mexicano hay que destacar también la obra de Efrén Hernández, La paloma, el sótano y la torre, publicada en 1949 que, a pesar de no ser considerada un fundamento de la corriente, sí fue una obra que rompió con el discurso lineal desviándose de la anécdota principal y situando el pensamiento de los personajes como la parte central de su narrativa. Carlos Fuentes fue otro de los autores destacados de la época, pues exploró posibilidades narrativas al ir y venir del pasado al presente, cambiar el punto de vista del narrador e, incluso, usar la poco usual “segunda voz” de quien nos cuenta la historia. Los mejores ejemplos de estos recursos son Aura y La muerte de Artemio Cruz, exploraciones intrigantes de la realidad y la fantasía.

Portada de "La paloma, el sótano y la torre", de Efrén Hernández (1949)

Cabe destacar la presencia y participación de las escritoras en el desarrollo y la evolución de este estilo litearrio que trasciende hasta nuestros días. Tales son los casos de Elena Garro, Amparo Dávila y Adela Fernández, quienes empujaron el cuento fantástico hacia el terreno de la realidad sin necesidad de explicar la presencia de los elementos sobrenaturales latentes en sus obras. La importancia de estas autoras las ha convertido en motivos de estudio y análisis para el desarrollo de nuevas expresiones literarias.

Amparo Dávila

De Elena Garro podemos destacar su novela Los recuerdos del porvenir, publicada en 1963, donde presenta una estructura no lineal —desarrollada como un ejercicio de memoria y percepción— que evoca el tiempo en que viajó con Octavio Paz y otros intelectuales latinoamericanos a España, para brindar apoyo a los creadores oprimidos por la dictadura de Franco. De Dávila hay que mencionar la colección de cuentos Árboles petrificados (1997), y de Adela Fernández —hija del director Emilio ‘Indio’ Fernández— hay que leer Duermevelas (1986).

Aunque más comerciales, no menos importantes son las obras de Laura Esquivel y Rosario Castellanos, quienes han contribuido a fortalecer el género al explorar elementos mágicos en sus obras. Los títulos más notables son Como agua para chocolate de la primera —que además de ser un bestseller tuvo su versión cinematográfica— y Oficio de tinieblas de la segunda.

Finalmente, destaca René Avilés Fabila, quien es recordado no sólo por su carrera periodística, sino como narrador fantástico. Son recomendables su novela El reino vencido, que describe una búsqueda interior donde se alude a la mitología y la cultura usando diferentes puntos de vista narrativos, y otras obras como El gran solitario de palacio, Los juegos o su vasta obra cuentística.

Aunque existen críticos y autores que descalifican o quisieran desterrar al realismo mágico de la literatura mexicana, su presencia en las letras nacionales es constante, pues las narraciones fantásticas fuera de la lógica y que caen en el terreno de la magia parecen estar en el ADN de los mexicanos, a pesar de que ahora se sitúen, no en el campo o en los mitos, sino en entornos citadinos y contemporáneos.

Cierre artículo

Recibe noticias de este blog