“Lo que pasa es que no te ha llegado el indicado”. “Cuando llegue la indicada, tu corazón te lo dirá”. “Si te hace morder la almohada y apretar las sábanas, sabrás que es el indicado”. Creo que muchos de nosotros, si no es que todos, nos hemos topado con este tipo de afirmaciones en torno a un tipo de persona idónea o, al menos, adecuada para establecer una relación de pareja a largo plazo.
Pero, como cuestiona el título de este texto, ¿realmente existe “el indicado”? Es decir, ¿en verdad existe en alguna parte del mundo un hombre o una mujer que, como si fueran zapatos, están hechos a la medida de nuestros gustos y necesidades? ¿O se trata de una mera ilusión del amor romántico?
Llama la atención la palabra en cuestión: indicado. A la vez adjetivo calificativo y pasado participio del verbo indicar, según el Diccionario del Español de México se refiere a una persona “conveniente, apropiada o adecuada para un determinado fin”. Y más interesante aún resulta la etimología de indicar, que deriva del latín indicare, ‘señalar con el dedo’.
Lo anterior nos habla, entonces, de una persona que es apropiada o conveniente para nuestro fin, que en este caso sería una relación amorosa “definitiva” —como si tal cosa fuera posible en nuestras vidas efímeras y cambiantes— y que, por esa razón, elegimos y “señalamos con el dedo” como diciendo: “ésta es”.
Pero hay en las frases originales algo que se opone a esta idea de la elección, y es la idea romántica de que el amor —así, en abstracto— “llega”, como si fuera un tren arribando a una estación, y normalmente lo hace en la forma de una persona, hombre o mujer, que cumple con todas las expectativas que tenemos acerca de con quien queremos compartir lo bueno y lo malo de la vida.
Esto recuerda a la doctrina del determinismo, que sostiene que todo suceso físico —incluyendo los actos y pensamientos humanos— está causalmente determinado por una irrompible cadena de causa y consecuencia. Y, también, a la idea de la “media naranja” que embona y coincide perfectamente contigo, un ser incompleto antes de tener la fortuna de hallar a su “otra mitad”.
Quizá quienes afirman lo anterior tienen razón y existe un hado o una “fuerza del destino” que controla nuestras vidas, muchas veces en contra de nuestros deseos o expectativas, y que nos presenta los hechos y a las personas con las que tenemos que encontrarnos, en una sucesión predeterminada de hechos.
Así las cosas, si tan sólo somos una mitad de nosotros mismos y “el indicado” o “la indicada” están ahí, no sabemos dónde, pero esperándonos en alguna parte del camino para completarnos y “ser felices para siempre”, no vería el caso de, como dicen, “ir en busca del amor”. Si es mi destino, “la indicada” llegará y mi corazón me lo dirá, supongo, con una especie de palpitar que reconoceré.
Personalmente, no comulgo con esa idea. Prefiero remitirme a la etimología de la palabra y ser yo quien elija y señale con mi dedo índice a quienes quiero invitar a compartir la vida conmigo, haciéndolos así “los indicados”.
Y si dentro de ellos alguna desea quedarse más tiempo y más cerca, y esta interacción se convierte en algo placentero y provechoso para ambos, y permite el crecimiento de cada uno en un marco de libertad y confianza, no habrá necesidad de preguntarse si es “la indicada” o no, pues según yo el amor no llega sino se construye, y es el cerebro, no el corazón, quien envía esas señales.No creo estar hecho a la medida de nadie, más que de mí mismo, y esperaría compartir la vida con alguien que tampoco sea la horma o la contraparte de otro ser humano. ¿Será ésa acaso mi definición de “la indicada”?…