Regalos ‘vintage’: dar afecto sin caer en el consumismo

Regalos 'vintage': dar afecto sin caer en el consumismo
Jessica Gómez

Jessica Gómez

Creatividad

¿Recuerdas la última vez que te regalaron algo significativo? Ahora piensa: ¿adónde van a parar todos los regalos que no usas? Regalar nos permite compartir un poco de lo que consideramos valioso para la otra persona o para nosotros mismos; sin embargo, encontrar el obsequio ya no digamos perfecto, sino al menos adecuado, no es tarea fácil. En lo personal, cuando decido regalar algo comprado suelo elegir entre un libro o un objeto decorativo, pero casi siempre me quedó con la duda de si a la otra persona le gustó o no; además, algunas veces termino gastando mucho, ya que en esta época consumista el valor de un regalo se asocia más con la cantidad de dinero invertida que con el significado afectivo que éste pueda tener.

Fue reflexionando sobre lo anterior que decidí buscar alternativas para dejar de malgastar dinero en algo que quizá acabará arrumbado en un rincón y di con una idea del teórico de la psicología colectiva Pablo Fernández Christlieb, quien sostiene que los sitios y las cosas se vuelven importantes para nuestros recuerdos, emociones, constructos sociales y para la formación de nuestra personalidad si están impregnados de afectos; es decir, cuando tienen historia, significado y vínculos con otras personas porque forman parte del propio magma afectivo.

Entonces, no resulta descabellado considerar que los objetos pasados de generación en generación —como un mueble antiguo, una prenda que fue usada por un ser amado o un viejo adorno que resucitó gracias a nuestra creatividad— pueden constituir opciones significativas y acertadas al hacer un regalo, pues se encuentran bañadas de afecto o, incluso, de la energía de familiares o amigos que ya no se encuentran en este mundo.

Aquí cabe mencionar que ciertas corrientes espirituales hablan de la memoria de la materia y de la posibilidad de que la energía imperceptible —como los sentimientos y los pensamientos— transformen a otro ser. Así, por ejemplo, los discípulos sufís consideran a la semilla de un fruto del que ha comido su maestro como un valioso regalo, porque en él ha quedado su baraka o bendición.

A mí, desde que era pequeña, me ha gustado regalar collages hechos de flores, objetos revitalizados con pinturas frescas, velas contenidas en frascos decorados, marcos con versos y ropa rediseñada. Más adelante descubrí que mi afán por preservar o transformar viejos objetos para darles nueva vida o un uso distinto constituye una práctica y un estilo llamado vintage. Dicho término surgió de la palabra del francés antiguo vendage —que a su vez proviene del término latino vindemia—, y se utiliza para designar a los mejores vinos producidos en una cosecha determinada. Al trasladar este vocablo al mundo actual, se usa para calificar a un objeto clásico, antiguo o de medio uso y, en el mundo de los obsequios, puede decirse que un regalo vintage equivale a invitar a nuestros seres queridos una copa de buen vino, con todo y charla.

Así, al regalar algo fabricado con viejos materiales que pertenecieron a personas amadas o a épocas admiradas y que, por lo tanto, está impregnado de emociones, imaginación, dedicación y energía, evocamos hermosos recuerdos al tiempo que evitamos el consumo de artículos fabricados en serie, los cuales son producto de procesos industriales contaminantes y, en muchos casos, también de la explotación humana. De esta forma reducimos nuestra huella ambiental, reutilizamos y reciclamos pero, sobre todo, nos permitimos dejar una parte importante de nosotros en el otro, a través de un regalo.

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