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Relaciones parasociales —por qué odiamos o amamos a gente que ni conocemos—

Relaciones parasociales —por qué odiamos o amamos a gente que ni conocemos—
Igor Übelgott

Igor Übelgott

Mente y espíritu

Me pasa con frecuencia: mientras busco en la realidad y las pantallas un tópico interesante para escribir, es como si de repente un pájaro pasara volando y depositara un regalito húmedo, tibio y maloliente en mi mano, y ese enfadoso incidente —que nada tiene que ver con lo que yo estaba buscando— me da el impulso que me hacía falta. En este caso, las desafortunadas declaraciones de una actriz y cantante que generaron una ola de odio digital contra ella fueron el pretexto idóneo para hablar sobre qué son las relaciones parasociales.

Primero, como siempre, definamos: según el portal Psychology Today, las relaciones parasociales son los vínculos unilaterales en los que una persona desarrolla un fuerte sentido de conexión, intimidad o familiaridad con alguien que no conoce, por lo general celebridades o personalidades de los medios. Las beliebers o fans de Justin Bieber, los que defienden con su vida al mandatario actual, la locutora de radio que se sintió emparentada con la realeza británica y quienes “cancelaron” a la famosilla mexicana por haber dicho que prefería España a su propia patria ilustran perfectamente esta idea.

Las desafortunadas declaraciones de una actriz y cantante

Investigando un poco, resulta que fueron los psiquiatras Donald Horton y R. Richard Wohl quienes acuñaron el concepto de relaciones parasociales en su artículo “Comunicación de masas e interacción parasocial: observaciones sobre la intimidad a distancia” (1956), publicado en la revista Psychiatry. En ese trabajo, distinguieron entre las relaciones parasociales, que se establecen a mediano o largo plazo, y las interacciones parasociales, que sólo ocurren mientras se interactúa con alguien a través de los medios. A nivel psicológico, este breve nexo se asemeja a las interacciones cara a cara en la vida real.

En el caso de la desafortunada celebridad malinchista, para quienes deciden vetarla, “cancelarla”, dejar de escuchar su música o de seguirla en sus redes sociales esta acción equivaldría a dejar de hablarle a una amiga luego de que nos decepcionara; pero lo cierto es muy pocos internautas conocen a la persona real que respira debajo de la máscara del nombre artístico. ¿Cómo pueden algunos usuarios involucrarse tan profundamente con personalidades que realmente no conocen? ¿Por qué la gente se preocupa o molesta tanto por ellos?

Una de las razones es que, en la sociedad actual, desde niños hemos sido expuestos a la TV y al cine; esas representaciones mediáticas de la realidad son un fenómeno relativamente nuevo y nuestro cerebro no ha evolucionado lo suficiente como para procesarlas de forma distinta a cómo procesa hechos y personas verdaderas en nuestro entorno real. En otras palabras, evolutivamente es ventajoso asustarnos al ver una serpiente en la pantalla del cine, a pesar de que la imagen sea completamente segura, y algo similar sucede con estas relaciones e interacciones en las que sentimos afecto, identificación o aversión por un personaje de ficción o por alguien famoso.

Recuerdo que, durante la parte dura del confinamiento social pandémico, me hice asiduo a una serie porque los personajes y su dinámica grupal me recordaban mucho a la que tenía con los amigos que no podía ver; el apego que desarrollé fue tal que cuando terminé de ver el último capítulo sentí una tristeza profunda, como cuando te gradúas de la escuela y abrazas a tus amigos a sabiendas de que jamás volverás a ver a muchos de ellos.

Desarrollo del apego por los personajes de la serie en la pandemia

Y es que las relaciones e interacciones parasociales sin duda pueden mitigar la sensación de soledad y brindar un sentido de pertenencia a un grupo. Pero el lado oscuro del fenómeno es que estas fobias y filias inspiradas en ilusiones mediáticas a menudo determinan intenciones de voto en la política, detonan compras si nuestro “paraconocido” avala o usa determinada marca, o construyen puntos de vista rígidos en torno a temas tan espinosos como el género, la orientación sexual o hasta el origen social o étnico.

Mientras pienso cómo cerrar este texto, recuerdo que yo mismo con frecuencia me he referido al ex líder de Pink Floyd como “mi papá Roger”, no porque haya tenido un affair con mi madre, sino porque en mi juventud su inteligencia, su postura contestataria y su lírica fungieron como un arquetipo para sustituir al de mi padre ausente. Una relación parasocial con todas las de la ley, que los psicólogos dicen que es normal y común a estas alturas del siglo XXI. Sin embargo, cada día me doy cuenta de que es más enriquecedor establecer vínculos significativos con seres de carne y hueso que con imágenes planas en una pantalla.

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