
Los que vivimos nuestra infancia durante la década de los noventa en México —sobre todo los oriundos de la capital— tenemos un recuerdo en común: Keiko. Para no pocos de nosotros la visita a Reino Aventura era de las favoritas. La posibilidad de subirnos a los Cornelios y a la Krakatoa formaba parte de una experiencia épica, aderezada por la fascinante orca que allí vivía y nos deleitaba con piruetas y gracias. Casi todos —incluidos los adultos responsables— nos emocionábamos con el show del cetáceo y sus colegas los delfines y los lobos marinos, además de que nos sentíamos como de primer mundo al disfrutar de un parque de diversiones al estilo del gabacho. En ese tiempo, el nivel de reflexión de la mayoría no nos alcanzaba para comprender que tener a una enorme orca en un espacio tan pequeño y obligarla a divertir a las personas hablaba pésimo de nuestra especie. Lo anterior no es de extrañar, pues el discurso que teníamos asimilado consistía en que los animales existían para nuestro beneficio, incluso para el más trivial, ya que nuestro pensamiento racional nos hacía infinitamente superiores a ellos.
Sin embargo, esos mismos niños empezamos a darnos cuenta de que la naturaleza era agotable y de que dependíamos de ella. Fuimos una de las primeras generaciones en tener conciencia desde pequeños —gracias, papás— de que no era bueno ir tirando basura por la calle ni desperdiciar el agua. Pero esto no se dio como por arte de magia: padecimos horribles contingencias ambientales que nos privaban del recreo y nos hacían enfermarnos; fuimos testigos de la extinción masiva de especies animales, de la desaparición de bosques y del ennegrecimiento de ríos y mares; además, vimos cómo la sobrepoblación en las ciudades llegó a tal grado que el estrés y la depresión se normalizaron. Y éstas son sólo algunas de las razones por las que dejamos de tolerar el viejo paradigma…
Por una serie de factores ambientales, sociales, económicos e ideológicos, las mismas personas que antaño disfrutábamos yendo al circo, a los zoológicos y comiendo comida chatarra, decidimos que todo lo anterior ya no era aceptable y que queríamos otra cosa. El derecho al cambio es tan fundamental para el ser humano que incluso si viviéramos en una paradisíaca sociedad, de no tener el derecho a pensar y actuar diferente, quizá nos sentiríamos atrapados. Después de todo, son los que cambian sus creencias y hábitos respecto de los otros los que han logrado que esta sociedad evolucione: desde quienes empezaron a sembrar en vez de recolectar hasta personajes como Galileo, Freud y Stephen Hawking hicieron una diferencia al pensar y actuar en disonancia con la tradición, ya sea epistemológica o cultural.
Ahora cabe preguntarnos: ¿quienes defienden las causas ambientalistas son superiores y tienen derecho de insultar a aquellos que no comparten sus ideas? Considero que no. Simplemente están viendo las cosas desde una perspectiva diferente al otorgarles derechos a los animales e intentar mitigar el daño que los contaminantes le hacen al planeta, lo cual constituye una vía que está a prueba y ya veremos hacia dónde nos lleva. Lo cierto es que la visión utilitarista de la naturaleza nos ha traído serios problemas ambientales y de salud, pero también grandes avances tecnológicos. ¿Pudimos haberlo hecho mejor? Por supuesto, pero el ser humano no puede avanzar sin antes equivocarse.
En este sentido, me gusta un argumento que ofrece Tomás Moro en su libro Utopía (1516). Aunque la idea a la que me refiero está relacionada con la religión —en la Inglaterra de principios del siglo XVI se discutía si se debía o no imponer una fe determinada—, abona al tema de la tolerancia porque si bien ahora muchos respetamos que nuestro compañero de banca sea judío, protestante, católico o ateo, antes esto era cuestión de vida o muerte. El caso es que a Moro le parecía insensato utilizar la fuerza y la violencia para imponer la religión que la mayoría considerara como verdadera, obligando al resto a aceptar algo que sólo podía ser objeto de opinión. Pensaba que si una sola religión era la verdadera y las restantes falsas, lo más razonable sería esperar a que la verdadera se impusiera por sus propios medios sobre las demás. Y este mismo principio puede aplicarse a numerosas áreas de la vida.
Otro tema clave es el de la mujer. Todavía hoy algunos están en contra de que las mujeres puedan votar y ser votadas, de que por ley tengan derecho a recibir un salario igual al de un hombre, de que puedan tener estudios universitarios y ser propietarias de inmuebles… Todas estas son prerrogativas que, a base de un esfuerzo sostenido, consiguieron las feministas que se impusieron al régimen cultural y legal. Su arrojo parecía una ostentación de intolerancia para las mujeres y hombres que creían fervientemente que el lugar del sexo femenino estaba en la casa y que su función más importante era la crianza, pero con el tiempo una porción cada vez mayor de la sociedad ha ido acostumbrándose a este cambio de paradigma, al punto de que ahora se reprueba lo que antes se defendía.
Después de revisar estos ejemplos, considero que el principal remedio contra la intolerancia consiste en que cualquier persona tenga la posibilidad de defender sus derechos y de expresar fuerte y claro lo que piensa, siempre que no afecte la integridad de un tercero. En lugar de sentirnos insultados por tal libertad, deberíamos estar agradecidos porque el pensamiento disonante ya no es motivo para arder en la hoguera…
Medicinas para la intolerancia:
Tranquilitex: Si alguien piensa diferente que tú, no te está insultando ni provocando, sólo está expresando su opinión.
Liberadón: Nadie te obliga a cambiar tus hábitos o creencias: eres libre de pensar y actuar como desees.
Noesmipedox: Si nadie te está menoscabando un derecho, ¿en qué te afecta que el otro piense o actúe diferente?
Sinprivilegina: Si crees que alguien te está quitando un derecho, antes de lanzarte a defenderlo primero pregúntate si en realidad es un derecho o más bien es un privilegio —un ejemplo de lo anterior lo encontramos en aquellos que se oponían a la abolición de la esclavitud.
Nojodaxen: Que alguien piense diferente a ti no te da derecho a molestarlo.
Evolucionol: Si todo sale bien, la mayoría de las teorías, creencias, ideologías, tradiciones y costumbres serán mejoradas o superadas.
