Remedios para la cruda —o cómo aminorar la carga de una pesada cruz—

Remedios para la cruda —o cómo aminorar la carga de una pesada cruz—
Alberto Peralta de Legarreta

Alberto Peralta de Legarreta

Miscelánea

A veces es sabio temerle al amanecer. Sobre todo, si por la noche la celebración es prolongada y los fluidos etílicos dominan el ambiente. En esos momentos eufóricos, quizás seamos incapaces de ver los efectos del exceso de alcohol, pero las leyes son las leyes, y a toda generosa ingesta alcohólica corresponde una reacción de magnitud semejante, conocida vulgarmente como “cruda”.

No está claro si la dichosa cruda hangover, caña, resaca, goma, guayabo, ratón o chuchaqui en otros países— alude a la “cruda realidad” que hay que afrontar tras una noche de juerga o si se refiere a un estado de ánimo, pues en el habla popular se habla de “cruda moral” y en ambos casos lo que predomina es el arrepentimiento y el profundo —pero efímero— deseo de no volverlo a hacer.

Lo misterioso es que, como esperarían los envidiosos amantes de la democracia, la cruda no le da a todo el mundo, sino que parece depender de la genética, la personalidad, las funciones hepáticas y las reacciones inmunológicas de cada individuo. No hay cuerpo igual a otro, de modo que no se puede culpar a nadie.

Dicho esto, es más o menos predecible que quien se alcoholiza de más a la mañana siguiente se verá preso de síntomas como: deshidratación, dolor de cabeza, dolor de cuerpo, sed, irritabilidad, vértigo, inflamación y escasez de azúcar en la sangre. Viéndola así, la cruda parece un castigo de la divinidad en turno.

La sensación de “estar crudo” es, por decir lo menos, demoledora. El flagelo de la cruda puede llegar a ser tan violento que, en medio del suplicio, hay quienes ven a la muerte rondando; se dicen que, si sobreviven, no volverán a embriagarse y comparan su sufrimiento con el martirio de Cristo —y a la cruda feroz, con su cruz.

En esos momentos de arrepentimiento hay a quienes les da por ir a “jurarse” piadosamente a la Villa, donde la Virgen de Guadalupe reserva siempre bajo su manto estrellado un espacio para el remiso y desamparado. Otros buscarán un remedio, cualquiera y por increíble que sea, para volver a sentir que están de pie. Reviven entonces en sus nubladas mentes los remedios de la abuela, el consejo de un amigo o cualquier conseja popular que prometa traer de vuelta el bienestar.

Pero antes de llegar a tales extremos, vale la pena practicar algunos remedios con fama de infalibles: un crudo puede recurrir a desayunar una pancita de res bien picosa y caliente, un grasosito —y tapa arterias— caldo de barbacoa con garbanzos y salsa —borracha, desde luego—, un caldo de gallina en el puesto de confianza, o bien, un caldo tlalpeño con chipotle en algún restaurante.

También están a la mano platillos picantes e icónicos como los chilaquiles, cuya fama terapéutica es legendaria, así como bebidas milagrosas, refrescantes y nutritivas como el “suero”, preparado con agua mineral, limón y sal; la “polla”, elaborada con huevos y vino tipo jerez en cualquier juguería, y la “chavela”, un refresco ridículamente rojo mezclado con cerveza. No falta quien aconseja consumir mariscos para que la cruda amaine, para lo cual existe el oportuno “vuelve a la vida”.

También están a la mano platillos picantes e icónicos como los chilaquiles...

En general, se recomienda desayunar en forma y tomar muchos líquidos que permitan la rehidratación del cuerpo. Hay quienes eligen beber café —que, dicen, también ayuda— pero hay ventajosos que se rehidratan con cerveza o una cuba, argumentando que su remedio es “volver a conectar [la borrachera]”. [1

Llama la atención que, siendo ancestral la búsqueda de un remedio contra la cruda, hasta hoy la ciencia no haya podido proclamarse vencedora. Ya desde el antiguo Egipto, según los fragmentos de un papiro hallado en 1898 en Per-Medyed, los médicos prescribían colgarse un collar hecho con hojas de laurel para evitar los estragos del abuso del vino, y en Grecia se aconsejaba meterse en la boca un clavo de olor o una piedra amatista mientras se bebía.

Los romanos fueron un poco más creativos y preparaban huevos crudos de búho revueltos con pulmones de oveja; si el mal persistía, servían canarios fritos y hacían que los afectados los comieran enteros y calientes. En la Mongolia de Gengis Khan, la conseja era desayunar ojos de borrego en escabeche, que quizás es mejor que comer excremento de conejo, como aconsejan los cowboys de Estados Unidos, o consumir pene de toro, como se recomienda en Bolivia.

En la Mongolia de Gengis Khan, la conseja era desayunar ojos de borrego en escabeche...

Quien desde la antigüedad se mostró previsor fue Plinio el Viejo, pues recomendó que al crudo se le tratara con picos quemados de golondrina en polvo mezclados con vino… para que lo odiara y nunca más volviera a beber.

Volviendo a los primeros auxilios familiares, éstos resultan en prácticas amorosas y respaldadas por el empirismo: madres y abuelas recomiendan descanso y la ingesta de remedios como el té de plátano, que dilata los vasos sanguíneos, aminora el vómito y las náuseas. También están a la mano el entrañable limón con miel, el bicarbonato de sodio o el té de jengibre, raíz que parece arreglarlo todo.

Desde luego, la más enfática de las recomendaciones es que quien sufre la cruda haga conciencia y deje de beber. Pero este remedio no habrá de sugerirse en el presente texto pues es bien sabido que, aunque sea el más efectivo de todos, nadie en su sano juicio le haría caso.

Remedio medieval inglés para la cruda

(Tomado del libro Rosa Medicinæ, escrito por John de Gaddesden entre 1305 y 1307)

“Si alguien ha bebido demasiado [y no desea comer anguilas vivas]. Si es hombre sus testículos deben lavarse con sal y vinagre, y si fuera mujer, los pechos; también hay que dejarlos comer las hojas o el tallo o el jugo de una col con azúcar”.

[1] Los médicos desaconsejan esta práctica mitológica, pues evita la desintoxicación e impide que el hígado descanse.

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