Recuerdo con mucho cariño a mi mejor amiga de la infancia. Nuestro juego favorito consistía en imaginar que volábamos montadas en un par de pterodáctilos, los cuales nos transportaban a mundos mágicos para conocer a seres fabulosos y luchar contra quimeras, cuando en realidad íbamos y veníamos en nuestros respectivos columpios.
Por distintas razones, he cambiado de mejores amigas a lo largo de mi vida, y las actividades que me unieron a cada una de ellas también se fueron transformando. Con mi mejor amiga de la adolescencia, por ejemplo, lo que más me gustaba hacer era platicar sobre cada cosa que ocurría bajo el sol: en la escuela, entre clases, durante el recreo y, por si fuera poco, en las tardes nos telefoneábamos para seguir platicando de los niños que nos gustaban, de las anécdotas graciosas que habíamos coleccionado, o del examen que había sorprendido a medio salón…
He tenido la fortuna de tener muchas amigas y de compartir momentos especiales con cada una de ellas, sin embargo nunca he tenido una amiga cómplice de mis locuras artísticas, con quien pueda compartir la idea de mi siguiente cuadro, discutir la mejor manera de aplicar cierta técnica o, incluso, organizar una obra de arte colectiva.
Sueño con una amistad tan estrecha, peculiar y surrealista como la de las artistas plásticas Remedios Varo y Leonora Carrington. Ellas no tuvieron que ser de la misma edad ni estudiar en la misma escuela para ser amigas. Remedios era nueve años mayor que Leonora, y nació en Gerona, España; Leonora, por su parte, nació y creció en Lancashire, Inglaterra. No obstante, compartían varias pasiones: el arte —al punto que llegaron a practicar el mismo estilo pictórico—, el surrealismo, las doctrinas esotéricas, la brujería y la alquimia, la exploración del inconsciente. Basta con decir que las amigas bebieron de la misma fuente de inspiración para pintar sus cuadros.
En conjunto crearon varios proyectos, como obras de teatro, para las cuales ellas mismas diseñaron el vestuario de los personajes y la escenografía; también se divertían realizando dinámicas pictóricas que encendieran su imaginación. Cuando no estaban pintando, gustaban de idear juegos e inventar recetas de cocina —en las que incluían ingredientes inverosímiles— para curar males del alma, y de escribir epístolas de broma que enviaban a destinatarios elegidos al azar. Así, hasta los días más comunes y corrientes los llenaban con magia, misterio y diversión.
Pero no sólo tenían intereses en común. Ambas se vieron forzadas a exiliarse a causa de la segunda Guerra Mundial, y las dos eligieron nuestro país como refugio. Coincidieron al integrarse a la comunidad artística de refugiados, asentada en el corazón de la Ciudad de México.
La amistad que se consolidó entre ambas fue crucial en sus carreras, pues se influenciaron mutuamente. Juntas se entregaron a la libre experimentación artística, que centraron en dos temas: la metafísica y los sueños. Tanto Varo como Carrington conquistaron un estilo íntimo y personalista, inscrito en la corriente surrealista pero con un sello personal. Las pintoras plasmaron mundos donde sus inquietudes, temores, sueños y anhelos lograron encontrar un medio de escape y expresión.
La influencia que ejercieron la una en la otra se ve reflejada en elementos comunes que aparecen en sus pinturas. Por ejemplo, las dos utilizaron como protagonistas a animales o a mujeres con rasgos animales. En el caso de Leonora, se representaba a sí misma como un caballo blanco: símbolo inequívoco de libertad. Ambas dotaron su arte de un profundo elemento psicológico a fin de plasmar una catarsis personal, la válvula de escape para liberar distintas experiencias y angustias vividas en Europa antes de su llegada a México; algo que, sin duda, resultó fundamental en la construcción de su psique artística.
Remedios Varo, ‘Tránsito en espiral’, 1962
Leonora Carrington, ‘Laberinto’, 1991
Los caminos de Remedios y Leonora confluyeron en la constante reflexión sobre su papel como mujeres y artistas, así como en la búsqueda de un nuevo significado de vida al provenir de un entorno social fragmentado por conflictos bélicos y políticos. El anhelo de estabilidad emocional fue acaso la principal razón por la que ambas decidieron rescatar los postulados originales del surrealismo, los cuales enfatizan el contacto con el inconsciente, y decretan que cuando el artista logra entablar comunicación con su yo interno, éste le permite salir y expresarse con libertad para crear un arte verdadero.
Leonora Carrington, ‘La giganta’, 1950
Remedios Varo, ‘Cazadora de astros’, 1956
Los cuadros La giganta de Leonora y Cazadora de astros de Remedios, me mueven a explorar las profundidades de mi propio inconsciente y a pensar que esas grandes gestas y aventuras que viví con mi imaginación durante la infancia perviven dentro de mi ser para invitarme a seguir soñando y creando pero, sobre todo, a retomar contacto con aquella cómplice de mis locuras infantiles, a quien dejé de ver hace años. Quizá esta vez logremos entablar una amistad surrealista.