Hace tiempo que la ciencia ficción irrumpió en la realidad: hoy tenemos algoritmos de predicción, redes sociales virtuales, conexión mundial inmediata y un acceso a información casi ilimitada. Sin embargo, también ha surgido una paradoja: mientras más conectados estamos en este mundo virtual, más desconectados estamos de nuestra propia humanidad.
Antes de que hi5, YouTube y Facebook se popularizaran a mediados de la década del 2000, si hablabas de redes sociales tenías que remitirte a textos de sociología y a términos como “globalización”, investigar desde las comunidades indígenas hasta las organizaciones empresariales, y analizar la expansión de, por ejemplo, las redes de distribución de una cadena de comida rápida.
Hoy, lo primero que piensas al escuchar el término es en Facebook, YouTube, Twitter, Instagram o, si eres más joven, en TikTok. Las redes sociales se volvieron virtuales y sus conexiones, inmediatas; además de que son capaces de crear comunidades a una velocidad increíble: las personas más solitarias ahora tienen amigos que no habrían podido conocer de otro modo, puedes reencontrar a parientes lejanos o personas de tu infancia y tener pequeñas sobredosis de nostalgia. ¿Qué podría salir mal?
Una respuesta a esa pregunta la podemos encontrar, justo, en el mundo virtual de los servicios de streaming. En 2020, Netflix lanzó el docudrama titulado El dilema de las redes sociales, que muestra a profesionales de alta jerarquía del mundo digital emitiendo opiniones acerca de los emporios tecnológicos en los que trabajaron: Twitter, Instagram, Apple, Google y Facebook.
A través de una narrativa dramatizada, el documental aborda temas inquietantes y, a veces, aterradores. De entrada, llama la atención algo que muchos sabíamos o, al menos, sospechábamos: que el botón de “Me gusta” o Like de Facebook está científicamente diseñado para producir dopamina y ser adictivo, por eso es que muchos están tan necesitados de obtenerlo y enganchados a dar scroll a la pantalla.
Con todo lo impresionante que esto resulta, las “nuevas redes” lo son aún más: por ejemplo, Instagram te da una “nueva “apariencia” mediante sus filtros y esto ha causado que ciertas personas se sometan a cirugía con tal de parecerse a su foto filtrada, por inverosímil que esto parezca; o Tik Tok, la plataforma de videos que desplazó a Vine y Snapchat, y que genera síntomas similares a la adicción.
Sin embargo, quizá lo más perturbador de El dilema de las redes sociales es que muestra la influencia que las redes tienen en grandes grupos de personas, pues en estas plataformas nosotros terminamos siendo el producto de consumo, a través de algoritmos diseñados específicamente para atender nuestros gustos y que nos proporcionan información correcta o falsa, pero que siempre concuerda con nuestra opinión. Por eso, yo puedo creer que tengo toda la razón en mis opiniones y alguien con una opinión contraria estará convencido de lo mismo, ya que la red sólo nos mostrará aquello que complace a cada uno.
Algo que señala el documental es que no existe un “gran titiritero” con intereses oscuros: lo que hay es una inteligencia artificial con algoritmos predictivos lanzando información a millones de usuarios, y ésa es una herramienta que puede ser utilizada por cualquiera; por lo tanto, si un gobierno o político decide usarla… es entonces cuando el tema se vuelve complejo y escalofriante.
En este mundo políticamente polarizado, incluso el país más poderoso del mundo —o, a estas alturas, uno de los más poderosos— hace unos meses vio invadido su capitolio por violentos grupos de la extrema derecha. Y es muy probable que mucha de esa gente haya sido convocada a través de las redes sociales.
Pero si hacemos un breve repaso, veremos que no todo en las redes sociales es malo: si bien fueron creadas para engancharte como si fueran una droga, también brindan conectividad inmediata, fácil acceso a la información y una sensación de bienestar. De igual modo, han sido una herramienta útil para movilizaciones sociales: recordemos la “primavera árabe”, en la quegracias a las redes sociales pudo darse la libre expresión de inconformidad de todo un pueblo.
Umberto Eco decía que: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas.”
No sé si estoy totalmente de acuerdo con Eco, pero sí quisiera terminar haciendo varios llamados a la acción: primero, aunque en un mundo como el de hoy es difícil desconectarse, cuando te sea posible intenta dejar las redes unas horas; también procura recurrir a más de una sola fuente de información y haz un esfuerzo por admitir opiniones con las que no estás de acuerdo; y, por último, intenta no denostar a los otros, da libre acceso al debate y si alguien no cambia su punto de vista, trata de no despreciarlo por eso.
Ficha técnica: El dilema de las redes sociales —The Social Dilemma— (2020). Dirigido por Jeff Orlowski y escrito por David Coombe, Vickie Curtis y Jeff Orlowski; con Tristan Harris, Jeff Seibert y Bailey Richardson, entre muchos otros.