Ritmo del Brasil: el bossa-nova

Ritmo del Brasil: el bossa-nova
Mad hi-Hatter

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Café sonoro

Si uno se conoce bien, sabe de qué pie cojea. Y este humilde sombrerero, que a veces alardea de sobra en torno a sus conocimientos musicales, sabe reconocer cuando hay huecos en su infatigable obsesión por escuchar, apreciar, investigar y clasificar artistas y géneros musicales diversos. Y ese es el caso de gran parte de la música popular brasileña, en especial si hablamos del bossa-nova.

Pero vamos paso a paso, juntos y de la mano: el bossa-nova es una variante rítmica de la samba que surgió en Río De Janeiro, Brasil, a finales de la década de 1950, o al menos eso dicen algunos estudiosos. Su nombre significaría algo así como “la nueva onda”, pues bossa en el caló brasileño de entonces se usaba para referirse a algo hecho con un estilo y habilidad particulares.

Una de los principales rasgos que definen al bossa-nova es que se trata de un ritmo sincopado. Esto quiere decir que el acento rítmico —si sigues el ritmo de una canción, el momento cuando das el aplauso— está “fuera de lugar”. Así, en lugar de marcar “¡uno!, dos, tres, cuatro”, dices “”uno, dos, ¡tres!, cuatro”, amén de que los acordes tradicionales pasan por modificaciones armónicas.

Se dice que en 1957 se usó por primera vez la voz para referirse a este nuevo ritmo y que fue acuñada por el periodista Moyses Funk cuando promovió un concierto gratuito en el Grupo Universitário do Brasil. Y sin duda, el ánimo bajo y el tono apagado y nasal que emplean muchos intérpretes de bossa-nova —y que era la principal causa de mi aversión cuando joven— recupera mucho del fado portugués: más que cantar, nos platican, casi nos susurran lo que quieren decir.

Asimismo, es posible rastrear una pista de la parsimonia y la sensualidad de este ritmo en el cool jazz que surgió en los Estados Unidos por las mismas fechas —Birth of the Cool, de Miles Davis, vio la luz en 1957— y que, de modo similar al bossa-nova, es una estilización rítmica del acelerado bebop. Se trataba, o así las juzgamos ahora, de música apropiada para hacer el amor.

“Chega de saudade” de João Gilberto, Desafinado” y “Garota de Ipanema” de Antônio Carlos Jobim, e “Insensatez” de Vinicius de Moraes son, me atrevo a decir, los grandes himnos del bossa-nova al que cualquier neófito debe acercarse primero para tantear el terreno y ver si se siente a gusto. Después, podría acercarse a la colaboración del trompetista de jazz Stan Getz con Gilberto, y al dúo de Elis Regina con Jobim, que nos trajo la excelsa “Águas de março”.

Otra cantante emblemática del bossa-nova es Astrud Gilberto —algún tiempo esposa de João—, quien ganó fama mundial en 1964 con su interpretación de “La chica de Ipanema”, como la conocimos en México. Más recientemente, en 1996, participó en el álbum benéfico Red Hot + Rio al lado de George Michael, con una interpretación en inglés de “Desafinado”.

También merece una mención especial la cinta Orfeu Negro (1959), una tragedia romántica dirigida por el francés Marcel Camus que recupera la leyenda griega de Orfeo y Eurídice, situándola en las empobrecidas favelas de Río de Janeiro en época de carnaval. La cinta se basa en una obra teatral de Vinicius de Moraes y destaca por una banda sonora en la que participan el ubicuo Jobim y Luiz Bonfá, autor de las emblemáticas “Manhã de carnaval” y “Samba de Orfeu”.

Si bien el bossa-nova influyó de modo decisivo al jazz estadounidense y a mucha de la música popular latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX, en su propia tierra no fue profeta por mucho tiempo: su temática de amor, soledad, nostalgia y pasiones reflejaba el estilo de vida de las clases acomodadas, y tras el golpe militar de 1964, el pueblo oprimido se volcó hacia la música popular que mostraba mayor contenido de denuncia social.

En alguna ocasión leí una columna del extinto autor Germán Dehesa, donde afirmaba que la gente de mi edad éramos “la generación bossa-nova” porque probablemente muchos habíamos sido concebidos al calor y con la cadencia de este ritmo sudamericano. Y, poniéndome suspicaz, creo que así debe de haber sido, aunque mis padres eran más de boleros.

Hasta el próximo Café sonoro…

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