El filósofo y escritor español Fernando Savater (1947) comenta en su libro, El contenido de la felicidad (1986), que dicho estado de ánimo —aunque no sabríamos definirlo, pero suponemos que seríamos capaces de reconocerlo si lo alcanzáramos— podría ser sustituido con la expresión “Lo que queremos”. Así, al decir “quiero ser feliz”, en realidad afirmamos “quiero ser”. Llamamos felicidad a lo que queremos; por eso se trata de un objeto perpetuamente perdido, a la deriva.
Por su parte, Mihály Csíkszentmihályi (1934), profesor de psicología en la Universidad de Claremont, nos dice que “descubrió que la felicidad no es algo que sucede. No es resultado de la buena suerte o el azar. No es algo que pueda comprarse con dinero o con poder. No parece depender de los acontecimientos externos, sino más bien de cómo los interpretamos. De hecho, la felicidad es una condición vital que cada persona debe preparar, cultivar y defender individualmente. Las personas que saben controlar su experiencia interna son capaces de determinar la calidad de sus vidas, eso es lo más cerca que podemos estar de ser felices”.
Para responder la cuestión planteada en el título de este texto sobre la necesidad de contar con una pareja para ser feliz —más allá de sólo tomar en cuenta a las parejas heterosexuales, pues las hay homosexuales y bostonianas [1] —, antes es necesario considerar que tal necesidad puede ser estimulada por un sentimiento que deriva de antepasados muy lejanos de la especie humana: el amor, condición que llega a favorecer la dedicación mutua en la pareja [2] .
De hecho, en un estudio realizado en Chile con parejas homosexuales y heterosexuales sobre el amor en la resolución de conflictos, se encontró que, independientemente de la orientación sexual, el estar en una relación estable y que se proyecta en el futuro se fortalece la satisfacción personal, brindando seguridad y propósito a largo plazo. Así, el compromiso es un elemento significativo para las parejas, pues facilita un sentido de pertenencia e identidad. Además, cuando en una relación se percibe que la pareja utiliza estilos de comunicación positivos, cualidad propia tanto de la intimidad como de la negociación, se presenta mayor satisfacción en la relación.
En el caso particular de la obtención de bienestar a través del matrimonio, recientemente se publicaron los resultados de una investigación científica realizada por académicos del Departamento de Psicología de la Universidad Estatal de Michigan [3] . Los autores entrevistaron a 7,532 participantes de diferentes orígenes étnicos—su edad promedio era de 66.68 años; 54.2% de ellos fueron mujeres— para determinar si diferentes historias de pareja —los científicos las clasificaron en tres tipos: casados la mayor parte de su vida adulta, solteros la mayor parte de su vida adulta o de historial variado; este último correspondió a individuos que entraron o salieron de varias relaciones a lo largo de la vida— tienen un impacto único en el bienestar durante la vejez.
Los investigadores observaron que los sujetos consistentemente casados tuvieron un bienestar ligeramente superior, nada substancial, al final de su vida, en comparación con los individuos consistentemente solteros o de historial variado. Estos dos últimos tipos de relación no difirieron en su percepción de la felicidad; es decir, como lo señala William Chopik, uno de los autores de la investigación, que aquellos que han “amado y perdido” son tan felices hacia el final de su vida como aquellos que “nunca han amado” en absoluto.
En su trabajo, los científicos comentan que hay una variedad de explicaciones para estos resultados. Así, el aislamiento social y la soledad, presentes en los solteros la mayor parte de su vida y en las personas de historial variado, pueden repercutir en una disminución del bienestar individual. Sin embargo, estos resultados no son concluyentes, por lo que se requiere de mayor investigación.
William Chopik comenta que “las personas casadas pueden estar en relaciones infelices, mientras que las personas solteras logran disfrutar de sus vidas con sus amistades, un pasatiempo o el trabajo. En retrospectiva, nos dice el investigador, si el objetivo es encontrar la felicidad, parece un poco tonto que la gente le dé tanto valor a la pareja.
Como última anotación, si el estimado lector desea iniciar una relación de pareja y para ello realizar una celebración conmemorativa, no olvide atender las recomendaciones medievales de evitar a toda costa que un monje, un sacerdote, un perro, una liebre, una lagartija o una serpiente se crucen en su camino al altar, pues será un augurio de mala suerte en la vida conyugal. Es preferible ver cruzar a un sapo, una araña o un lobo, pues la buena suerte y felicidad “estarán aseguradas”.
[1] El matrimonio bostoniano (o matrimonio Wellesley) fue un término utilizado en América (específicamente en Norteamérica) para entender un tipo muy extendido de relación monógama entre dos mujeres, que fue empleado a partir de entonces y retrospectivamente para describir las relaciones monógamas de larga duración entre dos mujeres solteras del siglo XIX que viven juntas y comparten todo, como si se tratara de un matrimonio heterosexual. En su novela Las Bostonianas de 1885, el escritor Henry James (1843-1916) recreó en parte esa poderosa unión emocional donde cada una de las partes volcaba su energía y atención en la otra. Hoy en día se aplica a toda unión entre dos personas adultas que viven juntas.
[2] Silva Lee, Alfonso (2011). La selva interna. Editorial Científico-Técnica, Ruth Casa Editorial. La Habana.
[3] F. Purol, Mariah; K. Keller, Victor; Oh, Jeewon; J Chopik, William; E. Lucas, Richard (2020). Loved and lost or never loved at all? Lifelong marital histories and their links with subjective well-being, The Journal of Positive Psychology.