Nunca he sido de pesarme con regularidad y mucho menos de tomar medidas de los distintos diámetros de mi cuerpo, pero ni falta hace: la holgura de mis jeans de siempre, las playeras antes ajustadas que hoy se sienten cómodas y, en general, una sensación de ligereza cuando me muevo lo confirman: en los seis meses, o un poco más, que ha durado el home office, perdí peso. O sea, adelgacé.
Al caminar por las calles, veo que no soy el único: lo delata el pantalón bombacho que la señora formada frente a mí en la caja del súper intenta ceñir apretando más su cinturón. Y, por otra parte, sé de muchas personas que se quejan de lo contrario: en los más de cien días de confinamiento, el sedentarismo y el estrés han acumulado rollitos de grasa en sus cinturas, muslos, papadas y caderas.
Nuestros vecinos del norte han acuñado un mote simpático —o, al menos, así me resulta a mí— para este fenómeno: “Quarantine 15”, refiriéndose a las quince libras o siete kilos que, en promedio, muchos habitantes de aquel país han almacenado durante estos días inciertos en sus afligidos cuerpos.
En mi caso, la causa de mi adelgazamiento es clara: confinado en mi casa, sin taquerías ni torterías ni la señora de las quesadillas fritas a la mano, y obligado a preparar mi propia comida, mi consumo de azucares y harinas blancas, así como de alimentos fritos y ultra procesados, ha disminuido drásticamente.
También ha pesado el factor emocional o psicológico: en los últimos meses, además de sufrir de crisis de depresión e insomnio, pasé por la hospitalización y muerte de mi madre, por otra muerte en la familia y, más recientemente, por el inesperado retorno de una persona significativa del pasado, la cual vino a dotar a mi cerebro de altas dosis de oxitocina y de dopamina que me robaron el apetito.
Pero en esto de perder peso no todo es miel sobre hojuelas: muchas veces no es que hayamos “adelgazado”, entendiendo por ello el haber “quemado” o perdido grasa corporal, sino que también podemos tener un problema de salud o haber perdido masa muscular por la inactividad, lo cual no es muy recomendable.
Pero, ¿a qué se debe que mucha gente haya subido de peso durante esta “cuarentena” de más de cien días? Un artículo publicado por la Universidad de Yale arroja cierta luz sobre el tema: de entrada, con los gimnasios y parques cerrados al público, mucha gente perdió la costumbre de ejercitarse… y eligió la comida a domicilio y “aplastarse” en su sillón favorito a mirar Netflix.
Pero, yendo más a fondo, encontramos más explicaciones. Por un lado, está el estrés que todos hemos experimentando y al que muchos hacen frente comiendo de forma ansiosa, lo cual deriva en una segunda explicación: nuestro instinto de supervivencia de “huir o pelear”, que provoca que ante la incertidumbre nuestro organismo almacene reservas de energía para la “batalla” contra la realidad que percibe que librará en algún momento en el futuro.
Cuando uno empieza a notar que la “llantita” de nuestra cintura se va convirtiendo en un gran neumático como el que de niños nos rentaban para flotar en el mar, es común que uno reaccione con enojo, frustración o depresión. Pero un texto de The New York Times nos invita a no entrar en otro círculo: el de la ansiedad.
Aceptémoslo: nuestra sociedad consumista establece estándares de belleza y de “delgadez” que muy pocos podemos alcanzar. Y cuando una circunstancia externa y totalmente fuera de nuestro control, como una pandemia, rompe con el balance y las rutinas de nuestra vida, es lógico que esto se refleje en nuestro peso y nuestro índice de masa corporal… y por ello algunos se sientan mal.
Pero, ante ello, lo peor que podemos hacer es fustigarnos mentalmente llamándonos “panzón” o “gorda”, y obsesionarnos con adelgazar. “Rompe el ciclo preguntándote dónde aprendiste que subir de peso es algo de lo que debes avergonzarte”, dice Paula Freedman, especialista en desórdenes alimenticios.
Así pues, hay que privilegiar la salud física y mental sobre la vanidad y sobre la compulsión de tomarse selfies con traje de baño, y ponerla por encima de nuestra necesidad de agradar o de ser aprobado o aprobada por los demás.
Por último, unos consejos del sitio de salud Healthline para mantener la salud y no ganar peso: mantenerse hidratados; adoptar alguna actividad física, aunque sea caminar con frecuencia; elegir comida saludable, cocinar en casa y evitar alimentos procesados; ceñirse a una rutina sana en cuanto a horarios de iniciar el día, trabajar, hacer ejercicio e irse a la cama, y dormir el tiempo suficiente.
No suena tan drástico, ¿o sí?…