La premonición es una supuesta facultad, aún no comprobada por la ciencia, mediante la cual algunas personas logran conocer o visualizar sucesos del porvenir durante los sueños. Así, en general las premoniciones son avisos, advertencias o anuncios de lo que vendrá en el futuro, el cual puede ser afortunado o constituir una desgracia.
Para infinidad de culturas antiguas, el sueño —además de reparador— era muy importante para conocer el futuro. Por ejemplo, en el oráculo de Anfiarao, ubicado a 50 kilómetros al norte de Atenas, se hacía dormir a las personas y se les inducía para que tuvieran sueños premonitorios mediante el sacrificio de un carnero y una dieta rigurosa que excluía alcohol, cebolla, judías, ajo, carne de cerdo y ciertos pescados. Los antiguos griegos siempre debatieron sobre si los sueños eran un vehículo de los dioses o de los difuntos para comunicarse con los mortales, y si en realidad tenían carácter divino y una auténtica capacidad de predicción.
Los sueños premonitorios, también conocidos como precognitivos o anticipatorios, suelen ser descartados y considerados simples coincidencias que resultan de la ansiedad ante lo desconocido o de la microinformación almacenada en el inconsciente, aunque existen sueños tan precisos que nos hacen cuestionarnos cuáles serían los mecanismos involucrados en tal definición de hechos futuros. Al respecto, también se ha dicho que los sueños premonitorios pueden proyectarse como representaciones simbólicas de los eventos del mañana.
Si los sueños premonitorios son simbólicos, su interpretación involucra un arte adivinatorio llamado oniromancia —del griego oneiros, ‘sueño’ y manteia, ‘adivinación’—; un ejemplo de esto es la historia de José, el llamado “soñador”, narrada en libro del Génesis: en ella, José escucha al faraón de Egipto, quien le cuenta un sueño donde ve que siete vacas muy flacas y huesudas devoran a siete vacas gordas; en un segundo sueño, ve siete espigas de grano delgado y secas que se tragan a siete espigas buenas.
José interpretó los sueños del faraón y le dijo que ambos significaban lo mismo: las siete vacas gordas y las siete espigas de grano buenas correspondían a siete años, mientras que las siete vacas flacas y las siete espigas de grano delgadas simbolizaban otros siete años; así, el sueño significaba que habría siete años en los que habría mucho alimento en Egipto, pero les seguirían otros siete en los que se sufriría mucha escasez. Por eso, José le recomendó designar a un hombre sabio para almacenar alimento en los años buenos y evitar que la gente muriera en los años malos.
En esta historia, como en otras, se atribuye a Dios o a fuerzas sobrenaturales y desconocidas el poder de presagiar el futuro en los sueños. Hablar de estas fuerzas rescata de mis recuerdos infantiles un relato onírico de mi madre, quien con frecuencia soñaba con una hermosa casa que se encontraba perfectamente ordenada y limpia; al tomarse el tiempo de revisar cada una de las habitaciones, veía que casi todas lucían impecables —aunque vacías— excepto una, que estaba totalmente destruida, lo que le causaba extrañeza y desasosiego.
Un amigo de la familia, que era médium, interpretó que los cuartos ordenados y vacíos simbolizaban a los hijos que al crecer abandonarían la casa para hacer sus vidas, pero siempre eludía hablar del cuarto destruido. Fue así que todos los hijos nos marchamos del hogar, como lo auguró el sueño, pero mi hermana menor no pudo lograrlo: por desgracia, falleció siendo aún joven, lo que causó un gran pesar en el alma de mi mamá hasta sus últimos días. Y yo me pregunto: ¿la habitación en ruinas del sueño de mi madre sería la representación simbólica de mi hermana muerta?
En el mundo náhuatl, comenta el historiador Alfredo López Austin, la magia fue una institución compleja y de primer orden, tanto así que existían personas especializadas en diversos procedimientos sobrenaturales. En el caso de la interpretación de los sueños se contaba con el temiquiximati o “conocedor de los sueños”, cuya interpretación se basaba en los libros de los sueños, los temicámatl.
En un relato sobre la llegada de los españoles a Tenochtitlan, el fraile dominico Diego Durán (1537-1588) dice que el emperador mexica Moctezuma Xocoyotzin andaba muy desasosegado por las profecías, por lo que mandó llamar a todos los “prepósitos y mandoncillos” —los superiores y servidores en los templos— para preguntarles si habían soñado algo “de lo que avía de acontecer”; también les preguntó a los viejos y viejas, y a todos los sacerdotes, sobre sus sueños y visiones, o de apariciones en lugares solitarios.
Algunos manifestaron haber soñado cosas espantosas: “…as de saber que estas noches pasadas nos mostraron los Señores del Sueño cómo el templo de Vitzilopchtli lo viamos arder… y al mismo Vitzilopochtli lo viamos caido y derribado… as de saber que los sueños que estas tus madres han soñado son que veían entrar un rio caudaloso por las puertas de tus casas reales, y con la mucha furia que llevaba deribaba las paredes de tu casa… y llegaba al templo y con el mismo furor lo echaba por tierra, de lo qual los grandes y señores, temerosos, desamparaban la ciudad”. Desde luego, en los sueños se estaba presagiando la caída de México-Tenochtitlan y el fin del mundo mexica.
Por otra parte, el gran conquistador macedonio Alejandro Magno también tenía sueños premonitorios que él mismo llegaba a interpretar: cuando se apoderó de Egipto y había elegido ya un emplazamiento para edificar una ciudad a la que le pondría su nombre, tuvo una visión donde se le aparecía un hombre recitándole unos versos de Homero: “Para Egipto quería yo volver: reteníanme los dioses por no haberles primero ofrecido hecatombes perfectas […] Una isla hay allí que rodean las olas sin cuento: Faros lleva por nombre y está frente a Egipto”. Tras la visión, el macedonio dejó que lo soñado influyera en su destino y cambió de parecer al dirigirse a Faro, una pequeña isla egipcia cerca del actual puerto de Alejandría, fundado por el mismo Alejandro en el 331 a.C.
Julio César, destacado político y militar romano, famoso por su intensa relación con Cleopatra, tuvo un abominable sueño premonitorio cuando desempeñaba el cargo de cuestor o magistrado en Cádiz, en la actual España, pues le pareció que se acercaba a su madre para tener relaciones incestuosas. Al despertar, llamó a un astrólogo para que interpretara el sueño y éste le dijo que su madre simbolizaba a la Tierra y que, de la misma manera que César dominaba a su madre, también pondría toda la Tierra bajo su mando y se convertiría en su líder. En este caso, la premonición sirvió para infundir coraje al protagonista, quien se lanzaría a la batalla con el impulso de lo presagiado en el sueño.
Uno de los sueños premonitorios mejor conocidos es el del vigésimo sexto presidente de los Estados Unidos y el primero en ser asesinado: Abraham Lincoln (1809-1865). Semanas antes de su muerte, Lincoln tuvo un sueño tan espantoso que durante días no dejó de pensar en él: escuchó lamentos apagados, como si varias personas estuvieran llorando; después, se vio vagando de habitación en habitación en la Casa Blanca, y en una de ellas vio un cadáver en un catafalco rodeado de personas lamentándose; al preguntar quién había muerto, le respondieron que el presidente había sido asesinado.
El 14 de abril de ese mismo año, Lincoln y su esposa asistieron al Teatro Ford en Washington D.C. para presenciar la obra Our American Cousin. La pareja tomó asiento en el palco de honor, pero tan pronto se apagaron las luces sonó un disparo: John Wilkes Booth, simpatizante de los confederados y contrario a la política del presidente, lo privó de la vida disparándole en la nuca. Al día siguiente, el féretro del presidente fue colocado en un salón de la Casa Blanca —en el East Room, para ser precisos—, tal como se había indicado en el sueño, ante una muchedumbre llorosa.
Y para cerrar el tema, una conseja popular: sueño que es soñado tres veces seguidas y no se cuenta, se hace realidad.