“Tener química con alguien”, ¿a qué se refiere exactamente?

"Tener química con alguien", ¿a qué se refiere exactamente?
Igor Übelgott

Igor Übelgott

Mente y espíritu

Hace varios años que —por mi momento de vida actual— dejé de incursionar en las aventuras y los lances amorosos, pero eso no me libra de las pláticas donde el amigo o la amiga infatuados hablan de la persona con la que están saliendo —si es que aún se estila eso— y con la que, dicen, “tienen una química increíble”, refiriéndose casi siempre a una atracción y a una actividad sexual muy intensas. Pero, ¿realmente la química entre dos personas se reduce al sexo o existen otros niveles más profundos que pasan desapercibidos?

En un artículo para Psychology Today, el filósofo y neurocientífico canadiense Paul Thagard —básandose a su vez en los hallazgos de las psiquiatras Harry T. Reis, Annie Regan y Sonja Lyubomirski— define con precisión la conocida expresión con la que muchos y muchas hemos justificado nuestras flaquezas: una buena química amorosa “es la experiencia o la sensación de una conexión intensa con una potencial pareja”. Eso se entiende, pero, ¿cómo funciona?

Thagard precisa que las investigaciones sugieren que la química romántica tiene tres tipos de componentes: perceptuales, emocionales y conductuales; es decir, aquello que percibimos con los sentidos y nos permite formar una imagen mental, las emociones que dicha imagen mental nos provoca y, por último, los distintos comportamientos que derivan de las emociones. Y todo esto ocurre a través de cuatro mecanismos: representación, vinculación, coherencia y competencia. Expliquemos cada uno de ellos con un ejemplo práctico.

La química romántica en acción

Juan y María están sentados frente a frente en su primera cita. Ambos tienen información perceptual suficiente del otro —aspecto físico, tono de voz, olor natural o del perfume y tacto, si se saludan o se abrazan—, de modo que el cerebro de Juan representa a María y viceversa, pero eso es sólo el comienzo. El paso crucial es la conversación, con la que se forman representaciones auditivas de las expresiones del otro y la química se materializa en comunicación no verbal: contacto visual, sonrisas, imitación de expresiones faciales y corporales, y movimientos sincronizados.

Pero lo importante —dicen Reis, Regan y Lyubomirski— son las reacciones emocionales de Juan y María, que dependen de cómo representan sus cerebros la situación: el encuentro, la calidad de la conversación, los cambios corporales que experimentaron y sus juicios, conscientes o inconscientes, sobre si la interacción promete cumplir sus expectativas de hallar el amor o tener sexo, las cuales dependen mucho del grado de interés mostrado por la contraparte. Estas reacciones pueden ir desde un leve interés hasta una gran atracción sexual.

Pero la química no tiene lugar toda a la vez y depende de cómo se desarrolle la interacción. En la segunda fase, la vinculación, la incomodidad inicial puede superarse con cada vez más momentos de diversión e interés mutuo, que dejarán agradables recuerdos de las interacciones, los cuales serán vinculados por sus cerebros de modo que den sentido a cómo se desarrolla la interacción.

En tercer lugar, viene la coherencia: a través de sus interacciones, Juan y María empiezan a entenderse y a formar una interpretación coherente de lo que el otro cree, quiere y valora, especialmente si se dan cuenta de que tienen metas, planes y valores similares. En esta etapa, la química puede surgir de identidades compartidas y objetivos personales coincidentes, y va más allá de la atracción física, pues ambos se involucran con respecto a religión, planes profesionales, estilo de vida y preferencias geográficas.

Sin distracciones

Por último, además de superar a otros candidatos o candidatas como en la antigüedad y la biológica selección natural, la atención resulta de la competencia entre representaciones neuronales: así, la naciente relación entre Juan y María prosperará sólo si están mucho más interesados ​​el uno en la otra que en las muchas distracciones de sus vidas —y es que, ¿a quién no le ha pasado que, tras tres o cuatro citas prometedoras, de repente él empieza a “tener mucho trabajo” y a ella a preferir salir con sus amigas los viernes por la noche?

La competencia, en gran medida, está determinada por las emociones: si Juan y María se encuentran lo suficientemente interesantes, divertidos o sexys como para centrar su atención, sentirán que el momento de la conversación merece más conciencia que su entorno u otras preocupaciones. La explicación científica es que la competencia neuronal determina si las parejas son conscientes el uno del otro y transmiten ese grado de interés mutuo, indispensable para seguir adelante con una relación; dicho en palabras simples: “el interés tiene pies”.

Con frecuencia se habla de la “química sexual” como si A fuese bicarbonato de sodio y B fuera jugo de limón recién exprimido, y su efervescente encuentro fuera algo incontrolable e inevitable; pero, luego de leer este artículo, queda claro que los químicos que entran en acción no se generan en la entrepierna, como muchos creen, sino en los procesos conscientes e inconscientes del cerebro, que es a final de cuentas la zona erógena más importante del cuerpo.

Cierre artículo

Recibe noticias de este blog