Terapia de mandalas

Terapia de mandalas
Zaira Torroella Posadas

Zaira Torroella Posadas

Creatividad

A mitad de la hoja, trazo un círculo pequeño; alrededor de éste, dibujo siluetas que se entrelazan unas con otras. De forma concéntrica, voy delineando figuras abstractas pero simétricas, junto con cuadrículas y motivos triangulares y estelares. Pinto cada silueta, empezando ahora de afuera hacia adentro, con la intención de lograr autoconocimiento y atraer energía positiva del exterior hacia mi interior. Voy coloreando cada sección de forma intuitiva, sin pensar en qué tonos utilizaré o si éstos combinarán entre sí. Al final del proceso, observo el diagrama cosmológico que representa a mi Yo interno. Acabo de pintar un mandala, que en sánscrito significa ‟círculo sagrado”, y es un símbolo de sanación, unión e integración.

Los mandalas nacieron en la India, y tanto el budismo como el hinduismo los adoptaron como representaciones simbólicas, espirituales y rituales del macrocosmos y el microcosmos. Su forma circular representa la perfección, la eternidad y los ciclos infinitos de la vida, y está inspirada en la organización del universo, conformado por órbitas que circundan un centro con el cual existe una interrelación permanente. Estos diseños análogos a la Naturaleza han acompañado al hombre desde tiempos inmemoriales.

A principios del siglo XX, el psicólogo y psiquiatra suizo Carl Gustav Jung, durante las sesiones de terapia, utilizó los mandalas como herramienta para ayudar a sus pacientes a conectarse consigo mismos e intentar curar su fragmentación psíquica y espiritual. Jung solía interpretar sus propios sueños dibujando un mandala diario, inmediatamente después de despertar; gracias a dicha actividad, descubrió la relación que los mandalas parecían tener con su centro psíquico y elaboró una teoría sobre la estructura de la psique humana: decía que crear un mandala era como comenzar un viaje hacia la esencia de la persona, en el que se abrían puertas desconocidas y brotaba la sabiduría interior.

En la actualidad, los mandalas se utilizan en distintos ámbitos con el objetivo de potenciar la creatividad, lograr la relajación y mejorar la concentración y la captación de energía positiva. Los mandalas también sirven como fase inicial de la meditación, y pueden contemplarse o dibujarse. En el primer caso, basta con encontrar un lugar silencioso y respirar rítmica y profundamente al tiempo que se observa algún mandala, enfocando la atención en cada figura y color que lo compone. Ahora que si desea crear su propio mandala, existen dos maneras de hacerlo: la primera consiste en utilizar una plantilla; cuando haya elegido el diseño, puede instalarse en un sitio tranquilo y, acompañado de música si así lo prefiere, comenzar a pintarlo. La segunda opción —y la más recomendable— es trazar desde cero el mandala y luego colorearlo. En ambos casos, se trata de una práctica sencilla que puede realizar cualquier persona.

La inspiración para crear el mandala por lo general procede de la reflexión, la intuición o la actividad onírica; y la variedad de materiales para llevarlo a cabo no tiene límites: puede delinearlo sobre papel, lienzo, madera, arcilla o tela de bordar, y colorearlo con pintura, lápices de colores, plumones o, incluso, rellenarlo con arena y semillas.

El esquema básico es un círculo con los cuatro puntos cardinales, que transmite estabilidad y equilibrio. En torno al centro, se van trazando las figuras, que pueden ser geométricas, florales, o con diseños entramados; algunas de ellas tienen una simbología específica: la espiral, por ejemplo, significa desarrollo y dinámica del proceso interior; un árbol, por otro lado, representa vida, crecimiento y arraigo; las flores, por su parte, expresan belleza, fugacidad y fertilidad…

Los colores que se utilizan también son significativos. Se pueden elegir de manera deliberada a fin de atraer lo que simbolizan —el azul, por ejemplo, representa paz, tolerancia y la necesidad de deshacerse de algún vicio interior[1] —, o de forma intuitiva para al final descubrir lo que deseábamos revelar o atraer por medio del mandala —si el objetivo es exteriorizar emociones, debe colorearse de adentro hacia afuera, pero si lo que se busca es el equilibrio y la conexión interior, debe hacerse de afuera hacia adentro. También se dice que los colores tienen fines curativos, cuyas ondas electromagnéticas podrían estar relacionadas con determinados órganos o procesos: el amarillo supuestamente sirve para regular la actividad metabólica; el naranja, para mejorar el funcionamiento del aparato digestivo; el azul, para tratar el sistema respiratorio; el rojo se liga al sistema circulatorio, y el rosa a la piel… Así que también puede hablarse de los ‟mandalas de sanación”.

Yo decidí pintar mi mandala de forma intuitiva. Al terminarlo, me di cuenta de que los colores que más había utilizado fueron el azul y el violeta; este último tiene fama de atraer espiritualidad e inspiración, ayudando a liberar el poder creativo al abrir las puertas de la imaginación y el conocimiento; además, se dice que provee de energía vital al cerebro y al sistema nervioso. Mi Yo interno me pedía que me regalara un espacio para expresarme de forma creativa en un lienzo y con un pincel.

Usted también, amable lector, puede adentrarse en un camino concéntrico que quizá le ayude a conectarse consigo mismo. El mandala que decida observar o crear puede revelarle necesidades o aspectos desconocidos sobre usted mismo; se trata de una terapia eficaz para descubrir contenidos inconscientes que se manifiestan mientras contempla o traza los senderos únicos e irrepetibles de su propio círculo sagrado.

Cierre artículo

[1] La simbología de los colores se generalizó para efectos de este artículo. En realidad, un mismo color puede producir efectos distintos o incluso contradictorios; su simbología, entre otras cosas, depende de la tonalidad y del contexto en que aparece el color.

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