Si bien hoy en día la edición y la escritura son mi forma de ganarme el pan, en una vida pasada obtuve un título profesional de diseñador gráfico y ejercí ese oficio durante más de una década en despachos y editoriales. Desde esos años de estudio y de trabajo, una de mis herramientas de comunicación y expresión gráfica favoritas ha sido la tipografía; por eso, me complace hablar de la historia de una de las fuentes más usadas de todos los tiempos, en parte gracias a que viene preinstalada en casi todas las computadoras personales: la Times New Roman.
Antes de referirme en específico a dicha fuente, vale la pena decir que el diseño tipográfico consiste en la creación de familias de letras que resulten leíbles, legibles,[1] agradables y con un carácter distintivo, y que estén destinadas a fines de impresión o, en tiempos recientes, para ser desplegadas en pantallas y otros dispositivos electrónicos. Este oficio es tan viejo como las primeras civilizaciones y ha evolucionado a lo largo de los siglos, primero en la escritura a mano y, después, con la invención de la imprenta y de los tipos móviles, que —en tiempos previos a los tipos y fuentes digitales como las que eliges en tu Word— eran piezas metálicas forjadas y con las letras grabadas, las cuales se usaban para formar páginas e imprimir hojas sueltas, volantes, periódicos y libros.
Así llegamos al principio de la década de 1930 y a la capital inglesa, Londres, donde desde el año 1788 se ha imprimido y distribuido el mundialmente famoso diario The Times. Fue en 1931 que el tipógrafo británico Stanley Morison, quien a la sazón trabajaba en la empresa de diseño de tipografías Monotype, criticó el diseño tipográfico del afamado periódico, aduciendo que lucía anticuado, pobre y pasado de moda; a manera de un guante blanco en su cara, como respuesta Morison recibió el encargo —que, viéndolo así, era casi un desafío— de diseñar una nueva letra para usarse en The Times.
Con la ayuda del dibujante, rotulista y letrista Victor Lardent, Morison empezó a trabajar en un diseño novedoso con dos objetivos en mente: eficiencia, o sea que las letras y sus espaciamientos permitieran dar cabida a la mayor cantidad de texto en el menor papel posible, y leibilidad, para que los lectores pudieran acceder a los textos de manera ágil, clara y sin contratiempos.
Como inspiración, el diseñador revisó tipografías clásicas como la Plantin y otras de las llamadas serif, que son aquellas que cuentan con remates o serifes, así como las clásicas romanas que se labraban en latín a punta de cincel en las construcciones de la poderosa Roma imperial. Uno de los adelantos que introdujo fue la reducción del espacio entre letras o interletraje —tracking, en inglés—, con el fin de multiplicar el número de caracteres que cabían en la formación editorial del periódico y, así, optimizar costos.
El diario realizó numerosas pruebas de la nueva tipografía antes de, finalmente, lanzarla con bombos y platillos como su letra exclusiva el 3 de octubre de 1932. The Times contó con los derechos exclusivos de la fuente recién creada durante un año y, después, algunos otros diarios impresos empezaron también a adoptarla; con el tiempo, “la Times” o Times New Roman se convertiría en una de las fuentes más usadas en los medios impresos.
Dos notas finales. La primera: los tipos móviles originales de la fuente fueron fundidos por dos compañías, Monotype y Linotype, y respectivamente la llamaron Times New Roman y Times Roman; en la era de las computadoras, Apple eligió el catálogo de Linotype para su sistema operativo y Microsoft, el de Monotype, y por eso es que los nombres varían en cada una; la segunda es que desde el principio The Times y Morison aclararon que no se trataba de una fuente apta para publicar libros, pues por su forma funciona mejor en las angostas columnas de un periódico y no es óptima para usarse a todo lo ancho de una página. O sea que, en otras palabras, hemos vivido en el error…
[1] La leibilidad es la capacidad asignada a un texto para ser leído con un máximo de comprensión, un mínimo de fatiga y una máxima recuperación de ésta; la legibilidad, en cambio, es el contraste de la letra con el fondo o pantalla. Así, una fuente compleja y abigarrada es poco leíble, y un texto blanco sobre un fondo amarillo tiene poca legibilidad.