
Escribo este texto en un café. Desde que, por la pandemia, adopté el esquema de teletrabajo o home office, para no enloquecer de encierro a cada tanto salgo a desayunar o, simplemente, a degustar un buen exprés al tiempo que trabajo o sostengo reuniones virtuales. Y es que para mí, como para Honoré de Balzac, el café siempre ha sido un detonante de la creatividad y la productividad, pero algunos piensan que inhibe el pensamiento creativo, ¿quién tiene razón?
Los “cafeinómanos” como yo sabemos de sobra los muchos beneficios de beber café: aumento en energía y desempeño cognitivo, mayor concentración y alerta mental, mejor memoria a corto plazo y toma de decisiones, disminución del riesgo de desarrollar mal de Alzheimer y diabetes —si no le pones azúcar, claro está—, incremento en la oxigenación del cerebro y, por su contenido de antioxidantes, incluso una mayor longevidad.
No obstante, un artículo reciente de la revista The New Yorker, aduce que todas estas ventajas tienen un costo si hablamos de creatividad, pues —según el texto— ésta consiste en la capacidad de vincular ideas de formas novedosas, la cual depende de que nuestra mente esté un poco desenfocada para que divague y “haga match” entre conceptos que habitualmente no están relacionados. Y esa pequeña distracción, necesaria para que el pensamiento “fuera de la caja”, es precisamente lo que impide el mayor enfoque provocado por la cafeína.
¡Caramba! ¿O sea que Balzac, que bebía torrentes de café y hablaba de “ideas que se precipitan como batallones en un gran ejército de batalla”, estuvo siempre equivocado? ¿O será quizá que esta dispersión de la mente es sólo una parte del proceso creativo?

Una chispa puede iniciar un incendio, pero no es todo el incendio; del mismo modo, las ideas geniales, el pensamiento lateral y las epifanías —el famoso ¡Eureka! de Arquímedes— son sólo el chispazo que echa a andar la maquinaria creativa y puede resultar en un invento genial, pero para que ello suceda son necesarias horas de cálculos, planeación, experimentación, mediciones, ajustes, ensayos y errores, para que la idea no se quede en el cajón de los proyectos irrealizables o inconclusos. Ahí es donde entra en acción la cafeína.
Como propone un artículo del website Inc., una taza de café quizá no aumenta la creatividad, pero hace algo potencialmente mejor: actúa como un combustible que provee de la concentración y de la energía —física y mental— requeridas para trabajar en el desarrollo de la idea. Cualquiera que haya intentado echar a andar un negocio o proyecto, podrá dar fe de que buenas ideas las tiene cualquiera, pero el tesón y el empuje para convertirlas en algo concreto son virtudes que a menudo la gente olvida, cegada por el resplandor del “genio creativo”.
Picasso solía decir que esperaba que las musas y la inspiración lo encontraran trabajando; Edison, que acostumbraba adjudicarse ideas ajenas,[1] parafraseó las palabras de la académica Kate Sanborn para dar con su famosa cita “Genio es 2% inspiración y 98% trabajo duro”; Balzac, a quien mencionamos al inicio, hablaba de ideas ordenadas como regimientos —no dispersas— con las que podía escribir toda la noche sobre la comedia humana; y Arquímedes, el genio de Siracusa, en efecto dio con una solución insospechada cuando dejó de pensar en el problema y tomó un baño… pero después salió de la tina y se puso a experimentar en su laboratorio hasta comprobar su eficacia.

Seamos sagaces entonces: cuando necesites que tu mente esté desenfocada para que pueda vagar libremente y hacer asociaciones mentales atípicas, abstente del café un par de horas antes y durante el proceso; una vez que hayas unido los puntos y tengas a la inspiración de tu lado, una buena dosis de café será tu aliada para que te enfoques y no desistas en tu empeño.

[1] Como podemos constatar en este texto.