Un crucero en una de las ciudades más industriosas de México, en plena hora pico. Espero en una esquina a que cambien las luces para cruzar la calle, pero esta acción se complica cuando los automovilistas deciden acelerar al ver la luz ámbar que les indica que deberían prepararse para frenar; entonces, para no ser atropellado, espero a que terminen de pasar, pero cuando esto sucede los autos de la calle perpendicular ya tienen otra vez la luz verde —y muchos de ellos dan vuelta en esa esquina—, por lo que de nuevo me resulta imposible cruzar. Me siento como en un capítulo de La Pantera Rosa…
Tras un par de intentos infructuosos, el enfado me torna más osado. Me encamino hacia el asfalto con el semáforo de peatones en verde a pesar de que, de nuevo, un automovilista considera que la luz roja frente a él es sólo una sugerencia de detenerse. Lo miro fijamente con lo que considero justa indignación. El sujeto se detiene y voltea hacia otro lado, resignado a obedecer las señales de tránsito; otras veces, incluso he recibido insultos por estorbar estas maniobras que “todo el mundo hace”. Total: ¿qué tanto es tantito?
El egoísmo es una de las actitudes más comunes en la sociedad actual: es más frecuente que la gente se preocupe por sus propios intereses que por los de los demás, y esto tiene consecuencias negativas tanto para la sociedad como para el individuo. En mi opinión, en lugar de afiliarnos a un partido político, alinearnos a una corriente filosófica o definirnos como fanáticos de un equipo deportivo o de una estrella musical, podríamos buscar formas para ser más altruistas, de modo que volcarnos en generosidad para con el prójimo fuera la regla y no la excepción.
A continuación, te comparto tres razones por las que creo que el egoísmo es una especie de “hipertensión social”: una enfermedad silenciosa que todo el mundo conoce y mucha gente padece, pero que nadie admite como un grave problema de salud pública al que debe prestarse mucha atención.
1. El egoísmo conduce a la desigualdad. Cuando la gente sólo se enfoca en sus intereses, también ignora las necesidades y preocupaciones de los demás, en especial las de los menos afortunados; esto amplía cada vez más la brecha entre ricos y pobres, lo que a su vez puede generar conflictos en la sociedad. Por eso es importante reconocer los privilegios de los que uno goza y otras personas no, para así pensar en formas de distribuir o compartir lo que no nos resulta indispensable con quienes podrían beneficiarse de ello.
2. El egoísmo merma la cooperación y la confianza en la sociedad. Cuando un grupo social siente que los otros sólo ven por sí mismos, tendrá menos voluntad de colaborar y de hacer equipo para alcanzar objetivos comunes, lo que produce un tejido social fragmentado en el que cada persona lucha por sí misma y desconfía de los demás, en lugar de trabajar por el bien común. El peor efecto de esa mutua incredulidad es que se vuelve un pretexto para no ser el primero en tener un gesto de generosidad hacia los demás.
3. El egoísmo afecta la salud mental y el bienestar emocional. Si una persona se centra en sí misma y en sus asuntos, terminará aislada y sola, lo que aumenta el riesgo de depresión y ansiedad. Y no es nuevo decir que la tecnología actual es capaz de conectarnos casi con cualquier persona en el mundo —no sólo con texto, sino incluso con audio y video en tiempo real—; pero, al mismo tiempo, las redes sociales maximizan la interacción de sus posts y el tiempo que pasamos en ellas causando confrontación y divisiones entre desconocidos, amigos y familiares. Todo ello abona a una sociedad desintegrada, constituida por personas instaladas en el individualismo u obsesionadas con su riqueza y logros personales.
En contraste, dejar atrás el egoísmo tiene muchos beneficios: los científicos han comprobado que al ser altruistas, preocuparnos por los demás y hacer el bien en la sociedad, somos más felices y nos sentimos más unidos a la comunidad y el entorno, lo que aumenta nuestra percepción de bienestar y de satisfacción con la vida, y trae una felicidad más duradera y un sentido más amplio del éxito; entonces, aunque suene contradictorio, existen razones egoístas para ayudar y colaborar con los demás. Por si esto fuera poco, este ánimo de cooperación tiene un efecto multiplicativo y se contagia con facilidad, al generar un círculo virtuoso en el que el grupo —ya sea los amigos, la familia, el equipo o los vecinos— se ve beneficiado en términos prácticos y de cohesión social.
En resumen, todos deberíamos dejar de ser egoístas al tratar a los demás por varias razones: para la promoción de la igualdad, de la cooperación y de la confianza en la sociedad; para mejorar la salud mental y emocional de la persona, y para fomentar el bienestar social y la felicidad individual. Entre más personas adopten una actitud altruista, podremos construir una sociedad más justa, unida y próspera para todos. Muchas veces basta un gesto amable, una sonrisa o una conexión sincera con una persona necesitada para sentir los beneficios del agradecimiento y de la generosidad hacia los otros.