La escena se repite, de modo casi idéntico, al final de prácticamente cada día: después de despertar de madrugada y de una jornada de home office intensa y estresante, llega la hora de dormir. Y justo al apagar la luz, acomodar la cabeza en la almohada y cerrar los ojos, me doy cuenta de que estoy demasiado cansado para seguir despierto, pero demasiado ansioso para conciliar el sueño.
Como sucede a menudo, uno piensa que es la única persona que sufre ese síntoma que le impide dormir a pierna suelta y así estar plenamente renovado a la mañana siguiente. Pero no: resulta que hace varios años el doctor Rubin Naiman acuñó un término para ello: T’wired, una combinación de las voces inglesas tired, ‘cansado’, y wired, ‘cableado o conectado’, y se refiere a una fatiga aguda combinada con la pulsión por estar conectado de modo permanente al mundo digital.
Quienes sufrimos de este síndrome podemos dar al mundo una cara por completo funcional, eficiente y hasta sonriente, pero por dentro venimos arrastrando una fatiga profunda y prolongada que se debe, en esencia, a dos factores: la presión social por “ser más productivos” —existe en los ámbitos laborales la idea de que “más rápido es mejor”— y la incidencia global de trastornos del sueño.
En su blog personal, en 2014 el doctor Naiman acotó que “en los últimos años ha surgido una peculiar forma de vigilia: debido a que muchos de nosotros luchamos cada noche con horas insuficientes de sueño, nos encontramos con un cansancio crónico” y, paradójicamente, la vida actual y su excesiva estimulación nos orillan a estar conectados de modo permanente. De ahí surge el término t’wired, que no es otra cosa sino estar simultáneamente fatigado y conectado.
Varios factores agravan esta situación: por ejemplo, la ingestión abundante y recurrente de cafeína, que nos permite hacerle frente a la necesidad de estar alerta desde tempranas horas y permanecer así, incluso mucho después de que ha caído la noche, pero que al intentar dormir nos impide lograr que el mundo se diluya tras la niebla del sueño.
Por otro lado —y ahí es donde el confinamiento juega un papel crucial— está la estimulación a la que estamos expuestos debido a la enorme cantidad de notificaciones, correos, mensajes directos, llamadas, videollamadas, deadlines y juntas virtuales de una jornada laboral cualquiera y, al terminar ésta, todavía rematamos con series de Netflix, podcasts en Spotify y chats con amigos.
Todo esto causa un estado psicológico en el que, explica Naiman, las ondas cerebrales y el ritmo cardiaco se aceleran, se eleva la temperatura corporal e incluso hay secreciones hormonales, todo lo cual impide tener un buen sueño. “Y cuando no has descansado completamente, no puedes estar despierto del todo”, sentencia Naiman. Lo peor es que esta hiperexcitación se prolonga hasta las horas hábiles y, con dos tazas de café, se crea una “vigilia supercargada”.
Esa es la razón por la que mucha gente que sufre de este síntoma —en el que nuestros ciclos naturales de actividad y descanso están desarticulados— afirma sentirse “llena de energía” por las mañanas, sin darse cuenta de que en realidad están muy cansadas y de que lo que los impulsa es la ansiedad.
El efecto a largo plazo de este estado en que nuestra mente y nuestro cuerpo son llevados simultáneamente en sentidos opuestos, es devastador: numerosos estudios vinculan la “vigilia supercargada” al insomnio, y éste a estados depresivos en los que el paciente pierde la brújula y el sentido de por qué hace lo que hace, y todo lo anterior además incide en la salud cardiaca y gastrointestinal.
¿Qué se puede hacer? Desde 2014, año en que publicó por primera vez una entrada al respecto y sin prever el número de horas que pasaríamos millones de personas frente a una pantalla debido a la pandemia, Naiman nos invita a entender la diferencia entre relajarse, ya sea con una serie, un libro, una película o un paseo, y descansar, que consiste básicamente en “no hacer nada”.
Así, para conservar el equilibrio y la serenidad en un entorno como el que vivimos es necesario planear e incluir de modo deliberado periodos de ausencia de actividad, serenidad y paz, quizás a través del aprendizaje de técnicas derivadas del yoga, de algún tipo de meditación o ejercicios respiratorios. El propósito es lograr momentos de silencio en los que sientas que, ahora sí, “metiste el freno hasta el fondo” e hiciste un alto total. Algo difícil de lograr en este tiempo…