En noviembre de 1974, la historia de la música electrónica dio un salto al vacío con la llegada de Autobahn, una especie de álbum conceptual [1] muy abstracto del cuarteto alemán Kraftwerk, una de las bandas seminales del género. La portada de Emil Schult nos anuncia lo que se escucha en el interior: música sintética que vibra en ohmios y amperes más que en decibeles, y que se convierte en emisaria de un futuro utópico hipertecnificado, con sociedades perfectas a bordo de automóviles tan veloces como seguros los cuales, más que rodar, parecen flotar sobre carpetas asfálticas tersas y lisas como alfombras.
En el track inicial, “Autobahn” —“Autopista”, en alemán—, todo inicia con una llave, un switch y el encendido del motor de un automóvil de alta tecnología alemana. Bruuum. Inicia la travesía, se oyen los coros, y de repente uno se da cuenta de que ya va a ciento cuarenta kilómetros por hora, a bordo de un bólido germano, entre otros tantos vehículos que fluyen y se rebasan unos a otros, en una especie de ballet posmoderno que augura el feliz matrimonio entre la tecnología, el hombre —y la mujer también, ¡cómo no!— y la idea del mundo feliz.
Pero bien sabemos que no fue así. Al menos, no de este lado del Atlántico y debajo del río Bravo. Y eso lo entendió muy bien Uwe Schmidt (Frankfurt, 1968).
En su versión de “Autobahn”, Uwe, bajo la máscara del señor Coconut —su pelo, rubio y lacio, convertido en la melena negra y rizada de un músico de mambo, con bigotito recortado y patillas a juego—, nos lleva de la urbe ultramoderna europea a cualquier ciudad tercermundista latinoamericana. El silencioso y afinado motor del vehículo alemán se ve sustituido por un motor de cuatro cilindros a carburador, con algunos años y muchos achaques a sus espaldas. Gira la llave una vez. No enciende. Dos, tres veces. El funesto sonido del carburador ahogado. Un portazo furioso. “Coche de mielda”, dice una voz con inconfundible acento cubano. Y lo que sigue no tiene parangón en la historia de la música del siglo XXI.
Me refiero al álbum El baile alemán (2000), del señor Coconut y su conjunto, grabado en Chile, después de que el músico decidiera cambiar su residencia de Frankfurt a Santiago de Chile, en 1996. El resultado es una mezcla del género conocido como exotica y un poco de lounge, con ritmos latinos importados de las Antillas como el mambo y el chachachá, con las composiciones gélidas, elegantes y tecnificadas de los alemanes de Kraftwerk. Y uno podría pensar que meter esos ingredientes en una licuadora es una receta segura para el desastre… o la sordera temporal. Pero el resultado es impecable: la melodía, los estribillos, las pausas y los efectos sonoros que nos remiten a las Autobahns alemanas, frutos del sintetizador, se convierten en los metales rupestres y casi destemplados tan característicos de las orquestas de mambo, en marimbas que traducen con éxito todo lo que sucede en los teclados germánicos que nos transportan a las urbes del futuro. Las cajas de ritmo electrónicas, de plano, son retiradas del camino con un puntapié de las tarolas, los bongós, las congas, los platillos y los cencerros. A mi humilde parecer, cualquier persona no latina que pretenda entender el término tropicalización, primero debe escuchar El baile alemán.
Pero ahí no termina la historia: bajo el alias del señor Coconut, Uwe lanzó varios álbumes en los que mezcla extrañas composiciones propias con covers —a ritmo de mambo y chachachá— a canciones de artistas tan dispares como Kraftwerk, Deep Purple, Jean Michel Jarre y The Doors. La historia tampoco termina ahí, pues Uwe es considerado el padre de géneros como el electrolatino, el electrogospel y el action music, y ha hecho colaboraciones con músicos de la estatura de Ryuichi Sakamoto, Depeche Mode, Martin L. Gore y Cesaria Évora. Por si fuera poco, Uwe cuenta con más de una docena de alias musicales: además del señor Coconut, es también Atom™, Atom Heart, BASS, +N, Schnittstelle y un larguísimo etcétera —bajo todas esas identidades tiene una discografía de más de cien discos. Y, ahora sí, aquí termina esta historia.
Hasta el próximo Café sonoro…
[1] En los días del LP, así se le llamaba al álbum que estaba dedicado enteramente a una sola obra musical, dividida en partes o canciones, o cuyas composiciones estaban unidas por un mismo tema o historia.