¿Cuándo fue la última vez que pasaste un fin de semana a solas contigo? Lo sé, a mí también me pasa: a veces nos movemos en piloto automático, rebotamos de un lugar a otro, dividimos nuestra atención entre la familia, los amigos, la pareja o el trabajo, y nos esforzamos por que ninguna de esas esferas se nos caiga de las manos. Y cuando una se nos cae, nos sentimos frustrados. El estrés y la rutina rara vez nos dejan tiempo para nosotros mismos. Quizá no hemos visto el panorama desde otro ángulo. Tenemos que empezar por darnos cuenta.
La atención es el punto importante, en todos los sentidos. Si la novedad se va, nos dejan de sorprender las cosas que tenemos enfrente porque nos acostumbramos a ellas. Por eso en ocasiones nos llama la atención lo desconocido y la razón es simple: estás demasiado familiarizado con el contexto en el que normalmente te mueves. Pero la mejor forma de conocerte es dejar tu espacio: tu barrio, tu ciudad, tu país, tu continente y, quizás algún día, tu planeta.
Estamos aquí por muy poco tiempo. Nuestra vida, a gran escala, es un parpadeo. Estar vivo se trata de aprender, y uno aprende intentando. Así que no se trata de buscar, sino de tener la disposición de encontrar cosas valiosas en tu camino. Por eso debemos mantenernos en movimiento: hay que probar sabores nuevos, lugares nuevos, mentes nuevas, historias nuevas, porque nunca sabes dónde encontrarás tu siguiente tesoro, el siguiente descubrimiento crucial de tu vida.
Cuando pones atención en algo, nada ni nadie más existe en ese momento. Un cielo bañado en estrellas, el color de una flor, el canto de un ave exótica: no hay distractores, sólo te enfocas en estar y te sumerges en el ahora. Y ese foco que atrae tu atención es lo más importante, porque después de un rato ya no estará frente a ti. Cualquier cosa puede servir para ejercitar la atención: caminar por la calle, comer un chocolate, distinguir un instrumento del otro en una canción, o el simple hecho de respirar, de inhalar y exhalar. Si vas a oír, escucha; si vas a sonreír, ríe; si vas a gimotear, llora; si vas a viajar, vuela.
Es tiempo de poner atención en ti. Es hora de explorar las autopistas de tu cabeza y de tu planeta, de llevar a tu mente de paseo. Viajar renueva la salud y amplía la mente; curiosamente, la creatividad te brinda esos mismos beneficios. Los viajes y la creatividad comparten un común denominador: te regalan profundidad de pensamiento. Ambos exploran caminos nuevos, exteriores o interiores, y por ello surgen ideas nuevas, se abren puertas, se revelan nuevos horizontes. Los viajes sirven para descubrir lo que ya llevas dentro: tus neuronas se refrescan, entiendes que no todos piensan como tú, conoces lo que no conocías, lo aprecias, y de ahí se deriva el respeto inherente por la naturaleza y por la humanidad. Los viajes y la creatividad van de la mano, y cambian de lugar todo el tiempo. No hay ayeres, sólo posibilidades. Esa dinámica impulsa a las dos cosas: descubrir. La creatividad es una excursión mental, y los viajes, una aventura creativa. Es el trayecto lo que cuenta, pues en él encuentras tu verdadera identidad.
Y ¿qué somos, finalmente, sino coleccionistas de olores, sabores y vivencias, que viven sólo un guiño del infinito? ¿De qué se trata nuestra chispa de vida sino de eso mismo? Enciéndela. Cruza fronteras, intelectuales y foráneas, pues las dos son imaginarias; experimenta, enloquece, transfórmate en alguien nuevo cuando veas la luna brillar desde el otro lado del mundo. La aventura te puede raspar, pero la rutina te puede matar.
El desapego es un factor clave. Te desata de recuerdos, objetos o personas a los que estás enganchado. Y motiva tanto los viajes como la creatividad, porque ambos te persuaden a soltar certezas, a dejar ir. Cuando viajas, en el fondo no sabes qué sucederá durante tu travesía, y a tu regreso tampoco sabes si el que era tu mundo continuará igual, esperándote. Lo más seguro es que no sea así, pero el miedo no debería inmovilizarte, pues no es más que la espalda de tu interés. Si le das la vuelta, verás que todo lo que deseas se encuentra ahí detrás: todo es una cuestión de perspectiva.
Lo mismo pasa cuando piensas de forma creativa: tienes que dejar ir el temor a equivocarte, no hay juicios ni errores, sólo caminos nuevos a horizontes inéditos; algunos quizá sean oscuros, pero si sigues moviéndote, presenciarás escenarios maravillosos, radiantes, espectaculares. La vastedad se apoderará de ti, las galaxias desfilarán frente a tus sentidos, las montañas se abrirán a tu paso, tu sangre se volverá lava y el fuego de sentirte vivo se derramará por tus ojos. Lo mejor que te puedes encontrar en un viaje es a ti mismo.
Porque, al final, no te vas a acordar del tiempo que estuviste sentado ante un escritorio o acostado en tu cama. Eres mucho más grande que eso. Si sigues vivo por dentro, entonces el mundo es de tu talla. Ve y pruébatelo. Y tú, ¿tienes plan contigo próximamente? ¿Por qué no planeas un viaje?