En 1959, la artista española Remedios Varo confeccionó una escultura con raspas de pescado, alambre y huesos de pollo, a la que bautizó como Homo Rodans. La figura tiene aspecto humanoide y parece estar montada sobre una rueda, aunque en realidad la rueda forma parte de su estructura. Acerca de esta pieza, Varo escribió: “Rodar, rodar… Caminar, salir de viaje o, mejor aún: salir sin rumbo. Dejarse llevar por la vida como las ruedas de las bicicletas y la rueda de la fortuna. Estar siempre sobre ruedas, en tránsito. Estar de camino antes que de pie —no en vano, el Homo Rodans es el antecesor del Homo sapiens, demostrando que viajar debe ser anterior incluso a caminar”.
El concepto del hombre rodante también se encuentra presente en algunos de sus lienzos tempranos, en los cuales podemos ver a seres híbridos —mezcla de humano y máquina— cuyas piernas han sido reemplazadas por una rueda de bicicleta; tal es el caso de Transmisión ciclista con cristales(1943) y de Bicicletas en café(1944). Algunos podrían pensar que estos personajes son el mero producto de una fantasía surrealista, pero en realidad forman parte de un modelo del universo creado por Remedios Varo e inspirado por las ideas del místico armenio Gurdjieff.
La propuesta filosófica de George Ivánovich Gurdjieff (1866-1949) parte de una premisa: el hombre no se conoce a sí mismo y, por tanto, es como una máquina movida por influencias externas o como una piedrecita a la que “todo le ocurre”: el viento, la lluvia o la decisión de un tercero de arrojarla lejos son realidades contra las que nada puede hacer. Para rematar, Gurdjieff dice que el hombre no tiene un Yo individual, y que su personalidad en realidad está conformada por una multitud de pequeños “yoes” con sensaciones, deseos y pensamientos propios que generan un ambiente interior contradictorio y desquiciante: uno de los yoes, por ejemplo, decide levantarse temprano al día siguiente, pero por la mañana otro quiere dormir hasta el mediodía, y por la tarde uno más emerge de las profundidades de la inconsciencia para bombardear al resto con pensamientos de culpa…
Para lograr el autoconocimiento y la consolidación de un solo yo —o, en términos remediosvarescos, para dejar de ser un Homo Rodans y convertirse en un auténtico Homo sapiens—, existen tres caminos tradicionales: el del faquir, el del monje y el del yogui. El camino del faquir consiste en la dominación del cuerpo por medio de ejercicios físicos de mortificación; quien elige esta senda debe permanecer quieto, en una misma posición, durante horas, días, meses o años, sin importar que el sol le queme las pupilas o que la nieve le congele los huesos. El monje, por otro lado, sigue el camino del sacrificio religioso, de la vida ascética, a fin de someter todas sus emociones a una sola: la fe. El yogui, por último, transita el camino del conocimiento y busca domar su mente a través de ejercicios físicos y mentales propios del yoga. Estos métodos buscan dominar tres dimensiones distintas del ser humano —la física, la emocional y la intelectual, respectivamente—, pero tienen algo en común: la necesaria renuncia a todos los placeres, apegos y actividades del mundo cotidiano.
No obstante, según Gurdjieff existe un cuarto camino que puede recorrerse en la comodidad de la vida ordinaria. El método que diseñó, conocido precisamente con el nombre de Cuarto Camino, tiene como objetivo la armonización de los tres centros antes mencionados —físico, emocional e intelectual—, y para ello el practicante se sirve de herramientas como la música, la danza, el arte, la lectura, la escritura y las labores manuales, realizadas en el contexto de un grupo y bajo la guía de un maestro.
En esto, a grosso modo, consiste la propuesta de Gurdjieff que, más entrado en materia, hablará no de tres, sino de siete centros del ser humano, de la creación de un cuerpo sutil o inmortal, y de otras ideas que a la mayoría, seguramente, le parecerán extrañas o alucinadas, aunque quizás habrá quien las encuentre casi tan intrigantes como la obra pictórica de Remedios Varo.[1]
Mindfulness: un camino más sencillo
Yo no puedo concebir la idea de abandonarlo todo para huir a una tierra exótica y pasar el resto de mis días encerrada en algún monasterio luchando contra mis demonios internos con tal de alcanzar la iluminación. Tampoco me interesa unirme a un grupo, como el del Cuarto Camino, para armonizar mis tres centros, porque quizá no tenga el tiempo o la apertura para comprometerme con ninguna doctrina o sistema de mejoramiento personal. Sin embargo, no puedo negar que a veces me siento como uno de los seres rodantes de Remedios Varo, como una hoja que se deja transportar por los caprichos del viento. Miro hacia atrás y me pregunto: ¿por qué tomé tal o cual decisión, si en realidad yo quería hacer esto o lo otro? Entonces me doy cuenta de que, como sugiere Gurdjieff, en ocasiones soy dominada por influencias externas —convenciones sociales, costumbres y expectativas de terceros— o, en otras palabras, por mis “yoes contradictorios”, y olvido lo que la felicidad en realidad significa para mí.
Esta percepción se ha incrementado últimamente, pues me parece que tengo más prisa que nunca. Mis días transcurren entre correos electrónicos, mensajes instantáneos e interacciones a distancia, que se mezclan con mi trabajo y mi vida personal, como si la línea que divide el deber del tiempo libre y la intimidad se volviera cada vez más fantasmagórica. Al final de la jornada, me resulta difícil bajar el ritmo y calmar mi mente, en cuyo interior imagino pensamientos avanzando como caballos de carreras que desean alcanzar la meta para, al fin, caer rendidos y regodearse en el ocio. Este estilo de vida —que, en Occidente, la mayoría compartimos— hace que la paz interior parezca un lujo y que, inmersos en un torbellino de pendientes y distracciones, casi nunca tengamos espacio en nuestra agenda para preguntarnos cosas tan elementales como: ¿quién soy?, ¿adónde me dirijo?, ¿de qué manera puedo ser más feliz?
Escapar es una opción: existen hoteles conocidos como black hole resorts, construidos en lugares de gran belleza natural, en los que la gente paga cientos de dólares por noche con tal de no tener televisión ni acceso a internet y así poder estar a solas consigo mismos; sin embargo, ésta es una alternativa a corto plazo, porque tarde o temprano se debe regresar al mundo hipercomunicado y a la vorágine mental. Por ello, creo que la única forma de tener un poco de paz y mayor claridad —aún en nuestras caóticas circunstancias— es aprendiendo a estar aquí y ahora.
El término se ha puesto de moda, mindfulness, le llaman y, a grandes rasgos, consiste en prestar atención a nuestras emociones y pensamientos del momento presente sin emitir juicios, por medio de prácticas como la meditación. Lo anterior, por supuesto, no es nuevo, y se trata de la interpretación inglesa de la palabra sati, que proviene de una lengua hermana del sánscrito llamada pali, y significa ʽpresencia de la menteʼ.
El mindfulness, o sati, es uno de los siete factores para alcanzar la iluminación en el budismo, y puede definirse como un delicioso hacer nada con la atención en el presente, o como hacer algo con la atención aquí y ahora. Para comprender mejor este concepto, te propongo realizar un par de ejercicios.
El primero consiste en comer una uva,[2] pero en lugar de masticarla un par de veces y tragarla, debes seguir las siguientes instrucciones al pie de la letra: 1. toma la uva entre el pulgar y el índice y obsérvala como si nunca antes hubieras visto algo parecido, 2. cierra los ojos y percibe la textura del fruto con los dedos, 3. acerca la uva a tu nariz y realiza algunas inhalaciones para detectar su olor, 4. coloca la uva en el interior de tu boca, sin masticarla, y déjala ahí por algunos momentos poniendo atención a tus sensaciones, 5. cuando te sientas listo, mastica la uva un par de veces, sin tragarla aún, y nota cómo la textura y el sabor se transforman momento a momento, 6. primero ten la intención de tragar la uva y luego realiza la acción.
Para llevar a cabo el segundo ejercicio, ve a algún lugar tranquilo y silencioso —como tu habitación—, siéntate en una silla o en el suelo, en posición de flor de loto, y cierra los ojos. Enfoca toda tu atención en tu respiración, en tus inhalaciones y exhalaciones rítmicas y profundas; si tu mente comienza a divagar, vuelve a concentrarte en los sonidos de tu respiración, y permanece en estado meditativo durante al menos diez minutos.
Estas actividades, realizadas con regularidad, ejercitarán tu capacidad de mantener la atención en el presente. ¿Y eso a mí de qué me sirve?, podría preguntarse el lector. Bueno, en primer lugar, es mejor estar aquí y ahora que en lugares que no existen, como el pasado o el futuro, donde germinan la depresión y la ansiedad. Además, notarás que te vuelves una persona más paciente, con mejores armas para afrontar las situaciones adversas, mayor claridad mental y poder de concentración. Pero eso no es todo, según estudios realizados en la Universidad de Yale, la práctica del mindfulness reduce el estrés —la actividad en la amígdala cerebral disminuye—, potencia las funciones cognitivas, y mejora tanto la presión sanguínea como la salud celular.
Aprendiendo a estar aquí y ahora, logramos armonizar dos de nuestros centros: el emocional y el intelectual. Para no dejar el centro físico en el olvido, podemos realizar largas caminatas mientras meditamos sobre nuestros anhelos más profundos, y así dar nuestros primeros pasos —sin rueditas de entrenamiento— hacia un estado elevado de conciencia que algunos llaman iluminación.
[1] Si te interesa conocer más sobre esta doctrina, puedo recomendarte el libro En busca de lo milagroso: fragmentos de una enseñanza desconocida, de P.D. Ouspensky, discípulo de Gurdjieff que comparte tanto las enseñanzas de su maestro como su experiencia en el grupo del Cuarto Camino de San Petersburgo.
[2] Este ejercicio fue diseñado por el doctor Jon-Kabbat Zinn —creador del Center for Mindfulness in Medicine, Health Care, and Society—, quien propuso realizarlo con una pasa.