En 1999, los hermanos Andy y Larry Wachowski [1] dieron a conocer una película que, amén de ser su obra maestra, representó un punto y aparte en la historia de la cinematografía de Hollywood, por tres razones: un estupendo guión, sus logros técnicos —¿recuerdas las alucinantes escenas realizadas con la técnica de time lapse?—, y su temática y relevancia social ante la llegada inminente del siglo XXI, con todas las promesas que éste envolvía. Hablamos, desde luego, de The Matrix —conocida en México simplemente como Matrix.
Matrix cuenta la historia de Thomas A. Anderson (Keanu Reeves), un programador de software que vive dos vidas: una en la realidad concertada y otra a través de las computadoras, en la cual se le conoce bajo el alias de Neo. Un día, es contactado por Morpheus (Laurence Fishburne), una suerte de anarquista cibernético que, casi contra su voluntad, lo recluta en su movimiento rebelde. Gracias a un rastreador en forma de una píldora roja, Morpheus y su gente rastrean a Neo y lo desconectan de la Matrix. Neo se da cuenta entonces de que no vive al borde del siglo XXI, sino muchos años después, y de que la vida en la superficie de la Tierra ha sido devastada por una guerra nuclear contra la rebelión de las máquinas. ¿Y qué es la Matrix? Un programa de realidad virtual al que los humanos son conectados desde su nacimiento para mantenerlos felices y entretenidos mientras las máquinas, que gobiernan el planeta, usan como combustible la energía generada por sus cuerpos.
La visión de la Matrix es una realidad ominosa, quizá la más escalofriante que uno puede imaginar. Pero más allá de ser una excelente premisa distópica de ciencia ficción, la Matrix es una alegoría muy profunda que puede ser leída e interpretada en, al menos, tres niveles. Revisemos cada uno de ellos.
¿Qué es real? ¿Cómo defines lo real? Si te refieres a aquello que puedes sentir, oler, probar o mirar, entonces lo real es sólo impulsos eléctricos interpretados por tu cerebro…
Científico-tecnológico. Cuando uno se enfrenta a ella por primera vez, pareciera que Matrix es una película sobre computadoras. Y es que, a finales del siglo XX, conceptos hoy tan familiares como las redes computacionales, la internet y la realidad virtual eran verdaderas novedades que causaban iguales dosis de asombro que de desconfianza. Sin embargo, uno sabe —o intuye—, desde hace mucho tiempo, que existe, o debe de existir, un enorme sistema cibernético que controla casi todo lo que hace casi todo el mundo: desde nacimientos y muertes, escolaridad, pago de impuestos y cuentas o créditos bancarios personales, hasta el control del tránsito y sistemas de transporte de las megalópolis, la vigilancia, las enormes transacciones financieras internacionales o los sistemas de defensa militar. Todo está controlado por computadoras y eso nos hace pensar que, hasta cierto punto, todos los seres humanos somos educados, vigilados, controlados y explotados por un enorme sistema tecnológico que sirve a los intereses de quienes lo construyeron y pagaron por él: las altas cúpulas del poder. Además, la cinta aborda el llamado “síndrome de Frankenstein”: el miedo ancestral que, desde los tiempos del Aleph, [2] ha sentido el ser humano por la posible rebelión de sus propias creaciones. En Matrix, la humanidad se hizo tan dependiente de las máquinas y éstas se hicieron de tanto poder e inteligencia que, entre ambos, acabaron con la vida en la superficie del planeta. O, al menos, con la vida orgánica. Entonces, la Matrix sería un gran sistema de realidad virtual, una construcción informática que envuelve y controla al mundo.
La Matrix es un sistema, Neo. Y ese sistema es nuestro enemigo…
Económico-político. La Matrix también es el sistema de cosas. El orden mundial. El establishment. El sistema educativo orientado a la productividad material del individuo, los poderes políticos, las guerras, la vigilancia policiaca y el control militar; la acumulación de riquezas por unos cuantos y el control ejercido a través de unos medios que mantienen a la población sedada y casi dormida, disfrutando de una cuasirrealidad plácida —tan falsa como la realidad virtual diseñada por las máquinas— y minuciosamente planeada para hacerla sentir confortable y feliz, mientras debajo de ella a diario se desarrolla una realidad mucho más perversa: su explotación como combustible y la imposibilidad de vivir de verdad.
Es inevitable establecer un paralelismo entre esta imagen y la de la sociedad urbana posmoderna actual, conectando todas sus neuronas a lo que sucede en la televisión y preocupándose más por sus realidades virtuales —sus amigos virtuales en Facebook, el futbol o lo que sucedió este fin de semana en Game of Thrones— que por la realidad sociopolítica de su propio país o por la propia posición de cada individuo como engrane de un sistema que lo explota. El personaje del agente Smith (Hugo Weaving) representa a las fuerzas de la ley; pero no esos heroicos cuerpos que defienden la justicia y castigan a los malos en el cine y la televisión, sino aquéllos cuya misión es detener a los rebeldes y silenciar a los que buscan revelar la verdad. En contraste, Neo sería un caudillo cibernético, un líder revolucionario, un héroe que recorre el mismo camino de todos los héroes —la vida cotidiana, el llamado, la resistencia, el viaje iniciático, la victoria obtenida a través del autoconocimiento— para liberar a la humanidad de las cadenas de la opresión ejercida por la inteligencia artificial de las máquinas. Incluso, hay quienes ven en él una imagen del Mesías. Pero eso ya es otro nivel.
No trates de doblar la cuchara: eso es imposible. En lugar de eso, solamente trata de darte cuenta de la verdad. […] No existe la cuchara…
Filosófico-metafísico. Finalmente, la Matrix representaría la realidad concreta que, según muchas religiones, creencias y filosofías, es sólo una ilusión. En uno de los libros que escribió sobre sus experiencias con el brujo yaqui Juan Matus, Carlos Castaneda describe cómo, después de una serie de pruebas física y mentalmente extenuantes, es capaz de “ver”, entendiendo esa palabra común como la capacidad de percibir el mundo material tal como es: la manifestación ilusoria concreta de una naturaleza energética en la que todos los seres somos huevos luminosos y estamos interconectados con la gran fuente de energía universal. Y en una de las escenas finales de la cinta, tras haber sido acribillado y dado por muerto, Neo recobra la conciencia —o resucita: de ahí la comparación con el Mesías o The Chosen One— y es capaz de “ver” en el sentido de Castaneda, pues la Matrix aparece ante sus ojos como una mera simulación y una ilusión construida a partir de pequeños bits de energía eléctrica.
Como sea, creo que es un hecho irreductible que todos los que estuvimos en el sistema escolarizado, estamos al día con la información local y mundial, vivimos interconectados a internet, pagamos impuestos y tenemos cuenta bancaria o una tarjeta de crédito, vivimos en la Matrix. Aunque nos cueste creerlo, como a Neo.
¿Y cómo salir de la Matrix?
Atendiendo a los tres niveles, podríamos dejar de depender tanto de la tecnología, no sólo para trabajar, sino también para pensar y relacionarnos. Vale la pena, también, buscar mentores como Morpheus que nos abran los ojos: pensadores, filósofos, artistas de vanguardia. Finalmente, para trascender el nivel físico, valdría la pena revisar la historia del origen del universo, de la vida en la Tierra y de nuestra especie, para entender que esos papeles impresos que nos permiten comprar, esos edificios, teléfonos inteligentes y automóviles, y en general esa sustancia abstracta que llamamos humanidad, civilización o cultura —a la que le dedicamos tantas de nuestras vanidades— no es sino una estructura superpuesta a la naturaleza biológica del Homo sapiens —o a su naturaleza sutil, espiritual y energética, si decides creer en ella. Entonces, la píldora roja de Morpheus tiene el color de la manzana de Adán: es el fruto del conocimiento. La conciencia de uno mismo. El éxodo de un paraíso artificial y la aceptación de una realidad atroz que, paradójicamente, nos libera…
[1] Quienes hoy responden a los nombres de Lana y Lilly, merced a un cambio de sexo.
[2] v. Bicaalú 69, febrero 2016, Argüendero: “Alef: la letra que contiene el universo”; pp.36-37.