Todas y cada una de las personas que han habitado, habitan o habitarán en este planeta tienen su propia canción. No es una canción escrita por otra persona. Es una canción con su propia melodía y su propia letra. Son pocos los que llegan a cantar su propia canción. La mayoría tememos que nuestra voz no le haga justicia, o que nuestras palabras sean demasiado tontas, o demasiado honestas, o demasiado raras. Así que la gente acaba viviendo las canciones de los demás en lugar de la suya propia.
Los Hijos de Anansi, Neil Gaiman
El Diccionario de la Lengua Española de la RAE nos dice que la palabra vocación tiene su raíz en el latín vocatio, -ōnis, que significa ‘acción de llamar’. Así, podemos decir que la vocación tendría que ser una especie de llamado, muy particular e interno, que nos inclinaría a realizar cierta actividad capaz de armonizarnos con nosotros mismos, con nuestro entorno y con las personas que nos rodean. Algo así como una misión o una labor predestinada para nuestra vida.
Pero en nuestra sociedad actual materialista, la idea de que “voces internas” conduzcan nuestras decisiones suena a fiasco; así, la mayoría racionalmente decide planear su vida de acuerdo con el “sabio criterio” de la tradición familiar, de las redes sociales o de la teleserie de moda: por algo la “profesión” más anhelada es ser influencer o YouTuber, y por algo hay personas que son abogados o comerciantes sólo porque sus padres, abuelos, bisabuelos y tatarabuelos también lo fueron.
Lo cierto es que a muchos defensores del sistema les estorba que algunos creamos en voces interiores que nos inclinan a ser nosotros mismos, a ser diferentes y a pensar diferente. Por decirlo en el poético lenguaje de Neil Gaiman, les resultaría alarmante que descubriéramos “nuestra propia canción”; para ellos, es mucho mejor que todos, a coro, repitamos una y otra vez el mismo reguetón de moda porque las personas de un solo color, con las mismas ideas y del mismo perfil son más fáciles de entender —y, por ende, de manipular.
En este punto, lectora y lector, muy justamente podrías preguntarte: si la verdadera vocación no se encuentra en la inercia de las redes sociales o en la tradición familiar, ¿entonces dónde está? A juicio del que escribe estas líneas, creo que no hay respuesta a semejante cuestión sin una dosis de idealismo e infantil curiosidad: la vocación es eso que es exclusivamente tuyo, no por influencia de los demás, y es la respuesta a las preguntas “¿qué es lo que más me apasiona?” y “¿con qué actividad fluyo de tal manera que el tiempo parece detenerse y la vida adquirir todo el sentido del universo?”
En la película Soul, de Disney-Pixar, por azares del destino un músico llamado Joe termina en el Gran Antes, el lugar donde habitan las almas que esperan su turno para viajar al mundo; ahí, se entera de que para poder regresar a su cuerpo y seguir con su vida tiene que motivar a un alma apática de nombre 22 para que encuentre su vocación, su propósito o chispa —como le llaman en el filme— y, así, anhele viajar al plano terrestre. Después de giros, piruetas, encuentros y desencuentros, 22 logra experimentar un poco de lo que es la vida… ¡y le encanta!
“La verdad es que siempre pensé que había algo malo conmigo. Ya sabes, tal vez no soy lo suficientemente buena para vivir. Pero luego tú me mostraste los propósitos, la pasión. Tal vez observar el cielo pueda ser mi chispa, o caminar, ¡soy buena en eso de caminar!” —le dice 22 a Joe, quien da un respingo y contesta a su protegida que observar el cielo y caminar no son un propósito de vida, sino cosas comunes que cualquiera puede hacer. Pero yo digo: ¿por qué debería ser así? ¿Por qué la vocación necesariamente debe ser una actividad que nos permita ganar dinero, o nos haga ricos y famosos, y no algo que tan sólo nos haga felices?
En lo personal, hace muchos años decidí estudiar Diseño Gráfico porque creí en eso que me dijeron: que como pintor, músico o literato me moriría de hambre. Seguí el consejo y la verdad es que, aunque dicha profesión me ha ayudado a pagar las facturas, puedo decir con sinceridad que no la siento mi auténtica vocación. Lo que realmente ha dado sentido a mis días son cosas simples que poco o nada han redituado en dinero: reír con mi esposa, cuidar a mis hijos, regar mi framboyán, leer y escribir cuentos o historias que hagan reflexionar a los demás.
Por eso, si estas líneas te han conmovido un poco, apreciada lectora, querido lector, tal vez sea porque al fin encontré mi verdadera chispa. De todo corazón espero que también tú, muy pronto, encuentres la tuya…