Yo sólo quiero ser feliz, pero solo: la RAE y sus tildes

Yo sólo quiero ser feliz, pero solo: la RAE y sus tildes
Hugo Masse

Hugo Masse

Inspiración

Hace un par de semanas, la Real Academia Española (RAE), en un acto sin precedentes, dio marcha atrás públicamente a una de sus recomendaciones más polémicas —al menos, eso nos hicieron pensar algunos medios—, la cual indica desechar el uso de la tilde en el adverbio solo, que equivale a solamente, mismo que durante mucho tiempo se había acentuado para distinguirlo del adjetivo solo; un ejemplo ilustrativo de esta distinción sería el título de este texto: “Yo sólo quiero ser feliz, pero solo”.

En la edición 2010 del Diccionario de la Lengua Española, se sugirió a los hispanohablantes que en ninguno de los dos casos debería tildarse esa palabra. Después de trece años de disputas entre quienes acatan la regla y los que la rechazan, la RAE finalmente parecía retractarse. Pero, al poco tiempo, la Academia aclaró que la doctrina no había cambiado, que seguía siendo obligatoria y que únicamente se había expresado de forma más clara, de modo que quien decida incluir la tilde deberá justificar su uso en razón de la ambigüedad que existiría en una frase si no se añadiera dicho signo.

...la Academia aclaró que la doctrina no había cambiado, que seguía siendo obligatoria...

No sé qué tan frecuentes sean estas ambigüedades. Sin duda hay algunos buenos ejemplos por ahí, pero lo que más llama mi atención es la extraña relación que tienen algunas personas con las normas lingüísticas, pues las toman como una ley inapelable cuyo desacato merece un castigo o, al menos, un buen regaño. Para otros, en cambio, las normas no son mandamientos escritos en tabillas de arcilla por el dedo flamígero de una deidad omnipotente, sino convenciones establecidas entre iguales que, cuando dejan de ser prácticas, pueden modificarse.

Pero quizá los más peculiares son quienes dicen defender a la lengua española de “la destrucción” o “la deformación” de los neologismos, las palabras extranjeras y usos nuevos como el lenguaje incluyente —como si el español fuera una pieza de museo, un bloque monolítico que debe permanecer imperturbable y libre de cualquier intento de alterarlo—, pero que jamás han estudiado gramática y ortografía, y por ello sus argumentos están plagados de faltas a las mismas reglas que dicen defender casi con su vida.

Otros, tal vez peores, no tienen una noción clara de lo que sucede, pero no quieren perderse la acción, por lo que brincan al fenómeno de redes sociales llamado “tren del mame”, donde lo que importa es qué tan buenos memes puedes crear al respecto y no el rigor de tus argumentos. Así, la RAE fue retratada como una figura de autoridad, una especie de madre regañona y voluble que, en el caso de la tilde de sólo, al fin nos había dado permiso de salir a jugar, pero cuando nos vio dirigirnos hacia la calle nos aclaró que “nos había dejado salir, sí, pero solo al patio de la casa”. Así, sin tilde.

Así, la RAE fue retratada como una figura de autoridad, una especie de madre regañona...

En este punto, casi puedo escuchar cómo muchos lectores se preguntan a gritos: entonces, ¿se puede o no se puede escribir sólo cuando se trata de un adverbio? Y mi respuesta es que siempre se ha podido, pues la RAE no tiene ninguna autoridad más allá de la que le otorgan quienes siguen a pie juntillas sus recomendaciones.

Siendo yo lingüista, me resulta difícil dejar de escribir mi opinión al respecto. Y yo creo que cada persona que escribe un texto debe saber, primero, a qué lectores y a qué contexto se dirige. Este texto, por ejemplo, va dirigido a un medio digital con lectores cultos en diversos países hispanoparlantes y debe ser entendido por la mayor cantidad posible de ellos, así que evita usar localismos y se apega a las normas ortográficas y a sus criterios editoriales;[1] si estuviera escribiendo un poema vanguardista, me sentiría obligado a transgredir todas las reglas, y en el chat con un amigo éstas poco me importarían: distintos contextos, distintos niveles de apego a las normas.

Por último, y volviendo al ejemplo del inicio, explicaré la ambigüedad de la siguiente manera: “Yo sólo quiero ser feliz” expresa mi único objetivo en la vida, mientras que “Yo solo quiero ser feliz” sugiere el propósito de alcanzar la dicha en la soledad, por lo que de no haber tilde no sabríamos a qué se refiere la frase. Y lo mismo aplica, si se me permite un ejemplo procaz, cuando uno afirma que no es lo mismo tener sexo sólo una hora que tener sexo solo una hora. Cuestión de tiempo, de compañía… o de la falta de ella.

Cierre artículo

[1] Cada medio decide sus criterios editoriales y, en nuestro caso, seguimos tildando sólo. [N. del E.]

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