Los seres humanos se explican el mundo mediante narraciones que, a veces, crean una realidad propia, pero que usualmente encuentran correlatos con el mundo “real”. La naturaleza, con toda su complejidad y todos sus misterios, alimenta la existencia de seres fantásticos como duendes, fantasmas o criaturas devoradoras de hombres. En México, las civilizaciones prehispánicas nos heredaron un inmenso bestiario, que se ha conservado gracias a los códices y las crónicas de los conquistadores, y que sigue vivo en las tradiciones y concepciones populares de algunos pueblos. He aquí una pequeñísima muestra.
Aluxes. Los mayas los consideraban deidades menores, espíritus de la naturaleza. A veces son comparados con los duendes celtas debido a su apariencia —nariz ancha, orejas grandes y baja estatura— y a su carácter —como de niño caprichoso que se entretiene haciendo diabluras y sólo se apacigua con regalos. Es necesario ofrecer tabaco y miel a los aluxes; de lo contrario la siembra se seca y los niños se enferman.
Chaneques. En cierto modo, son la contraparte náhuatl de los aluxes. Los chaneques eran espíritus de la tierra y del agua que habitaban lugares peligrosos, como los pantanos. Era preferible no molestarlos, pues sus travesuras podían desencadenar grandes desgracias. Algunos relatos hablan de personas poseídas por chaneques en castigo por entrar a sus hogares —alguna laguna o río— y perturbarlos. Al igual que a los aluxes, conviene hacerles regalos para atraer la buena fortuna.
Ahuizotl. La antigua Tenochtitlán era aterrorizada por esta criatura. Habitaba los afluentes cercanos, era similar a una nutria, pero con patas de mono y una cola larga que terminaba en una mano humanoide. Ahogaba a quien entraba distraídamente a su territorio; los pescadores eran sus principales víctimas: los atraía simulando el llanto de un bebé. Cuando algún valiente atendía la llamada de auxilio, el feroz monstruo lo atrapaba y dejaba un cadáver sin ojos ni dientes, pues se lo comía con celeridad. Algunos especulan que en realidad fue una variedad de nutria que se extinguió durante la conquista.
Amoxoaque. Según los mexicas, eran personas-árbol y tenían la misión de cuidar los bosques. Usualmente eran apacibles y se mantenían inmóviles —como los árboles comunes. Eran considerados testigos mudos del paso del tiempo y los últimos sobrevivientes de su especie después del gran diluvio. Cuando un hombre osaba dañar su territorio, actuaban convirtiendo al ofensor en un árbol más.
Tlahuelpuchi. En Tlaxcala todavía se escuchan historias de estas aterradoras mujeres. Se dice que después de su primera menstruación adquirían poderes sobrenaturales y una terrible sed de sangre humana —especialmente de niños. Pueden convertirse en animal o en una neblina luminosa para acechar a sus presas. Se caracterizan por ser solitarias, buscan saciar su sed de sangre de dos a cuatro veces por mes, y atacan entre las doce y las cuatro de la madrugada. Para ahuyentarlas, hay que dejar ajo, cebolla o algún objeto de metal —especialmente tijeras abiertas— debajo de la cama de los niños.
Yohualtepuztli. Los aztecas creían que oír un golpeteo de hacha en la noche era señal inequívoca de esta espantosa aparición: un hombre sin cabeza y con el pecho abierto. El curioso que iba a determinar la razón del golpeteo y se encontraba con Yohualtepuztli tenía dos opciones: huir de su furia y padecer los infortunios que le traería en su vida o atreverse a arrebatar su corazón; entonces podría pedirle un deseo. Los sacerdotes dejaban ofrendas de leña en los bosques para evitar que se acercara demasiado a las poblaciones.
Tlacanexquimilli. Un fantasma sin extremidades ni cabeza. Era un bulto de cenizas humanas que rodaba por el suelo dando lamentos de enfermo. Se creía que era un mal augurio, y que su aparición presagiaba una muerte cercana y en circunstancias terribles. Si un valiente guerrero se encontraba con la tlacanexquimilli y se atrevía a agarrarla sin soltarla hasta que le diera espinas de maguey, tendría la fortuna de tomar muchos prisioneros en la siguiente batalla.
Ekuneil. La serpiente cola negra maya que se alimenta de leche materna humana. Se describe como un reptil de entre dos y cuatro metros, de cola bifurcada. Con su lengua siente dónde se encuentra una madre dando pecho. La ekuneil espera a que la mujer duerma para escabullirse en el hogar. Después, introduce su cola en las fosas nasales de la madre para prolongar su sueño y bebe de su seno. Si no es descubierta, la ekuneil regresa todas las noches a alimentarse, hasta matar al bebé de hambre. Para evitar que se acerque, se debe colocar una cabeza de ajo en el cuarto donde duermen la madre y el niño o cal con agua bendita en el techo de la casa.[1]
Hoy nos es difícil creer en estas criaturas. Quizá, sólo en la oscuridad del bosque, al escuchar un sonido extraño, podemos imaginar que están ahí. Sin embargo, sus historias todavía contienen enseñanzas útiles. Enfrentar lo desconocido casi siempre trae prosperidad y cuidar de la naturaleza evita desatar las catástrofes provocadas por su furia. Estos seres fantásticos trascienden el tiempo y contar sus historias siempre llevará consigo algo valioso para la siguiente generación, ya sea el respeto a la naturaleza o la admiración por los misterios de la noche.
[1] En varios casos, la concepción actual de algunas criaturas fantásticas da cuenta de procesos de sincretismo cultural; por ejemplo, las similitudes entre las tlahuelpuchis y los vampiros, o el agua bendita como objeto de protección. [Nota del editor].