En el mundo actual, medios audiovisuales como el cine, el video, la televisión y el streaming parecen no tener fronteras; pero para que sus contenidos sean accesibles y comprensibles, es necesario recurrir a los subtítulos y al doblaje, pues éstos son indispensables para que hablantes de otras lenguas —o hasta gente analfabeta— puedan disfrutar de series, películas, cortos y documentales, con la ayuda de textos y audios que traducen los parlamentos de los actores.
En este artículo revisaremos el origen y la historia de dichas tecnologías, su evolución a lo largo del tiempo y, de paso, analizaremos por qué su calidad y fidelidad son fundamentales para brindar una buena experiencia al espectador.
Una evolución paralela
La historia de esta herramienta empieza en los albores del cine mudo, aunque en aquellos tiempos no se trataba propiamente de subtítulos —el prefijo sub- indica que se colocan en la parte inferior de la imagen—, sino de intertítulos: cartelones escritos o impresos en papel que se filmaban y se colocaban entre las secuencias de una cinta. El primer ejemplo conocido de intertítulos se presentó en el corto silente Uncle Tom’s Cabin —La cabaña del tío Tom— (1903), del pionero del cine estadounidense Edwin S. Porter.
En la era del cine mudo, la traducción cinematográfica era una tarea relativamente sencilla, pues las tarjetas con los subtítulos se podían quitar, traducir e imprimir en cartón para completar la película. Pero el primer ejemplo de subtítulos tal como los conocemos hoy surgió en 1909, cuando el inventor M. N. Topp presentó una patente para “un dispositivo que mostraría rápidamente los títulos de las películas, además de las imágenes de la tira del filme”.
Años después, en 1927, se estrenó El cantante de jazz, una cinta que marcó la llegada del cine sonoro. Poco a poco, las tarjetas de subtítulos fueron eliminándose y la dificultad de traducir las películas aumentó mucho; además, con los planes de expansión a Europa, América Latina y Asia, surgió la necesidad de traducir los parlamentos hablados de las películas de Hollywood. Al principio, los estudios contrataban elencos completos para rodar la misma película en otras lenguas, un método que se sigue usando en la India, pero es carísimo; entonces, a los cineastas se les ocurrió contratar a actores para grabar los diálogos en otro idioma y reemplazarlos en la banda sonora original: así nació el doblaje.
Un dato curioso: la emblemática cinta Drácula (1931), de Tod Browning, con Bela Lugosi en el papel del vampiro, tiene una “doble” hablada en español, filmada en los mismos sets y dirigida por George Melford, quien copiaba lo que Browning filmaba el mismo día; la protagonizaron el español Carlos Villarías y la mexicana Lupita Tovar, quien un año después filmaría Santa (1932), la primera cinta sonora nacional. Gracias a esta experiencia y a los avances técnicos alcanzados en nuestro país, México se posicionó como un centro de doblaje para el mundo hispanohablante.
Dinamarca y Francia fueron los primeros países en aceptar películas subtituladas en 1929, y esta tecnología se desarrolló rápidamente en otros países europeos: Noruega implementó un método mecánico que consistía en marcar la cinta y en Hungría se usaban principios termodinámicos, lo cual implicaba quemar la misma. El método más popular fue el grabado con ácido, similar a la técnica del aguafuerte, que suponía la ardua tarea de mecanografiar los textos y dar baños químicos a la cinta cuadro por cuadro.
Todo cambió en 1986, cuando el francés Denis Auboyer inventó el método de grabado con láser, ampliamente usado pues es más barato y requiere poca mano de obra, ya que una máquina “pirograba” cada cuadro con un fino rayo en fracciones de segundo. La primera película comercial en que se empleó este método fue Bird, de Clint Eastwood, estrenada en el Festival de Cannes de 1988; ahora, con el cine digital, el subtitulaje se realiza en computadoras con software especializado.
Reflexiones sobre el tema
El auge de las plataformas de streaming como Netflix, Amazon Prime, Disney+ y Max ha transformado radicalmente el consumo de series y películas que se estrenan simultáneamente en muchos países, lo que incrementa la demanda de doblajes y subtitulaje. Series como La casa de papel —hablada en español— o El juego del calamar —originalmente en coreano— se convertieron en fenómenos globales en parte gracias a la disponibilidad de textos y audio en otras lenguas.
El tipo de contenido también influye en cómo se percibe el doblaje y el subtitulaje: en las producciones infantiles o de animación, el doblaje se acepta más y, si alguna celebridad presta su voz, incluso se usa como promoción; en cambio, los espectadores más puristas de cintas de acción o drama prefieren verlas en su idioma original con subtítulos para no perder la interpretación de los actores.
Una mala traducción puede distorsionar el significado de una escena, eliminar el contexto cultural o arruinar un chiste; en cambio, un doblaje bien hecho puede hacer que el contenido se sienta natural y que el espectador olvide que está viendo una producción creada en otro país, con otro idioma. Entonces, un buen doblaje o una traducción correcta no consisten en intercambiar palabras, sino en captar la esencia de lo que se quiere transmitir, así como las emociones, el tono y ritmo.
Ahora, tecnologías emergentes como la IA y el machine learning ya se están usando para traducir y doblar películas; sin embargo, por más avances que haya, siempre será necesaria la intervención humana para garantizar que las traducciones sean culturalmente precisas y, sobre todo, emocionalmente auténticas.