Cómo perder el miedo a hacer el ridículo… y divertirse en el proceso

Cómo perder el miedo a hacer el ridículo… y divertirse en el proceso
Julio Báez

Julio Báez

Hay algo profundamente liberador en hacer el ridículo. Y no me refiero a situaciones que involucran la ridiculización cruel o involuntaria de otros, ni a aquellas que dan pena ajena, sino a ese ridículo consciente que ocurre cuando te atreves a hacer algo sin miedo a caer, fracasar, parecer tonto o que se rían de ti… pero sí esperando divertirte profundamente —o aprender algo— en el proceso.

Vivimos en una era en la que todo se documenta y cada tropiezo puede convertirse en el próximo meme viral. Esa eterna y latente vigilancia ha hecho que la gente tema más al juicio público que al fracaso. Pero, irónicamente, los libros están llenos de personas que se lanzaron al vacío del qué dirán… y terminaron haciendo historia. Conozcamos a algunas de ellas.

Los segundos de vuelo que lo cambiaron todo

Pensemos en los hermanos Wilbur y Orville Wright: cuando estos dos ciclistas de Ohio comenzaron a hablar de volar, el mundo los trató como a unos excéntricos con delirios de pájaro. Les dijeron que el hombre nunca volaría, que era ridículo intentarlo, que el aire era para las aves y para los soñadores. Pero ellos siguieron probando, haciendo mediciones, ajustando alas, estrellando prototipos y levantando vuelo unos segundos antes de volver a caer. Hicieron el ridículo, sí, pero también inventaron la aviación moderna. Lo curioso es que si buscamos periódicos de la época, podremos leer titulares que se burlaban de su “juguete inútil”.

Los hermanos Wright: excéntricos con delirios de pájaro

Un bigote muy loco

Otro ejemplo monumental es el del pintor catalán Salvador Dalí. Su bigote puntiagudo, su obsesión por sí mismo y sus entrevistas delirantes lo hicieron un personaje que rozaba la caricatura. Pero a él no le importaba lo que pensara la gente, pues debajo de ese espectáculo estaba un genio pictórico que entendía el poder del absurdo. Dalí decía: “La diferencia entre yo y un loco, es que yo no estoy loco”. Haciendo del ridículo su armadura y su marketing personal, comprendió que la extravagancia era una forma de libertad.

Ideas adelantadas a su tiempo

Incluso en la ciencia, un campo que solemos calificar de serio y racional, el ridículo ha sido el punto de partida de descubrimientos que cambiaron el paradigma de su tiempo. Galileo Galilei, por ejemplo, no solo fue ridiculizado sino también acusado de herejía por afirmar que la Tierra no era el centro del universo y Charles Darwin, por su parte, fue caricaturizado por sugerir que “descendemos del mono”.

Otros ejemplos son el de Alfred Wegener, autor de la teoría de la deriva continental, la cual fue desestimada durante medio siglo, o el de Ignaz Semmelweis, el médico húngaro que propuso los procedimientos antisépticos en el ámbito de la medicina que han salvado millones de vidas, pero que en su tiempo, más que burlas, le costaron el empleo como director de un hospital en Viena. Todos fueron tachados de locos o inadecuados, hasta que el tiempo los reivindicó. La moraleja: si tus ideas son adelantadas a su tiempo… prepárate para que te tilden de loco.

El músculo del desparpajo

Perder el miedo a hacer el ridículo no ocurre de la noche a la mañana, es algo que se entrena. Y como todo entrenamiento, debes iniciar dando pasos pequeños: bailar solo en tu sala, opinar cuando nadie más lo hace o proponer una idea novedosa que aparenta ser una tontería. La mayoría de las veces, no pasa nada; y en ese “no pasa nada” está la verdadera libertad.

Perder el miedo a hacer el ridículo no ocurre de la noche a la mañana

El ridículo es una ilusión colectiva: creemos que todos nos observan, pero en realidad cada quien está demasiado ocupado pensando en no hacer el ridículo. Si lo piensas bien, el mundo entero es un gran teatro donde todos improvisan y quien se atreve a hacerlo con naturalidad, gana. Ser “aventado” no significa ser imprudente, sino perderle el temor a equivocarse, a resbalar, a que nadie aplauda. Los grandes inventores, artistas y líderes del mundo han dominado el arte del “¿qué pasaría si…?”. Una pequeña frase que abre la puerta al fracaso, al error y a lo improbable… pero también al éxito.

Si quieres perder el miedo a ser aventado y te importa poco lo que digan de ti, aquí algunos consejos del noble arte de hacer el ridículo sin morir en el intento:

  1. Acepta que las caídas son parte del show. Cada vez que te equivocas, sumas una anécdota que te hace más interesante. Nadie quiere escuchar la historia del que todo lo hizo bien. Las cicatrices, las metidas de pata y los momentos incómodos son el verdadero contenido premium de la vida.
Aceptar el error como parte del show
  1. Usa el humor como escudo. Si te ríes primero de ti mismo, desarmas a cualquiera que intente hacerlo. El humor convierte la vulnerabilidad en poder. Pregúntale a cualquier comediante: todo chiste nació de un fracaso bien contado.
  2. Haz cosas absurdas a propósito. Grábate bailando mal, toma una clase de una lengua que no domines e intenta pronunciarla, participa en un karaoke o publica una idea que aún no esté “perfecta”. Cuando te liberas de la tiranía de la corrección, del “deber ser” y el perfeccionismo, ganas una libertad que jamás habrías imaginado.
  3. Imagina que nadie te ve. Suena a cliché, pero funciona. La mente se libera cuando actúas como si las cámaras estuvieran apagadas. En ese estado, tu autenticidad sale a jugar.
  4. Recuerda que todos los grandes hicieron el ridículo. Antes de convertirse en nombres que ahora veneramos, una gran parte de las personas que admiramos en algún momento fracasaron, fueron criticadas u objeto de burlas. Si quieres leer algunos de los fracasos más exitosos de la historia, como los de Steve Jobs y Walt Disney, haz clic aquí.

En el fondo, el miedo al ridículo es miedo al juicio de otros y al rechazo, que son como impuestos emocionales que se pagan por atreverse. Pero si uno se aventura lo suficiente, ese impuesto empieza a dejar de doler y llega un punto en el que ya ni se siente. Así, lo que antes daba pena, ahora da risa, y lo que antes parecía una derrota se convierte en una historia para contar.

Hay una frase atribuida a Andy Warhol que resume esta filosofía: “No pienses en hacer arte, solo hazlo. Deja que otros decidan si es bueno o malo. Mientras tanto, tú sigue haciendo más arte”. Cambia la palabra arte por “vida” y tienes la fórmula para vivir sin miedo. Así que la próxima vez que sientas que vas a hacer el ridículo, piensa que estás en el camino correcto. El ridículo es el precio de la autenticidad y esta es el territorio donde habitan la creatividad, el amor y las oportunidades.

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