
Como sabemos, la pandemia por Covid-19 inició hace casi cinco años; no obstante, sus efectos psicológicos apenas están siendo estudiados. Todos recordamos el desabasto inicial, los cambios en nuestras prácticas, la suspensión de actividades, las calles vacías y, desde luego, las muertes por millones; pero en este artículo nos enfocaremos en la repercusión emocional, psicológica y neurológica que resultó del confinamiento.
Para las más jóvenes, vivir la pandemia fue especialmente angustioso. Y un estudio reciente de la Universidad de Washington revela que, a causa del aislamiento, los cerebros de las niñas y adolescentes de entre 10 y 18 años han envejecido de forma prematura en comparación con los cerebros masculinos, lo cual nos da una idea del impacto que puede tener un evento inesperado en el desarrollo cerebral de una persona en su años formativos.
En el estudio, los investigadores recopilaron imágenes por resonancia magnética (MRI) de 160 niños de entre 9 y 17 años en 2018, que usaron para formar un molde de la corteza cerebral adolescente “en estado normal” durante los años escolares. A medida que envejecemos, el volumen de la materia gris en la corteza cerebral y el grosor cortical disminuyen gradualmente, lo cual inicia en la adolescencia.
En 2021 y 2022, tras los confinamientos, los investigadores compararon las MRI de jóvenes de entre 12 y 16 años con MRI tomadas antes la pandemia y vieron algo muy preocupante: las pruebas no sólo mostraron claros signos de adelgazamiento cortical acelerado, sino también una evidente discrepancia entre los sexos. En los niños, sólo dos regiones cerebrales tenían adelgazamiento acelerado; las niñas tenían adelgazadas treinta áreas en ambos hemisferios y en todos los lóbulos.

Imágenes MRI que revelan hasta qué punto los cerebros femeninos (a la izquierda) mostraron signos de adelgazamiento cortical en comparación con los cerebros masculinos (a la derecha).
(Corrigan et al., 2024. Cortesía Universidad de Washington).
El complejo mundo de la adolescencia
A menudo la adolescencia se describe como una edad curiosa de descubrimientos y crecimiento, pero también es un periodo lleno de desafíos y presiones. El cerebro de las jóvenes, que a esta edad aún se encuentra en un periodo de maduración en el que la neuroplasticidad provoca cambios estructurales, continuamente está sometido a estímulos que influyen en las habilidades cognitivas y emocionales. Así, al mismo tiempo hay que mantener en frágil equilibrio las presiones sociales —cumplir con los estándares de belleza, por ejemplo— y las expectativas académicas de tener buenas calificaciones, así como la búsqueda de la identidad y de un grupo social donde encajar. La pandemia agudizó estas presiones, pues la súbita eliminación de toda la interacción social tuvo un peso considerable en todos.

En esta edad, nos hacemos más independientes de los padres y nos relacionamos más profundamente con nuestros pares, los compañeros de clase; estas relaciones nos permiten aprender a navegar en la vida social, desarrollar confianza en nosotros mismos y moldear nuestra identidad. Pero en la pandemia dichas anclas para el desarrollo emocional, conductual y social se convirtieron en voces distantes y en meras imágenes en una pantalla; así, a medida que los días se desdibujaban, muchísimas adolescentes desconectadas de sus amistades desarrollaron sentimientos de soledad, ansiedad e incertidumbre.
Durante el confinamiento, una gran parte de los varones se enfocó en actividades solitarias como los videojuegos, pasatiempos y deportes individuales, lo que les permitió aliviar algunas de sus tensiones emocionales. El envejecimiento prematuro observado en el cerebro de las adolescentes sugiere que las niñas internalizaron sus luchas de forma muy distinta a los chicos.
En el mencionado estudio, los investigadores de Seattle precisaron que el área más afectada fue el lóbulo occipital, lo cual a la larga puede dañar su capacidad de reconocer rostros; además, explicaron que la exposición a tensiones prolongadas en la adolescencia puede entorpecer el desarrollo cerebral de una joven e, incluso, acarrear problemas más graves o trastornos neuropsiquiátricos.
Después del COVID
Tras el confinamiento obligatorio, los efectos a largo plazo de esta experiencia se han vuelto más claros. ¿Qué significa esto para las trayectorias académicas, las relaciones y la salud mental de las adolescentes? Al reconocer los desafíos que enfrentaron las jóvenes durante este periodo se pueden crear sistemas de apoyo específicos. Así, escuelas, familias y comunidades deberán priorizar la salud mental y proporcionar espacios seguros para que las chicas procesen su experiencia, realicen actividades que fomenten las conexiones sociales y sean libres para expresarse emocionalmente, algo vital para recuperar su confianza.
Los programas que se centran en la resiliencia, la autocompasión y el apoyo entre pares pueden ser cruciales para ayudarles a reencontrar su camino en la nueva normalidad. El impacto de la pandemia de Covid-10 ha remodelado nuestra comprensión del desarrollo adolescente, particularmente el de las niñas y las jóvenes. Tendremos que estar pendientes de otras secuelas, físicas o psicológicas, entre quienes sobrevivimos a esos días aislados y entre insomnios, angustias y pesadillas.
