¿Espiritual o religioso?

¿Espiritual o religioso?
Luis Fernando Escalona

Luis Fernando Escalona

Mente y espíritu

En general, el ser humano necesita pertenecer y sentirse parte de una familia, una tribu o una sociedad; esa búsqueda constante, en su escudriño, trasciende hacia el entorno, abarca la naturaleza y al universo mismo, y trata de explicar nuestro lugar en el cosmos y su relación con los fenómenos maravillosos que no son provocados por nuestra mano. ¿Qué o quién está detrás de todas esas cosas extraordinarias como el canto de las aves, el rayo o los eclipses?

La doctora Gabriela Torres —autora del libro Gimnasio emocional— afirma que estamos compuestos por cuatro intelectos: el emocional, el mental, el físico y el espiritual, y este último trata de explicarse el cosmos y de encontrar eso que llamamos Dios o lo divino. Si hay luz y oscuridad, caos y orden, micro y macrocosmos, algunos pensamos que debe de haber algo que una todo lo grandioso que acontece, que nos forma y llena por dentro, dándonos sentido y razón de existencia. En esas dualidades habita la unidad y es ahí donde tratamos de ser uno con el universo.

Algunos afirman que en esa búsqueda espiritual es que nacen los dioses; otros, que el ser humano sólo los encuentra. Pero sin importar cuál de los dos rumbos tomes, casi todos estamos buscando a esa divinidad o a esa unidad, para ser uno con ella. Pero cuando lo espiritual se contamina con rituales irreflexivos o creencias incuestionables, entramos en el terreno de los dogmas.

Tres símbolos religiosos para una calle

En general, las palabras religioso y espiritual se han usado como sinónimos para hablar sobre nuestra relación con la divinidad, sin embargo son diferentes en esencia y profundidad: la primera —del latín religare, ‘volver a unir lo humano con lo divino’— deriva de religión, que la RAE define como el “conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para darle culto”.

Por su parte, la espiritualidad es lo relativo al espíritu, mismo que se define como un “ser inmaterial y dotado de razón” y, también, como el “vigor natural que alienta y fortifica el cuerpo” para llevar a cabo acciones trascendentes. En palabras simples, el espíritu es el lugar intangible, pero existente, donde radica el sentido mismo de la existencia que cada quien da a su vida.

Este orden de ideas nos sugiere que ser espiritual revela un camino de libre acceso para encontrar nuestra relación con lo divino, con el Todo, con aquello a lo que llamamos Dios; por su parte, la religión traza senderos a seguir y reglas a obedecer —impuestos por quienes ejercen autoridad, como si fueran la presencia de lo celestial aquí en la Tierra— para poder relacionarnos con aquello que nos creó.

Budah y velas

Si no es consecuencia de una fe verdadera, ser religioso nos lleva a quedar bien con los humanos y con el rito, a temer un castigo si no cumplimos las reglas y, por ello, a vivir con culpa y miedo hacia ellas —o, peor aún, hacia quienes las dictan—; en contraste, ser espiritual nos conduce a vivir y a dejar vivir, a ser felices con la naturaleza y con la relación que forjamos a diario con esa divinidad.

Pero no sólo eso: la espiritualidad nos lleva a dar lo mejor de nosotros, para nosotros y para los demás, y a servir a otros sin esperar algo a cambio porque en ese acto desprendido hallamos un goce mayor: el amor desintersado que se da y se acepta, que perdona y que trasciende por un bien mayor, que rompe las barreras del egoísmo y toma sutilmente las alturas de la unidad entre los seres humanos. Al ser religioso, a menudo el servicio se vuelve una obligación y un requisito para obtener el “pase al Cielo”, mientras que la persona espiritual vive en su cielo en todo momento. Lo espiritual nos acerca al ideal de amor desprendido.

Vive tu espiritualidad y gózate en ella; si tienes rituales que la acompañen, te recomiendo que no te vuelvas esclavo de ellos y, sobre todo, que permitas que los demás también vivan su búsqueda, pues eso nos acercará a crear una sociedad más empática, cimentada en principios de amor y de servicio.

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