Hoy en día ¿qué significa ser culto y cómo se define a una persona culta?

Hoy en día ¿qué significa ser culto y cómo se define a una persona culta?
Igor Übelgott

Igor Übelgott

Así como algunos niños soñaban con ser médicos, astronautas o policías, este humilde sombrerero soñaba con ser “un hombre culto”. Sin importar la profesión que ejerciera, me visualizaba en una casa elegante pero sobria, vestido con propiedad y rodeado siempre de una enciclopédica multitud de libros y de estantes con discos de música clásica. Esa era mi definición de ser culto, que a estas alturas es casi un cliché; por eso me pregunto: en este siglo XXI, ¿qué significa ser culto? ¿Qué rasgos o conductas distinguen a una persona culta?

Para hablar de definiciones, lo mejor es ir primero al tumbaburros: el Diccionario de la Lengua Española define culto como “dotado de las calidades que provienen de la cultura o instrucción” y ofrece tres acepciones de cultura, siendo la que nos interesa: “conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico”. Por su parte, el Diccionario del Español de México dice que culto es alguien “que conoce y practica su cultura” y “resultado del cultivo de las capacidades humanas o de los conocimientos”.

En la librería

Vemos entonces que ambos sitios vinculan culto con cultura, no en el sentido de “conjunto de prácticas, experiencias, costumbres, creencias y artes de un pueblo”, sino de conocimientos. Otras fuentes añaden que alguien culto sabe un poco de muchos temas trascendentes, tales como la historia, las ciencias, la filosofía y las artes; además, para merecer el marbete es indispensable la lectura —y no sólo literatura, sino empezar por la prensa y luego abarcar otras áreas del conocimiento humano—, la apreciación de la música y el gusto por expresiones como la pintura, la poesía o la danza.

Reflexionando un poco, todo esto coincide con otro concepto: el de la alta cultura o high culture, que se contrasta con la cultura popular o de masas. Dicho concepto fue acuñado en 1869 por el crítico británico Matthew Arnold, quien lo describió como “el empeño desinteresado en la perfección del hombre” —entendiéndose como el género humano— y como “el conocimiento de lo mejor que se ha dicho y pensado en el mundo” —es decir, lo más selecto de la literatura, la ciencia y la filosofía—, orientándose siempre a favor del bien moral y político.

Resulta evidente cierto elitismo en esta descripción, pues a menudo la alta cultura se vincula con las clases socioculturalmente altas: la aristocracia, los círculos intelectuales y de la Academia. De hecho, la noción más popular de “ser culto” se relaciona con los aspectos de la high culture: artes superiores como la pintura o la escultura académicas, artes escénicas como el teatro y el ballet, la música culta, sinfónica o de concierto —a veces también se incluye al jazz— y el llamado cine de arte. Estos productos culturales casi siempre surgen en periodos de civilización en los que una sociedad urbana grande, sofisticada y rica brinda un marco estético coherente y un entorno del que se obtienen los materiales y el financiamiento de las obras.

Por otro lado, tenemos el discurso dictado en la Universidad Pedagógica de Berna por el doctor Peter Bieri, quien da un sentido totalmente distinto al término y aclara que una persona culta no es una “sabelotodo” que conoce el número exacto de lenguas habladas en el planeta, sino que sabe que son cerca de 4000 y no 40; además —dice— es alguien con “el poder del conocimiento”, de modo que es más difícil de engañar, se sabe defender cuando tratan de aprovecharse de él y conoce bien los límites de su propio saber.

Bieri pondera, además, el papel de la lectura, ya que “algo pasa en nosotros cuando leemos a Voltaire, Freud o Darwin” y “el lector de literatura aprende algo más: cómo se puede hablar del pensar, del sentir y del querer de los humanos; aprende el lenguaje del alma”. Concluye diciendo que culto es aquél quien sabe hablar de manera mejor y más interesante sobre el mundo y sobre sí mismo.

Placer estético

Una noción flota tanto en Arnold como en Bierni: la idea de “ser mejor” a través del conocimiento y del placer estético que ofrecen las academias, los museos, las editoriales, las universidades, las casas discográficas, las orquestas, las compañías de danza y los productoras de cine que no buscan complacer a las masas, sino atender pretensiones artísticas e intelectuales. Esta mejoría, que muchos asumen con narcisismo o superioridad, tiene más que ver con el perfeccionamiento de la propia persona y con el aumento de sus capacidades que con la comparación y el detrimento de los demás.

Una tercera visión la ofreció el escritor ruso Antón Chéjov en una carta dirigida a su hermano Nikolai, donde además de expresar su pesar por no ser aceptado en los círculos “cultos” de su país, enlista las ocho características que toda persona culta debería tener: respeto por todas las personas, empatía profunda, respeto por la propiedad ajena, sinceridad y honestidad, ausencia de vanidad, cultivo de sus propios talentos y desarrollo del sentido estético.

Con todo esto en mente y volviendo a la pregunta inicial, en este presente polarizado, de nueva realidad, streaming e inteligencias artificiales, diría que una persona culta es aquella que se deleita en el conocimiento, el goce estético y las ideas, y que asume un compromiso con la razón, la belleza y el bien común. Alguien capaz de distinguir un hecho de una creencia, de comprender los engranajes del mundo y de entender el sitio que ocupa en él; alguien que disfruta al aprender un concepto o una palabra nuevos, o al descubrir y ahondar en obras literarias, musicales o visuales ricas, complejas e intrincadas, sin perder la capacidad de gozar de lo espontáneo y de la sencillez.

¿O tú qué opinas?

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